José María Hinojosa
Estos dos nombres dirán muy poco al lector: Nikolai Gumiliov (1886-1921) y José María Hinojosa (1904-1936). Lo primero que llamará la atención del observador atento es la corta duración de sus vidas: treinta y cinco años, en el caso del ruso, y apenas treinta y uno en el del español. Existencias breves y dominadas por la poesía, arte en el que destacaron como algo más que buenos versificadores. En el caso del malagueño, quizás a algunos lectores amigos de la lírica del 27 les suenen estos versos que beben en las fuentes de la poesía pura de Juan Ramón:
Los dedos de la nieve
repiquetearon
en el tamboril
del espacio.
Parábolas de nubes
forman un halo
de cristal,
sobre el monte nevado
una línea
y un plano.
Quiero poner mi vista
sólo en el espacio,
que es sencillo
y a la vez complicado.
Gumiliov e Hinojosa tienen también un factor común que, posiblemente, es el que los hace casi desconocidos para el gran público en España (en Rusia, Gumiliov es un clásico): los dos fueron asesinados por los chekistas. En curioso paralelo con Lorca, no se ha encontrado la fosa donde están enterrados Gumiliov y las cincuenta y seis personas fusiladas junto a él en la noche del 26 de agosto de 1921, hace ahora un siglo. Es decir, Gumiliov e Hinojosa fueron cancelados por la izquierda radical, la misma que hoy nos da lecciones de moral y de memoria histórica a todos nosotros.
El vil chekista e insigne poeta Rafael Alberti
El vil chekista e insigne poeta Rafael Alberti cuenta en La arboleda perdida (que muchos llaman La arboleda mentida) que a Hinojosa le fusilaron sus campesinos. No, todo fue mucho peor, más sucio, más bolchevique: a Hinojosa, a su hermano, a su padre y a Luis Altolaguirre, hermano del poeta Manuel, no los mataron unos jornaleros con hambre de siglos, sino las bien cebadas milicias urbanas en una saca de presos de la cárcel de Málaga, perpetrada ante la complaciente inacción de las autoridades del Frente Popular, que, como siempre, dejaron hacer a las hordas rojas. Algo de este destino violento intuyó el poeta:
Herido siempre, desangrado a veces
y ocultando mi sangre sin riberas
llevo mis pasos presos entre nieblas
y mis miradas van sobre cipreses.
Aún conservo en las uñas esta sangre
que me dejó la carne de un momento
empapado de lágrimas y miedo
cuando vino a perderse entre mi carne.
Era sólo mi sangre quien llamaba
en medio de aquel valle, de aquel bosque,
y era sólo mi sangre, eran mis voces
las que oían la lluvia sobre el agua.
No, Hinojosa no fue ningún señorito de jaca jerezana y sombrero cordobés, sino un muy activo jurista y militante que participó en primera línea de la vida política malagueña desde posiciones tradicionalistas, “de ultraderecha”, que dirían los críticos académicos (lo que, sin duda, justifica todo asesinato). Además, cometió el gran pecado contra el Espíritu Santo del progresista europeo de los años treinta: viajó a la URSS y volvió completamente desilusionado de lo que vio. Al revés que Alberti, Bernard Shaw, León Feuchtwanger, Henri Barbusse, Beatrice y Sidney Webb y tantos otros, Hinojosa, al igual que Céline, no se quiso engañar y vio lo que se ocultaba tras la pantalla de la propaganda comunista. No creo que haga falta mucho más para relacionar su activismo político con esta visita. La izquierda lo “canceló” al modo y manera de la época, a tiros; pero su asesinato se sigue realizando desde entonces, pues ha desaparecido del santoral del 27 académico, ese que pretenden rojo y republicano y del que ya se piensa en borrar al maestro Gerardo Diego y al muy humano y muy intenso Dámaso Alonso. La lista de los poetas “muertos” de la literatura española crece con los años: Pemán, Basterra, Panero, José María Alfaro, Adriano del Valle, Luis Rosales, Fernando Villalón,Vivanco, Ridruejo, Manuel Machado, Hinojosa, Gerardo Diego… El objetivo de crear un canon cultural en el que sólo figure gente de izquierdas se está cumpliendo ante la absoluta indiferencia de la oposición, que debería estar para algo más que para parlotear de la economía y de Cataluña.
