Es hora de definiciones, en América del Sur y al parecer en todo el mundo. Todo está ya relacionado entre sí, de modo que quien observe sólo lo que pasa en su aldea o su región, no podrá entender nada de lo que ocurre. A eso hay que agregarle que las cosas cambian rápidamente, y que los paradigmas ciertos o falsos que creímos inamovibles van cayendo uno a uno.
Las viejas naciones ilustradas son a menudo cáscaras, meras administraciones y territorios que en realidad son manejados por otros con más poder que se mantienen ocultos: el poder mundial, las empresas multinacionales, etc.
La patria no es una administración. Tampoco es algo congelado en la historia. Viejos imperios, sentimientos religiosos, el amor por la historia, son como las bayonetas de Napoleón, sirven para muchas cosas menos para sentarse sobre ellas. Nada servirá si no encontramos la forma adecuada de defender a los que consideramos nuestros, para que sigan con vida y se proyecten hacia adelante. También las almas de los que nos precedieron necesitan eso.
Pero el tema es entonces ¿Quiénes son los nuestros? Y nos encontramos con que para definirlo debemos quitarnos de encima todo el peso de una falsa educación, de una patria formal que consiste en defender los intereses económicos de otros, la cultura de otros, el destino de otros. Esas formas que nos metieron en la cabeza van variando según las necesidades del régimen, pero nunca son verdaderas.
Un claro ejemplo de eso es la enemistad entre los pueblos criollos de Chile y Argentina, pacientemente creada y mantenida durante años. La miserable conducta del gobierno chileno durante la guerra de Malvinas, nada tiene que ver con los criollos de Chile. Pero la generosa conducta del gobierno peruano de entonces, tampoco nos impide reconocer que hoy ya no son los criollos los que gobiernan el Perú. Es que nunca los pueblos criollos y hermanos son el eje de las políticas de nuestros países. Si Chile recibe la influencia de Londres en su política exterior, hoy Perú responde a una ideología racial “permitida” que se llama “etnocacerismo”. Si nosotros hiciéramos un partido que se llamara “etnocriollismo”, todos sabemos lo que pasaría. Un día escuché a un hombre del sur argentino reivindicar a su raza. Repitió la palabra raza muchas veces, refiriéndose a no sé qué raza india. Pero él a todas luces no era un indio. La ideología da forma a las necesidades de los intereses que las generan y las manejan.
Hemos visto a los pueblos europeos asesinarse entre sí hasta casi desaparecer. Creo que esa experiencia es para nosotros fundamental y nos muestra el camino que no hay que seguir. Los nacionalismos han sido en gran parte culpables de esto. Si no cambiamos, tendremos el mismo destino. De hecho pudimos habernos matado en el pasado, con amigos chilenos con quienes tengo todo en común y a quienes considero verdaderos compatriotas.
Pero los otros no se equivocan. Lo único peligroso en términos políticos en Sudamérica son los criollos, y lo primero a separar son ellos. Una nación criolla bioceánica era y es algo geopolíticamente inadmisible. Por eso avanza la bandera llamada Wilphala, levantada en las universidades de Argentina por nietos de italianos y españoles. Por eso el proyecto de unidad continental es otro, distinto del nuestro. Por eso, además de sufrir una invasión concreta, estamos sufriendo una invasión ideológica y política. El marxismo indigenista, predicho ya por Spengler en su libros “Años decisivos” en los lejanos años ´20, es hoy una realidad que avanza en forma de imperio, del mismo modo como el imperio inca avanzó en su momento sometiendo a los pueblos del Sur. Esa es la ideología apoyada por toda la izquierda latinoamericana.
Hay gente nuestra que también se equivoca y se reconoce ya como una minoría. Formados por el internet, asumen situaciones ajenas. Los Boers son nuestros hermanos, pero no somos Boers ni nuestra situación es la de ellos. ¿Quién sabe cuántos cientos de millones de criollos existen en Sudamérica? Si hasta los censos son tendenciosos y se realizan de modo de falsear esos datos. No somos minoría en Sudamérica. En todo caso, no hay ningún dato al respecto.
Tampoco tenemos porqué asumir nuestra defensa, desde estéticas o ideologías que tuvieron su momento de gloria en la Europa del pasado. Cuando esas ideologías se desarrollaron y cayeron, nuestros abuelos estaban ya en América y a todas luces no participaron de ellas, más allá de cómo las viera cada uno individualmente. Lo que quiere el sistema es que adoptemos esos símbolos, que nos pongamos un disfraz fácil de atacar. Más difícil es atacar al pacífico y laborioso colono, al criollo descendiente de unos conquistadores con cuya situación hace ya siglos no tiene nada que ver, o a esos obreros y artesanos expulsados de Europa que vinieron solamente a trabajar y establecerse, en general en extensiones y en lugares donde nadie trabajaba ni se establecía. Casi todo lo que hay en América hoy es obra de ellos.
