AL HILO DE LOS CLÁSICOS

¡A degüello con la Giralda!

Está claro que nuestros políticos autonómicos no creen en Dios, pero sí en Alá.

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Está claro que nuestros políticos autonómicos no creen en Dios, pero sí en Alá.
De haber saludado la lengua árabe, sabrían que Alá es simplemente el nombre de la divinidad en ese idioma, y dirían menos sandeces referidas a la mezquita de Córdoba y a su uso o confiscación.
Parece que además están encontrando el apoyo de países de impecable trayectoria cívica, tales como Irán o alguno de los Emiratos.  A la Junta no sé, pero a mí me preocuparía el aplauso de compañeros de viaje de ese jaez. Lugares donde se ahorca a los homosexuales, se discrimina a las mujeres y prácticamente se tolera la esclavitud no son quizá los más apropiados para emitir juicios de valor hacia países en los que el Renacimiento primero y la Ilustración después, pasando por la Reforma protestante, han colocado a la religión en las esferas de la opción personal, de la libertad de culto y de la posibilidad o no de practicar ninguna. Recuerdo a nuestros ignaros políticos andaluces que en el Islam no se permite el ateísmo ni la apostasía, esta última castigada sencillamente con la muerte. Mírense la legislación al respecto.
Tampoco he de referir a los sabios que gobiernan nuestra comunidad que últimamente, cuando los del turbante se han hecho con el poder en algún país, los primeros en caer son los laicos y los autodenominados progresistas, cosa que pudo comprobarse en Irán y Afganistán, pongo por caso.
Por todo eso, a fin de que se ganen aún mayor cariño por parte de gentes tan respetuosas con las creencias ajenas, exijo a nuestros inquietos próceres que no se queden en una minucia como la mezquita cordobesa. La Torre del Oro está pidiendo a gritos que se le desmoche la cupulilla que la afea desde el siglo XVIII, en los Reales Alcázares hispalenses urge una restauración que derribe todo lo añadido de los siglos XV al XIX, capillas incluidas, y deje solo los escasos restos almohades y las construcciones mudéjares de Pedro I. Y sobre todo, de verdad, lo que no puede aguantarse es el indigno apósito que corona la torre mayor de la ciudad de Sevilla, todo ese horrible cuerpo de campanas, rematado encima con la estatua de la fe, símbolo de idólatras donde los haya, por más que Hernán Ruiz lo construyera y Bartolomé Morel fundiera la escultura en unos tiempos en los que el enemigo turco señoreaba el Mediterráneo y desde las costas españolas se tenía enfrente a un rival expansivo e implacable. Más o menos en la misma época en el que se embutió la catedral cristiana dentro de la Mezquita cordobesa, que por cierto se construyó sobre la iglesia visigoda, cosa que a lo mejor también habría que revisar para hablar de ello.
La Giralda de Sevilla, tal como hoy la vemos, es pues un insulto a la tolerancia, una falta de respeto hacia una religión respetuosa y respetable. Ese símbolo de la ciudad requiere que alguien de tan sutil espíritu y tan elevado nivel cultural como nuestra Junta de Andalucía gestione de nuevo sus venerables ladrillos y recupere su imagen primigenia, respetando, eso sí —por la cuenta que le trae a la torre— todas la basas y piedras romanas sobre las que está cimentada y a cuyo pie asoman algunas, escritas en latín, un idioma obsoleto al que nada debemos y nada nos dice a los hispanohablantes de hoy.
Por eso, insisto, lo de la mezquita me parece, con todos mis respetos, el chocolate del loro. Una vez comenzada la reivindicación islámica, se precisa un Plan Andaluz de Urgencia que, desde Huelva hasta Almería, restituya a cualquier precio el esplendor de las edificaciones musulmanas y se las prive de los usos religiosos —quiero decir politeístas— o civiles que se les están dando ahora. Alcázares, iglesias, recintos murados, baños, etcétera, recuperarán así, gracias a muy sesudos políticos, la función que una vez tuvieron y que en mala hora les arrebató la piojosa horda idólatra venida del norte, una horda cuya evolución acabó produciendo basuras tales como el estado de derecho, la igualdad de la mujer y la opción a cualquier religión, o al ateísmo, cosas todas que, a la vista está, andan muy superadas en los paraísos aplaudidos por las últimas disposiciones de nuestra administración autonómica.
Que Alá nos coja confesados.

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