Que la morisma tiene poca solución creo que lo saben en realidad casi todos los políticos. Ahora falta que lo sepa casi toda la gente, empezando por los periodistas. Los economistas no ignoran que bajo dicha religión, cultura o ideología –es lo mismo--, la prosperidad para la mayoría de la población se convierte en desiderátum imposible. Donde no hay garantías jurídicas no hay economía medianamente próspera y equitativa. Si no hay transparencia financiera jamás se consigue un nivel medio decente de bienestar. Si dogmas inventados en el siglo siete predominan sobre las más elementales leyes de la razón, ese grupo se estanca y sencillamente se pudre moralmente. Una sociedad que margina a la mitad de sus miembros está ya condenada frente a otra en la que las posibilidades de desarrollo personal están cada día más al alcance de todos, todas y todes. El supremo desprecio a las implacables leyes de la demografía hace que la explosión humana termine por desbordar cualquier economía, cualquier frontera. El empecinamiento en los dogmas religiosos antes mencionados fabrica bestiales guerras internas, absurdas en apariencia pero que ocultan la más negra sed de poder de grupos encumbrados, como siempre ha ocurrido en todos los conflictos llamados de religión. Hablando de religión, una en la cual la apostasía está castigada con la muerte dice ya mucho de la piedad y equidad que pueden esperar de ella quienes todavía no la practiquen. Las siniestras teocracias, superadas por fortuna en el mundo occidental, son aún bien vistas en el mundo islámico, para el que el antropocentrismo, que tanto costó imponer en Europa, es simplemente una muy despreciable forma de concebir el pensamiento.
Y así les va. Países todos de fatwas, lapidaciones, ablaciones de clítoris, ahorcamiento de homosexuales, degüellos, velos a rostro completo, matrimonios con niñas, esclavitud descarada…, en fin, elijan alguno de estos dulces aspectos de la existencia y aplíquenlos en el orden y cantidad que deseen a los países islámicos que conozcan. Porque el binomio democracia islámica es quizá el mayor oxímoron que se despacha hoy en política.
Hasta ahí su derrota, su intrínseca y perpetua derrota. La que llevan y llevarán dentro de sus dogmas y entre sus creyentes mientras estos existan.
Ahora viene su victoria. Su victoria somos, sencillamente, nosotros. Nosotros se la hemos dado, se la estamos dando al admitir en nuestras tierras a miembros de esa religión que no están dispuestos a aceptar los principios que han hecho que nuestras sociedades sean más igualitarias y prósperas. Los islámicos se precipitan hacia países que, justo porque no son islámicos, han prosperado para todos o casi todos. No sé si me explico. Otorgamos nuestras muy trabajadas libertades a quienes precisamente no creen en ellas. Los inmigrantes islámicos se tecnifican pero no se civilizan. ¿Quieren más atentados bestiales, suicidas o no? No se preocupen, los tendrán, se lo juro. Donde menos lo piensen. Cuando menos se lo esperen. Sencillamente no puede ser de otro modo. Su finalidad, está claro, es acabar construyendo dentro de nuestra sociedad la misma fracasada sociedad que a ellos les ha expulsado de su tierra. Acabar construyendo también aquí el mundo del que han huido. Lo intentan con la más minuciosa persistencia. Y con nuestra ayuda lo van consiguiendo. Trate usted de levantar una iglesia en Riad. Pero puede y debe usted solicitar dinero y subvenciones para una mezquita en León, en Cuenca o en Madrid. Faltaría más, para esos somos tolerantes. Ahí está su victoria. La que no tuvieron hace varios siglos, cuando éramos tan intolerantes como ellos, los considerábamos enemigos y sencillamente los echamos. Ahora no, ahora ya no son nuestros enemigos. Pero nosotros sí lo somos de ellos, no les quepa ninguna duda. Esperen a que sean la mitad más uno. Ahí está, repito, su victoria. Sencillamente en nosotros.