Escribo mientras arde Barcelona y la acémila lombrosiana[1] que responde al pseudónimo de Pablo Hasél (esta bestia tiene faltas de ortografía hasta en el apellido) amenaza con que sus seguidores maten a ciudadanos inocentes si no lo sueltan. Ni más ni menos, así está
España, puesta patas arriba por un asno que llama música al ruido que producen sus rebuznos
España, puesta patas arriba por un asno que llama música al ruido que producen sus rebuznos. Ahora bien, lo que distingue estos disturbios de los habituales en cualquier otro país que no esté tan profundamente degradado como España, es que los gamberros cuentan con el apoyo del Gobierno, dispuesto a dejar que sus cachorros incendien y saqueen las ciudades y desfoguen su ira de niñatos comunistas contra la policía, que son los únicos trabajadores oprimidos en todo este aquelarre de la izquierda extremada. Es la nueva lucha de clases: señoritos rojos que arremeten contra los inermes jornaleros de las fuerzas del orden, a los que el Gobierno ha dado la orden de dejarse apalear, apedrear y afrentar por esta chusma bastarda de lumpen y pijos que representa todos los “valores” que el Régimen del 78 ha inculcado en la juventud durante cuarenta años: ¡Socialdemocracia, he ahí tus frutos!
¿Y por qué este campo de Agramante? Para demostrar al país que ellos, la izquierda, controlan las calles y pueden hacer lo que quieran porque la justicia y las autoridades van a mirar para otro lado. Como Black Lives Matter y las demás fuerzas del terrorismo urbano antifascista, los vándalos que piden la libertad de Hasél
No son fuerzas antisistema, sino la vanguardia del mismo
no son fuerzas antisistema, sino la vanguardia del mismo, su fracción más radical. Por eso la absoluta permisividad del Gobierno, que sabe que estos señoritos calaveras son los suyos, su gente. No son rebeldes, son conformistas, biempensantes que defienden de manera exagerada los mismos principios que Sánchez, Calvo e Iceta. No creo tampoco que haga falta indicar que son los tonton macoutes de la pareja Iglesias-Montero y que su función consiste en demostrar a una aterrorizada clase media que la calle es suya. Ya lo hicieron con las agresiones a Vox durante la campaña electoral catalana. Está muy claro cuál es el mensaje para cualquier buen entendedor.
Por otro lado, los petimetres bolcheviques que hoy se divierten apedreando a los servidores públicos serán nuestros dirigentes de mañana. De entre ellos saldrán los ministros y caciques de los diversos organismos y chiringuitos que el régimen regala a esta gente. ¿De dónde vienen Errejón, Iglesias y Otegui? ¿Cómo no van a ver con simpatía a sus hijos espirituales? Quien sea detenido en estas algaradas podrá exhibir su breve periodo de calabozo como el mejor aval para un cargo público, mucho más decisivo que un máster, una carrera o un doctorado. Dentro de veinte años, estos niñatos pisarán las moquetas de los ministerios y Pablo Hasél será su Sabina, su Serrat, su Víctor Manuel. Veremos, quizá, a Irene Montero condecorándolo con alguna gran cruz o haciéndole académico de Bellas Artes o de la Lengua.
No podían faltar tampoco los almodóvares, los detríticos intelectuales del Régimen, en defensa de su milicianada. Consideran que atenta contra la libertad de expresión el condenar a este zoquete narcisista por sus llamadas al asesinato, al coche bomba y a la violencia política. Exaltar a ETA, GRAPO y Terra Lliure no es “odio”. Supongo que Pablo Iglesias y su ayuda de cámara, un tal Echenique, también estarán de acuerdo con la comparsa de arlequines y polichinelas del cine “español”, ya que las leyes sobre este tema que promueven obedecen a ese espíritu. Sin embargo, estos defensores del terrorismo de izquierdas son los que pretenden encarcelar y matar civilmente (para hacerlo de hecho ya tienen a los antifas) a todos los que dudan del cambio climático, a los que se mofan de la histeria de género o a los que creen que Franco tuvo algún aspecto positivo. Esto, por lo visto, sí es “odio”, muy distinto del amor al prójimo que predica el jumento estabulado por sentencia firme en una prisión estatal.
Ya es hora de acabar con esta gentuza antes de que nos incendien todo el país. Como en 1936, el Gobierno ha dado carta blanca a las hordas, que no se limitarán sólo a esto. No serán los miembros del Gabinete los que nos defiendan contra sus propios vástagos malcriados. A ver si nos enteramos ya: Pablo Hasél son ellos; su sistema educativo los produce a miles cada año.
[1] Epíteto derivado de Cesare Lombroso (1835-1909), célebre médico y criminólogo italiano (N. d. R.).
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