Ahora, con la apertura de ese cajón de desastres afectivos que es el poliamor, todo el mundo maneja con desparpajo el término pansexualidad. Permitan que lo expropie. Soy yo quien lo creó. Un escritor tiene que acuñar neologismos. Tengo la conciencia tranquila. He inventado varios: bullipolleces, martirimonio, causualidad y así hasta veintisiete topónimos para rebautizar España. En mi libro El sendero de la mano izquierda, que propone un código de conducta expuesto en ciento ochenta y un aforismos, se lee: «No seas heterosexual ni homosexual. Sé pansexual». Quod erat demonstrandum: la primera edición de esa obra es de 2002. Hasta hace poco los lectores, los periodistas y los curiosos me preguntaban qué es eso de la pansexualidad. Ahora la dan por sabida y que me zurzan. Pero no escribo estas líneas para reclamar el copyright, sino para refunfuñar un poco a cuento del morrocotudo follón que devasta Madrid. Hablo de oídas, porque el jueves salí huyendo, como tantos otros, de lo que ya había empezado y, sobre todo, de lo que se avecinaba. Ya lo habrá hecho. Séanle leves, amigo lector, el estrépito del Orgullo Gay, los excesos coreográficos de su desfile y la basura, los condones y los regatos de orina que emporcarán el centro de una ciudad que es ya, de por sí, una de las más sucias de Europa, pero no caiga en la tentación de achacarme un delito de homofobia. Siempre he defendido el derecho de los homosexuales, de los transexuales, de los pansexuales (yo), de los asexuales (allá ellos), de los crossdressers, de los queers y, por supuesto, de quienes sólo son heterosexuales a palo seco, a hacer con su libido, su anatomía y sus fantasías lo que les venga en gana, a condición de que no medie engaño, abuso, explotación ni violencia. Pero, una vez sentado ese criterio con inequívoca claridad, me declaro culpable de varios delitos de odio que nada tienen que ver con las preferencias sexuales ni emocionales. Odio las muchedumbres y las manifestaciones, odio la barahúnda, las avalanchas y los rebaños, odio todo lo que altere el silencio, la quietud, la soledad y el buen gusto. Tea for two, si hablamos de amor, o for many, durante un ratito, si hablamos de poliamor. Siento ser un aguafiestas, pero el Orgullo Gay me parece algo tan hortera como el Carnaval de Río, el Junts pel Sí, las paradas de Kim Jong-un, la final de la Champions o la Cabalgata de Reyes. Beatus ille, decían Horacio y Fray Luis.
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