Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos

Un justo

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Cuando Dios planeó destruir Sodoma, tal y como nos cuenta el Génesis, Abraham le suplicó al Señor que no destruyese la ciudad si en ella había diez justos. Ni siquiera logró sumar un número tan corto. Hoy, en este país que es digno heredero de Sodoma y Gomorra, Dios podrá encontrar un justo, un hombre sereno, tranquilo, estudioso y honesto, sin más ambición que la de servir a su Dios y sin más interés que el hacer que su ley y la de los hombres se cumpla.

Como, sin duda, el lector adivinará, me refiero al padre Santiago Cantera, eximio medievalista, experto en San Bernardo, y del que guardo como un tesoro un trabajo que redactó sobre la devotio moderna cuando los dos éramos estudiantes. Ya ahí, en aquel joven erudito, se adivinaba el inmenso talento de historiador y humanista que sólo necesitaba de futuros trabajos para admirarnos a todos. Porque Santiago Cantera ha aprendido su oficio de fraile erudito y humilde, de siervo de Cristo, en los ejemplos de santo Tomás Beckett frente a Enrique II, de Ambrosio de Milán frente a Teodosio, y de León Magno, el papa que frenó a Atila. Cantera es bien consciente de que lo que se juega la Iglesia en este enfrentamiento con las potestades seculares no es simplemente la exhumación de un viejo caudillo, sino la libertad de la Iglesia frente al poder temporal, su independencia o su sumisión frente al César. Con la exhumación de Franco, el poder laico pretende imponer al poder eclesial su vengativa arbitrariedad, su "ley" transitoria, efímera, sumisa al capricho de las masas y de la propaganda. Frente a este poder en apariencia omnímodo, sustentado por una plebe estúpida y manipulada, se planta

Una pequeña comunidad de monjes que no puede ceder a las exigencias de un gobierno tiránico (de la tiranía del número, la peor de las imaginables).

una pequeña comunidad de monjes que no puede ceder a las exigencias de un gobierno tiránico (de la tiranía del número, la peor de las imaginables) sin sacrificar los valores esenciales de la Iglesia como institución sagrada, fundada por Dios y Cuerpo Místico de Cristo. Entregar contra todo fuero y derecho el cuerpo de Francisco Franco a la vindicta de sus enemigos, es autorizar por la propia Iglesia la profanación de una res sacra.

Son los valores supremos de la civilización cristiana los que amenazan los profanadores del sepulcro de Franco, el jefe que salvó a la Iglesia española de su exterminio físico, del genocidio de creyentes que perpetró el Frente Popular. Francisco Franco fue bendecido por los papas, hecho caballero de la Orden de Cristo y su guerra contra la anarquía y el odio a Dios socialanarquista fue considerada como Cruzada por los obispos españoles, sin que el papa presentara la menor objeción.

Que la Iglesia entregue los restos del que fue su defensor, su restaurador, su benefactor y su fiel devoto a la vil revancha de la hez de la nación, revela por qué las parroquias están vacías, por qué no hay vocaciones y por qué la mayor parte de los españoles pensamos que la jerarquía eclesiástica está formada por saduceos y poltrones, sin la menor vocación de servir a la verdad y de ejercer el deber de todo bien nacido: ser agradecido. 

Esta Iglesia de Bergoglio, el capellán de Soros, vendida al multiculturalismo, esclava de la ONU, que se ha olvidado de defender la vida, la unidad católica de España y la herencia cristiana de Europa, ha hecho todo lo posible por arrastrarse por el fango y por escupir sobre el recuerdo de sus mártires del siglo XX, víctimas todos ellos de esa ideología que sustenta y anima la falaz Memoria llamada "Histórica". Pero ante la indignidad, la cobardía y la felonía de la Conferencia Episcopal, junta de malos rabadanes empeñados en perder a las pocas ovejas que les quedan, se alzan unos pocos frailecillos a los que se les ha puesto en el brete de defender sus principios o imitar a Caifás y a Judas. Estos ejemplares, admirables, maravillosos benedictinos han decidido hacer valer su buen derecho, pese a las amenazas y los alardes de los siervos del Anticristo, de los enemigos jurados de la religión cristiana, de aquellos que, día sí y día también, ridiculizan a los católicos y blasfeman sin límite en sus medios de comunicación. Bien tontos son los doctores y levitas de Roma si creen que por callar la verdad y humillar la cerviz el enemigo cesará en sus ataques.

Yo no sé si, como afirma el sarcasmo de Cioran, la Iglesia tiene los siglos contados. Lo que sí sé es que en la actitud valiente, digna, serena, virtuosa y heroica de Santiago Cantera y sus incomparables monjes todavía vibra la eterna fibra de la verdadera Iglesia, esa que ya no se encuentra en Roma.

Lector que lees estas páginas, no dejes que tan magnífica muestra de valor quede sin apoyo. Haz lo que esté en tus manos para apoyar al padre Cantera y hacer que el mal y la vileza no prevalezcan.

 Amén.

 

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