La islamización de Europa es el hecho más importante de nuestro tiempo y el que más consecuencias a largo plazo tendrá para nuestra cultura, algo con lo que vamos a tener que coexistir durante generaciones y sobre lo que lo desconocemos casi todo. Y el fenómeno no va a parar: la necesidad de mano de obra barata de la oligarquía y el interés que tiene la dictadura del mercado por abolir los obstáculos a su expansión ilimitada, obliga a romper las viejas naciones europeas, a diluir su conciencia nacional, la base sobre la que se sustenta su soberanía, para convertir a Europa en un aglomerado de apátridas sin identidad. Por eso, mientras las actuales élites nos gobiernen, Europa será cada vez más islámica y africana, hasta convertir a sus incómodos nativos en una minoría en su propia tierra. Ya no es ninguna fantasía novelesca imaginar el brillo de la media luna sobre las agujas de nuestras catedrales góticas en un futuro más próximo que lejano.
Con estas perspectivas, Descifrando el islam, el nuevo libro de Carlos Paz, publicado por la editorial Eas, es un texto indispensable para guiarnos en esta nueva realidad que se ha instalado en nuestro continente, fuera de sus reductos tradicionales en los Balcanes, y que parece culminar el proceso no ya senil, sino terminal, de Occidente.
Paz nos da una visión de conjunto del islam, ajustada, completa y hasta erudita en algunos casos, pero con brillantez y claridad y, sobre todo, con el conocimiento íntimo de una materia que otorga el haberla vivido, el hecho de que forma parte de la experiencia personal del autor. Carlos Paz no sólo conoce el tema por los libros, sino porque ha estado en primera línea del frente. El autor conoce muy bien Siria, Líbano e Irán; es uno de los pocos españoles que no sólo son conscientes del genocidio de la cristiandad oriental, sino que hace lo que puede por evitarlo, mientras los muy bien pagados defensores de todo tipo de derechos miran hacia otro lado. Probablemente, el nombre de Carlos Paz suene entre muchos por su acción en defensa de la independencia y la soberanía de Siria frente a los ataques de las bandas wahabíes, financiadas por Occidente, el aliado indispensable del fundamentalismo. Su larga experiencia en la zona y su trayectoria como analista geopolítico le dan un interés peculiar a sus explicaciones sobre el desarrollo de la conflictividad en el área de Oriente Próximo.
La obra está dividida en dos partes: una de exposición de los datos generales del mundo islámico. La segunda es un análisis en el que influye la propia andadura vital e intelectual del autor, cuyas perspectivas son en absoluto diferentes de las de los analistas y expertos al uso, todos sumisos a los dogmas del pensamiento único. De las conclusiones más interesantes que podemos extraer de estos análisis es que el propio islam es una víctima de la modernidad, de las agresiones sufridas durante los dos siglos pasados, que destruyeron su independencia política y su modo de vida tradicional. En realidad, las hordas wahabíes que asolan Afganistán, Siria y Yemen son un fenómeno revolucionario, ajeno al islam tal y como se ha vivido en la mayor parte de la Umma hasta el presente. A quien haya leído a los maestros de la Tradición, como René Guénon, Titus Burckhardt, Martin Lings o Frithjof Schuon —siempre es oportuno consultar su clásico Comprender el islam—, todo esto les sonará familiar. Conviene que lo tengamos presente, porque donde se quiere ver por la mayoría un enemigo, puede que acabemos hallando un aliado, como el autor lo encontró en el Gran Mufti de Damasco, Ahmad Badr ed–Din Hassoun, víctima de la violencia de los fundamentalistas. Es muy importante que entendamos que el islam tradicional, tanto sunní como chií, ha sido atacado con violencia por las hordas fundamentalistas y que el sufismo o la comunidad de los alauíes están tan perseguidos como los cristianos por estas cáfilas que financian y arman Arabia Saudí y Occidente. Hay un dato que debería llamar la atención: en aquellas sociedades donde el islam tradicional ha pervivido, los fundamentalistas han fracasado. Es entre las comunidades islámicas especialmente desintegradas, como puede ser el caso de los musulmanes en Europa, donde el fundamentalismo encuentra a sus mayores valedores.
Otro aliado es la mediterraneidad, esa forma de vida que tiene tantos elementos en común, milenarios, a uno y otro extremo del Mare Nostrum. No deberíamos olvidar esos factores de unidad frente al enemigo común de las fuerzas antitradicionales, de la que este puritanismo “calvinista” salafí es simplemente la encarnación islámica de lo que la Reforma fue en Occidente. Frente a las agresiones de la ciencia y la técnica modernas, frente a la deshumanización y aniquilación de la esencia espiritual del hombre, frente a su despersonalización, las dos tradiciones, tanto la del islam (todavía operante) como lo que pueda quedar de la cristiana (es decir, la mayor parte de la Ortodoxia y algunos núcleos católicos), tienen un mensaje común que no deberíamos olvidar: el hombre no es una bestia sin alma que sólo sirve para trabajar y consumir.
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