Nadie protesta contra esta cultura totalitaria de la cancelación
Pero para eso hay que leer poemas y no sólo el BOE, claro… El caso es que nadie protesta contra esta cultura totalitaria de la cancelación, que está empezando por Pemán e Hinojosa, pero acabará con Calderón, Lope y Quevedo. Tiempo al tiempo.
La cancelación
La manía de cancelar no es nada nueva: Nadiezhda Krúpskaya, la progre, agria, fea y obtusa mujer de Lenin (quizás estas circunstancias expliquen la crueldad vesánica del jefe soviético), ya “canceló” a Dante, a Nietzsche, a Schopenhauer y a todos los escritores rusos que no eran revolucionarios, desde Merezhkovskii y Berdiaev hasta los viejos eslavófilos de 1840. No dejó títere con cabeza y tuvo que ser Gorki quien la llamara a capítulo. Eso sí, a los vivos se les cancelaba de manera radical y definitiva. Asombra ver la cantidad de grandes nombres de la literatura rusa que acabaron en una fosa de la Cheká: los poetas Gumiliov, Kliuyev y Mandelshtam; excelentes narradores como Pilniak y Bábel; el príncipe Svyatopolk-Mirskii, historiador clásico de la literatura rusa; el director teatral Vsévolod Meyerhold y su hermosa mujer, la actriz Zinaída Raij…, por no hablar de los que acabaron por optar por el suicidio, como Yesenin (al que posiblemente “ayudaron” a quitarse de en medio) o Mayakovskii, o Marina Tsvetáieva. O de los que vivieron encerrados y acosados por el Partido y su cohorte de mastines, como Pasternak y Anna Ajmátova. O de los que el simple terror mantuvo en una prudente sumisión, como Prokófiev y Shostakovich. Y aquí sólo mencionamos a los más célebres. Centenares de escritores, músicos y artistas de segundo rango tuvieron suertes mucho peores.
En esto de la cancelación, Nikolai Gumiliov fue el precursor. Principal poeta del Siglo de Plata de la literatura rusa junto con su rival, Aleksandr Blok, y su esposa, Anna Ajmátova, su carrera poética se mantuvo en permanente ascensión. Para la crítica, su último libro fue el mejor. Es decir, que como Pushkin, Lérmontov y Yesenin, lo mataron en un momento de esplendorosa madurez. Gumiliov tuvo algo de héroe de Kipling: viajó por todo el mundo y se le puede considerar como uno de los principales exploradores rusos de África del siglo XX. Sus libros de poemas nos trasladan a paisajes lejanos y exóticos, como Shatior [“Tienda de campaña”, aunque sería menos literal pero más poético traducirlo como Pabellón], de 1921, que está dedicado al África Negra, aunque ya en su primera recopilación de versos, Romanticheskie tsviety [Flores románticas] aparece ese anhelo de lo lejano como espacio de libertad, algo que se puede ver en el juvenil y vibrante soneto Kak konkvistador v pantsirye zheleznom [Como el conquistador de coraza de hierro] y en el melancólico poema de 1907 Zhiráf [La Jirafa]. Se casa en 1910 con Anna Ajmátova, que como él y como Pushkin estudió en el prestigioso Liceo de Alejandro, en Tsárskoie Seló; con ella engendrará al gran ideólogo del eurasianismo, Lev Gumiliov (1912-1992), quien pagará un precio muy alto en la era soviética por ser el hijo de estos dos grandes poetas. Los años previos a la Primera Guerra Mundial marcan una sucesión fantástica de viajes y de amoríos que acabarán por romper su brillante matrimonio.
