Verdugo de sí mismo, el gobierno Rajoy muere de forma ignominiosa, cosido a navajazos por sus queridos aliados del PNV y por el hombre de Estado Pedro Sánchez, aquel cuya lealtad hacia la patria era una garantía de futuro para España. Esperemos que algún día un tribunal de responsabilidades políticas ajuste cuentas con los que hoy ya son cadáveres históricos.
Al frente del gobierno, que no controla ni un tercio de los escaños de la Cámara Baja y que será incapaz de hacer aprobar una sola ley en el Senado, se encuentra un individuo cuyos rasgos de carácter son la audacia, la obstinación y una completa falta de principios, ideas e inteligencia. Como los emperadores romanos del siglo III, se ha revestido de la púrpura gracias a un motín de los pretorianos. En Roma, cuando el nuevo gobernante se instalaba en el Palatino, tenía que pagar a sus soldados y aumentarles la asignación; de lo contrario, sería su sangre la próxima que regase las salas de la domus flavia: véanse los casos sucesivos de Helvio Pértinax, que se negó a pagar a los pretorianos por haberse amotinado y fue muerto por ellos, o de Didio Juliano, al que no se le ocurrió otra cosa que adquirir el imperio que los pretorianos vendían en almoneda, lo que ocasionó también su pérdida. Sánchez es uno de esos centuriones al que el odio de la tropa contra un emperador cobarde y corrupto ha llevado al trono. Hoy todo son festejos, pero a partir de mañana se verá obligado a pagar. Y, como Didio Juliano, va a necesitar mucho efectivo para hacer frente a tan alta puja.
Pero es que es posible que ni siquiera le valga con pagar. Dentro de muy poco tiempo, en unos meses, el separatismo vasco habrá cobrado su dinero de los Presupuestos y Puigdemont puede que ejerza de nuevo como presidente de la Generalidad. Entonces las exigencias se extremarán. Sánchez no querrá dejar el cargo ni convocar elecciones. No le quedará más remedio que ceder ante quienes actúan coordinados y siguen unidos por un odio común: España. El apego de Sánchez a la presidencia y su ínfimo porcentaje de escaños le convierten en un rehén perfecto para legitimar una operación de troceo del Estado que puede tomar varias formas. Una de ellas es aceptar el hecho consumado de la independencia catalana. Recordemos que la legalidad constitucional española no tiene ningún valor para los separatistas, que se rigen por sus propias leyes y que, por cierto, no han abolido la fantasmal república proclamada de manera tan bufonesca en octubre pasado. Es decir, su propia legalidad sigue vigente para ellos, no han renunciado a nada y, para su imaginario, Puigdemont sigue siendo el jefe de ese endriago político y el tal Quim Torra no es más que un quidam, un fámulo que espera la llegada de su señor. El simbolismo del despacho vacío del traidor Puigdemont no es una pose.
A Sánchez le restan dos años de poder como máximo. Después puede ser derrotado por un adversario que, a lo mejor, disfruta de una mayoría absoluta. El separatismo sabe que no puede sobrevivir a un gobierno fuerte en Madrid que no necesite de sus votos. Aún peor, tal y como se están poniendo las cosas, aquel partido que alce la bandera de la reacción nacional contra el chantaje de las taifas antiespañolas es seguro que logrará un estupendo resultado electoral, porque esta legislatura va a agotar la paciencia de muchos y movilizará a bastante más gente de lo que se cree. Nunca va a disponer el separatismo de una ocasión mejor para fracturar España, es el ahora o nunca. Sánchez será sólo un fruto que se exprime y cuya cáscara se tira a la basura una vez que se le ha sacado todo el jugo. Si Cataluña y el País Vasco quieren una independencia total, este es el momento. Una ofensiva coordinada en los próximos meses sería irresistible con un gobierno tan débil en Madrid. Recordemos que los diputados de la Esquerra ya anunciaban que ésta es su última legislatura en la Carrera de San Jerónimo. No era una boutade.
Al contrario de lo que creen muchos ilusos, primero habría independencia y luego, quizás, una confederación muy laxa. Quedan flecos de difícil solución que pueden entorpecer la fractura de España. Uno de ellos es Navarra, en pleno proceso de Anschluss a "Euzkadi", pero en el que un referéndum sería ruinoso para los separatistas. Lo mismo se puede decir de Valencia, pero ya no de Baleares. Los frutos están en sazón y sería de locos esperar a que caigan de árbol. Mejor varear ahora.
Los separatistas vascos ya han presentado su proyecto de nuevo estatuto, que es prácticamente una declaración de semiindependencia. Sólo puede retenerlos en España (aunque siempre como ciudadanos de primera) el miedo a irse sin Navarra, parte irrenunciable de los planes de alta traición del mundo abertzale.
Y, por supuesto, quedan los neoestalinistas de Podemos, dispuestos a fagocitar a un PSOE que va por el camino de una bolchevización integral que sólo beneficia a la señora Iglesias. Suresnes se ha olvidado y el vacío ideológico de la socialdemocracia, que está más que muerta, lo ha ocupado el postmarxismo de la corrección política y la superstición de género, típicas del entorno podemita. El PSOE ya es Podemos porque piensa como Podemos y acabará por actuar como Podemos.
¿Qué es, pues, el tal Sánchez? Un pelele, un muñeco, un símbolo tradicional de la impotencia. Le esperan dos años, como muchísimo, de intenso manteo.