Veo en el blog Compostela una cruz hecha con piezas de Lego (ya saben, el clásico juego de construcción para niños y grandes) en cuyo centro se atraviesa un camioncito del mismo material. La pieza, según nos explica el autor de la bitácora, forma parte de una exposición de arte contemporáneo en una iglesia de Viena.
La cosa no es para llevar al escultor ante los tribunales, ciertamente. Comparado con otras cosas que se han exhibido por ahí, resulta incluso ingenuo. Eso sí, uno se plantea el porqué de esa querencia de los artistas contemporáneos hacia la iconografía cristiana, casi siempre deformada. Es difícil pasearse por una exposición de arte actual y no toparse con algo así. Incluso, en uno de los centros educativos donde trabajé, entre la multitud de contribuciones a una muestra de trabajos plásticos, pudo verse una cruz en la que el chaval había pegado la foto de una joven de busto maternal. Con lo que se ve que la cosa ha trascendido del selecto círculo de los creadores.
Sin duda, el arte posee mil modos de expresar la inquietud metafísica. Si los personajes de François Mauriac buscaban a Dios entre gemidos, otros pueden hacerlo entre irreverencias y desplantes, y pienso en el cine de Ingmar Bergman o en las novelas de Carlos Rojas, por ejemplo. Pero incluso para eso hay que tener talento. Por lo general, estos bodrios de que venimos hablando sólo resisten la comparación con el peor Almodóvar o con el último y más decadente Antonio Gala, cuando no con los bufones que perpetraron el anuncio del Getafe. Se diría que han tomado en el sentido más grosero posible aquello de Kafka de que la literatura (el arte) consiste en dar en el cráneo. Pero siempre eligen las mismas cabezas.
Otro asunto es que el montaje en cuestión se exhiba en una iglesia. Sería fácil hacer mil comentarios de escasa caridad. Baste decir que el clero europeo lleva muchos años haciendo acuse de recibo de los peores cargos de su pasado y hoy tiende a pasarse por el extremo contrario, el de la tolerancia. Pero la purificación de la memoria ya está hecha. Es momento de recordar, sin perder la humildad, que en el balance de la Iglesia las luces superan infinitamente a las sombras.