Pese a no disfrutar de una constitución fuerte y padecer de miopía, Gumiliov se alista en el regimiento de ulanos (lanceros) de la emperatriz Alejandra Fiodorovna, y en enero y diciembre de 1915 gana dos cruces de San Jorge, la máxima distinción rusa al valor. Participa en la invasión de Prusia Oriental y en las campañas contra los austríacos en Polonia y Galitzia. Alcanza el grado de subteniente, pero suspende el curso para promocionar a oficial de caballería. De esta época nos ha quedado un interesante diario de campaña, Zapiski Kavalerista [Apuntes de un soldado de caballería], que es una entretenida descripción del Frente Oriental de la Guerra del 14. Más tarde prestará servicio en los Húsares de la Emperatriz. Cuando estalle la Revolución de Febrero, Gumiliov se negará a prenderse un lazo rojo en un tiempo en que hasta los grandes duques lo hacían. Nunca renegará de su monarquismo ni de su ortodoxia, incluso en los años difíciles del comunismo de guerra. El Gobierno Provisional le destina a Francia, con el Cuerpo Expedicionario ruso; en el viaje de ida parará en Londres y establecerá contacto con Chesterton y Yeats, escritores a los que admiraba. Pedirá ir a Persia o a Mesopotamia, sin resultado. También redactó informes para los Aliados sobre Abisinia, el país de África que más le fascinó y sobre el que era un experto.
En abril de 1918 Gumiliov decide volver a Petrogrado. Esto marcará su destino. En lugar de incorporarse al movimiento blanco en el Extremo Oriente o en el sur de Rusia, Gumiliov decide llevar una vida “normal” de escritor. Noble, héroe de guerra, monárquico, poeta nada sensible a los temas sociales y políticos, Gumiliov realizará un milagro que sólo igualó Iván Ilín: sobrevivir en la Rusia de los soviets durante los años del Terror Rojo. Incluso Ilín sufrió arrestos en los que su suerte pendió del capricho de los chekistas, pero Gumiliov logró pasar sin grandes molestias hasta sus últimas semanas de vida. Posiblemente eso se debiera a que, pese a que tenía firmes ideas políticas, no era un político: ni opinaba ni se enredaba en esos asuntos, aunque sí eran conocidos sus comentarios sarcásticos sobre las nuevas autoridades. Cuando lo detengan y le pregunten por su militancia, Gumiliov se declarará apolítico, porque realmente no participaba en ninguna acción partidaria. Sin embargo, ante sus conocidos, no se recataba en afirmar que era monárquico ni en persignarse al pasar delante de una iglesia, algo inusual, casi heroico, en el horrible Petrogrado soviético, donde el hambre, el tifus, el frío y el terror eran la realidad cotidiana de 1918 a 1920. Baste con decir que la ciudad pasó de dos millones y medio de habitantes en 1916 a ochocientos mil en 1921. En 1920, el régimen soviético había inaugurado a bombo y platillo su primer monumento en la hermosa capital de los zares: el crematorio de cadáveres de la isla de Vasilievskii. Todo un signo de los tiempos.
En sus últimos poemas y, sobre todo, en el que será su libro postrero, Ognyennyi Stolp [Pilar de Fuego], de 1921, una veta más intuitiva y visionaria aparece en su estro. El impresionante Muzhik es una alegoría no sólo del poder de Rasputin, sino de la regresión al paganismo primitivo, al pantano, a lo elemental, a la barbarie. Como una oscura alusión a la pesadilla de la Revolución que ya estaba ad portas.
Vamos, pueblo ortodoxo, quemad
mi cadáver bajo el puente oscuro,
dispersad mis cenizas al viento…
¿Quién defenderá a un huérfano?
En las comarcas pobres, salvajes,
hay muchos más “muzhiks” como yo.
