"De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes."
El 6 de junio de 1937, en la revista Hora de España, Antonio Machado ponía en boca de su heterónimo Juan de Mairena esta reflexión:
“De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etcétera, antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.
Según eso, amigo Mairena –habla Tórtolez en un café de Sevilla–, un andaluz andalucista será también un español de segunda clase.
–En efecto –respondía Mairena–: un español de segunda clase y un andaluz de tercera.”
Hasta aquí la cita. Recordemos que un mes antes habían tenido lugar los sucesos de Barcelona –una pequeña guerra civil dentro del bando republicano– tras los cuales caía el gobierno Largo Caballero y subía al poder Negrín, también socialista pero bajo cuyo mandato los comunistas iban a hacerse con el timón del gobierno, y sobre todo del ejército. El nacionalismo catalán iba a salir también trasquilado del envite, y don Antonio escribía para aviso de navegantes.
No es de recibo, pensamos, atribuirle a Machado veleidades derechistas, y menos durante la guerra. Su vida duró, como se sabe, poco más que ésta, y es de los españoles de los que verdaderamente puede decirse que murió de pena, una vez terminado el conflicto con la victoria de las armas nacionales.
Y sin embargo, entonces y ahora, sobre todo ahora, la izquierda española en general ha tenido y tiene un extraño, histérico y suicida romance con el nacionalismo.
Ya en 1934, a propósito del intento de golpe de Estado izquierdista contra la República, Prieto había asegurado que “Cataluña no está sola”. Frase que pudo verse escrita y jaleada en manifestaciones por toda España hace un par de años, con motivo de duras cargas policiales en Barcelona que se saldaron con numerosos heridos y detenidos. Las cargas eran de sus propios “mossos”, por cierto.
¿No está sola Cataluña… para qué? ¿Para estar más sola? Porque no puede negarse que, sin el apoyo izquierdista, el auge actual del nacionalismo en España habría sido mucho menor, menos letal. Sin embargo, nada más lejano del pretendido internacionalismo izquierdista que el cicatero localismo nacionalista que nos aflige. ¿Cómo se entiende esto?
Asombra también pensar que la izquierda, en concreto el PSOE, tuvo en sus manos, hasta hace pocos años, los gobiernos autonómicos de Galicia, el País Vasco y Cataluña. ¿Do están aquellos dirigentes? Y lo qué es peor, ¿qué se fizo de aquellos votos, que diría Jorge Manrique? ¿Quién se ha beneficiado, y mucho, de tales veleidades? ¿Quién se acuerda de los preclaros estadistas Touriño, Montilla o Pachi López? Sus nombres están ya casi en el olvido, y muchísimos de sus votos, es lo peor, en los partidos nacionalistas. Son datos comprobables. El odio a la derecha liberal española hizo y hace que caso de derivar hacia otro lado, el voto teóricamente progresista de la periferia acabe en un nacionalismo visceral que tiene todas las lacras posibles de esa derecha de la que se abomina, sumándole las del racismo, el expansionismo y un hipócrita lloriqueo irredentista.
Todo viene, no se dude, de la posición izquierdista frente al franquismo. Pensábamos muchos entonces que el enemigo de un malo tenía que ser por fuerza un bueno. Franco era malo. ¿El comunismo iba contra Franco? Pues era bueno. Ya está. ¿La ETA iba contra Franco? Pues era buena. Así de sencillo. Recuerden si no. Luego pasa el tiempo y se descubre que el enemigo de un malo no es por fuerza un bueno, sino que puede ser un peor. Y de hecho así ha sido. El nacionalismo en España vive aún de las rentas de su antifranquismo, de su pretendido antifascismo incluso. A moro muerto, gran lanzada, que se dice.
La vieja izquierda española no ha sabido frenar a tiempo con un mínimo de cordura que le hubiese evitado caer en el desastre en el que se encuentra. Y lo malo es que no sólo se ha desangrado a favor de un miserable localismo que se las da de avanzado, llámese CiU o PNV. Lo malo es que –abstracción hecha de corruptelas–, gran parte del pueblo español periférico ha perdido la fe en la palabra “izquierda”, en un ideal progresista, equivocado o no, y ha derivado otra vez –como en los tiempos iberos, como en los taifas, como en los cantones–, en una ciega y torpe política de terruño, de boina, y de barretina que paradójicamente encubre todo un sistema totalitario de gobierno contra el que se creía que se luchaba.