En su día, los censores españoles quisieron ocultar un adulterio y destrozaron literalmente una estupenda historia en torno al pecado y la gracia, cual es Mogambo, de John Ford. Hoy, el nuevo puritanismo parece dispuesto también a machacar obras de arte con sus melindres profilácticos. Al parecer, Hollywood tendrá en cuenta el consumo de tabaco en los filmes como un criterio más para determinar su calificación moral.
De chico, nada me hubiera satisfecho más que colgar un par de revólveres de mi cintura, o en su defecto una espada. Por suerte para todos, ello no me fue posible, quiero decir con armas de verdad, porque la sociedad ya se ocupaba de no dejar tales cosas al alcance de los que no las necesitaban ni mucho ni poco. Con esto del tabaco parece que se quiere actuar a la inversa: la facilidad para adquirir el producto contrastará con la dificultad para verlo consumir en pantalla. El mensaje es, pues: no seas como esos chicos malos que se queman los pulmones. No importa que John Wayne arriesgue el pellejo en defensa de la justicia sin irle ni venirle nada personal: fuma y es un tío deleznable, que no sabe lo que valen cinco años de vida totalmente asépticos, viviendo y dejando vivir, con una dieta equilibrada y practicando sexo seguro.
Dicen que los chicos hacen lo que ven, lo cual es cierto. Pero me pregunto qué es peor, si un Río Bravo y un Casablanca llenos de fumadores o un Al salir de clase sin humos o un Torrente donde sólo fuman los tontos. Yo al menos sé que no me importaría que un hijo mío llevara un Ducados en el bolsillo si al mismo tiempo adquiría las virtudes del Wayne de Howard Hawks o de Rick Bogart. Es mejor morir de cáncer de pulmón que de aburrimiento.