Y ya se escucha por vuestros senderos
el alegre rumor de sus pasos.[1]
De 1918 es Son [Sueño], dedicado a Anna Ajmátova, que no se merece que yo lo afee con una traducción; poema y pesadilla de amor que es un clásico de la literatura rusa. También de este tiempo es Rabochii [El obrero] en el que tiene un anticipo de su propia muerte, que se refleja en otros poemas como Ya i vy [Ustedes y yo] de 1917: “i umrú ya ne na posteli / pri notariuse i vrache” [Y no me moriré en la cama / entre el notario y el médico].
En el verano de 1921, la Revolución había ganado la guerra civil, superado el sobresalto de la rebelión de Kronshtadt y sólo inquietaban al Kremlin los campesinos rebeldes de Tambov, a los que en ese momento masacraba el joven mariscal Tujachevskii, convertido en “mártir” tras ser ajusticiado por Stalin en 1937. Gumiliov rehizo su vida sentimental con Anna Engelgart (Engelhardt) y era padre de una niña, Yelena. Gorki le dio empleo como jefe del departamento de traducciones del francés en la Editora de Literatura Mundial, y su actividad poética y literaria era más intensa que nunca, pues participaba en talleres literarios, recitales y debates artísticos. Es entonces, a la vuelta de un viaje por Crimea, el 4 de agosto de 1921, cuando Gumiliov es detenido en el curso de una operación ejecutada por Dzerzhinskii y autorizada por Lenin, Zinóviev (el matarife del Partido en Petrogrado, célebre por su renombrada cobardía), Trotski y Kámenev. El chekista Yakob Agrámov llevará a cabo los interrogatorios sobre una presunta Organización Militar de Petrogrado que conspiraba para subvertir el poder de los soviets. En realidad, el objetivo era aterrorizar a una intelectualidad que en su mayoría empezaba a aborrecer el régimen comunista. La Fiscalía de la Federación Rusa reconoció en 1992 que se trataba de un montaje que produjo 833 arrestos, 103 fusilamientos y 448 puestas en libertad bajo vigilancia. En esa operación, Gumiliov y sus compañeros de infortunio fueron calificados con un término que se haría común en tiempos no muy distantes: enemigo del pueblo [vlag naroda]. Entre las víctimas estuvo el profesor Tagantsev y un muy pequeño círculo de intelectuales y universitarios, aunque al examinar la lista de las personas ejecutadas con a Gumiliov el 26 de agosto de 1921 nos encontremos a muchas mujeres: dos estudiantes universitarias, una maestra, tres desempleadas, cuatro amas de casa (entre ellas la pobre mujer de Tagantsev), dos hermanas de la misericordia y una contable. Extrañas conspiradoras dentro de una presunta organización militar. Junto a Gumiliov, que se llevó a la cárcel dos libros, su Homero y la Biblia, mataron al escultor Sergéi Ujtomskii.
Desde 1922 hasta la caída de la Unión Soviética, Gumiliov fue un poeta cancelado, estrictamente prohibido, y nunca se permitió la reedición de sus libros. Sin embargo, para asombro de los críticos, como el americano Earl D. Sampson, esa cancelación tenía sus límites: “Aunque en la práctica no ha sido editado durante cincuenta años en la URSS, me he encontrado con ciudadanos soviéticos de muy distintas profesiones que, al saber que yo estaba interesado en Gumiliov, me recitaban su poesía de memoria. Otros [viajeros] han tenido experiencias semejantes”.[2] Un siglo después de su asesinato a manos de la “cultura” de la cancelación de la izquierda, Gumiliov es uno de los poetas más editados y queridos de Rusia, junto con Yesenin, de cuya historia nos ocuparemos otro día. Aquí, en el Occidente suicida del feminismo y la islamización galopante, no podemos decir lo mismo de Hinojosa, Pemán, Rosales y tantos otros.
[1]Remito al lector de esta traducción, quizá demasiado literal, al texto en donde se encuentra el poema: GUMILEV, Nikolai: Maloe sobranie sochinenii, p. 207. San Petersburgo, Ázbuka, 2014.
[2]SAMPSON, Earl. D.: Nikolay Gumilev, pág. 45, Boston, 1979.
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