Así reza una lápida que he leído hace poco, junto a uno de los cementerios de mi provincia, en recuerdo de varios fusilados por los franquistas.
Así reza una lápida que he leído hace poco, junto a uno de los cementerios de mi provincia, en recuerdo de varios fusilados por los franquistas. Como en muchas de otras geografías españolas, en especial tras la promulgación de la conocida por Ley de la Memoria Histórica. También como paladín de la democracia y la libertad, literalmente, se presentaba ayer en un mitin un tal Pedro Sánchez, en representación de un partido que se autotitula socialista, español y obrero.
La verdad es algo distinta. No todos de los llamados caídos del bando nacional lo fueron por Dios y por España, si exceptuamos a los religiosos, que sí fueron asesinados llana y simplemente por “odium fide”. Y en lo referido a España, ambos bandos se la arrogaban por suya.
Pero es aún mucho menos cierto que los fusilados por los franquistas lo fuesen por la libertad y la democracia, esos conceptos liberales, burgueses incluso, y muy lejos de las ideologías dominantes en el Frente Popular. Pese a ello, en las dos palabras referidas suelen escudarse los defensores de los perdedores del conflicto para provocar la simpatía y solidaridad del caminante lector que pasa junto al texto en bronce, piedra o cerámica en los camposantos.
Es bueno recordar, de entrada, que en un principio, la sublevación militar fue al grito de “Viva la República”, pero, eso sí, contra el Frente Popular que gobernaba, a su manera, desde febrero de 1936. Incluso en las primeras semanas, la bandera era aún la misma. A los defensores del Alcázar de Toledo les tuvieron que lanzar una bicolor desde un avión para que la cambiaran, a principios de septiembre del 36, cuando el bando rebelde había recuperado la de Carlos III pero los asediados vivían aún en un comprensible error emblemático.
Sería mucho más verosímil escribir, y como homenaje de los referidos muertos, algo así como “muertos por la dictadura del proletariado, por la colectivización forzosa o por la socialización de la propiedad”, caso de que los fusilados hubiesen pertenecido al PCE, a la CNT-FAI o al PSOE. Pero, claro, esos argumentos, mucho más veraces, levantarían menos simpatías entre bastantes de los transeúntes, que sí se ven reflejados en las palabras anotadas al principio de este artículo.
Y sin embargo, puedo asegurar al lector que, si supieran y pudieran, casi todos los ejecutados referidos se revolverían en sus tumbas de saber las consignas que ahora les cubren. Ni siquiera el ambiguo término de “muertos por la República” es exacto. Republicanos eran Melquíades Alvarez, Manuel Rico Abello o Ramón Alvarez Valdés, ex ministros y ex diputados asesinados en la cárcel Modelo de Madrid en 1936. No bastaba con ser republicano, o al menos no durante la guerra. Los republicanos liberales eran más perseguidos y asesinados en el bando leal que en el rebelde, en el cual se mató a poquísimos de ellos.
Vengo de leer el buen trabajo de Sánchez Tostado sobre las víctimas de la guerra civil en Jaén. El libro es bastante completo en cuanto a cifras, aunque algo subjetivo en el texto, creo. Lo prologa Paul Preston, como se sabe muy poco sospechoso de simpatía por el franquismo. Pongo Jaén como podría poner cualquier provincia que hubiese pasado la guerra con la República y hubiera sufrido la represión franquista después. El texto referido da unos dos mil muertos durante el periodo frentepopulista y unos tres mil tras el fin de la contienda. Son números estremecedores, de acuerdo, pero ocurre que, salvo las víctimas por algún bombardeo, todos los asesinados durante la guerra en la provincia, todos, lo son simplemente por ser derechistas, es decir, por ser maestros, funcionarios, propietarios, abogados, agricultores, amas de casa, sacerdotes o monjas, gravísimos delitos estos dos últimos, como se sabe, y que llevaban al paredón o a la cuneta por el mero hecho de ejercerse. Y conste que quien esto escribe no es persona precisamente de comunión diaria. Ni siquiera anual.
Los muertos en la provincia después de la contienda son, en su casi totalidad, por haber matado, por haber mandado o incitado a matar, o por haber permitido matar arbitrariamente durante el ejercicio de algún tipo de autoridad. Creo que existen pues algunas diferencias, y todo ello, repito, sin quitar un ápice de dolor y rechazo a todas las muertes de nuestra bárbara guerra civil.
Pero vuelvo al principio de estas líneas trayendo a colación a los clásicos del pensamiento revolucionario. ¿Qué dirían Marx, Bakunin, Lenin, Largo Caballero, Negrín o Stalin al ver que quienes cayeron por sus ideas están ahora lapidariamente justificados por citas en las que se ensalzan aquellas burguesas y deleznables formas de gobierno contra las que ellos escribieron y lucharon, cada uno en la medida de su poder?
Nada bueno, seguro.