Si algunos quieren darse el gusto de levantar banderas con runas donde nunca las hubo, el resultado será solamente asumir ciertos hechos con los que no hemos tenido absolutamente nada que ver y no obtendrán ningún resultado concreto salvo en sentido negativo. Es bueno conocer los hechos de la historia universal. De hecho creo que todos los que estamos en esto más o menos los conocemos, pero no es nada bueno conocerlos o sentirlos más cercanos, que la realidad concreta de nuestra gente en el norte de Chile, de Argentina, del Sur de Brasil o de la Patagonia. Lo auténtico es siempre directo e inmediato, se siente, se percibe, se actúa. Cuando algo comienza a tener un tufo extemporáneo y artificial, ya no sirve. Todos hemos visto alguna vez un criollo de tierra adentro ¿Hay algo que agregarle a su autenticidad? Tierra adentro: un concepto que sólo nosotros, los rusos, los australianos, los bóers, y algunos pocos más todavía mantienen. Sin ese antiguo sentimiento, quizá lo que llaman raza sea sólo una cáscara vacía.
La prioridad hoy es defender a nuestra gente de a pie, a nuestra gente trabajadora. Y señalar con energía a las clases burguesas, que se consideran “los más blancos de todos” aunque sus almas e intereses sean absolutamente negros. Esos son peores aún, que los que avanzan frontalmente desde el norte o desde el Sur contra nosotros.
El nacionalismo, en especial el clerical, nos ha causado un daño inmenso. Son los mismos que han puesto a España en la situación en que hoy se encuentra, haciéndola vivir en una burbuja del todo falsa que hoy revienta por todas partes. El que quiera volver a los paradigmas del pasado, lo único que está haciendo es acelerar el final de su propio pueblo. Y eso incluye a los nostálgicos del imperio español, que no es hoy de defensa de la hispanidad sino más bien ventaja para los enemigos de la descendencia española. Se necesita ante todo un rápido cambio de mentalidad, enfrentarse a lo que nunca nos hemos enfrentado. En especial con los que hasta hace poco considerábamos “nuestros”. A veces cuando las cosas salen a la luz es tarde. Nosotros estamos viviendo justo un minuto antes de eso.
Estamos solos. No esperemos nada de nadie, Siempre fue igual. Europa que fue nuestra madre es hoy es una hermana en desgracia. Está muy lejos además, sin contar que son muy pocos los europeos que comprenden lo que pasa en Sudamérica. He descubierto la mayor incomprensión, en algunos que se supone profesan ideas afines o compatibles con las nuestras. Están enfermos de capitalismo, de vida cómoda y burguesa, de ideología, de “centro del mundo”. Muchos “fascistas” italianos, están más preocupados por la desaparición de los pieles rojas o la situación del “popolo Karen” que por millones de sus descendientes americanos. Y cuando se ocupan de nosotros, nos hablan como si fuéramos italianos que se fueron de turismo. Eso sin contar que ningún europeo va a aprender tu idioma, sino que vos vas a tener que aprender el suyo para poder hablar con él. Ni hablemos de la visión del Che Guevara, de los incas, de Chávez y demás cosas que para ellos suelen ser “pintoresquismo revolucionario sudamericano”. Los descendientes de europeos que aquí estamos no somos muy distintos para ellos que un vietnamita. Estamos solos señores, como lo estuvimos siempre.
Desde que Cortés, Valdivia y los otros pisaron América, no tuvimos más emperador. Digamos la verdad, levantemos la cabeza de una vez. Nadie que maneja un territorio más extenso que el emperador le responde más, aunque de forma lo siga haciendo. Pero la política lleva tiempo. Y ya es tiempo. El que quiera entender que entienda, el que no, que se quede en la oscuridad. No es copiando símbolos como se va adelante. No es con esoterismos incomprensibles y abstractos (cuando no mal intencionados) como se avanza. No es con una vida virtual como se defiende el terreno.
No debemos atender a los ideólogos, sino a nuestro pueblo. En primer lugar, tomar consciencia de que la nación criolla no es el contenido de los intereses del iluminismo y del capitalismo, sino que son los intereses y los trazados de límites los que deben servir a un único pueblo criollo.
La relación con Europa debe estar regida por los mismos principios. He defendido España por años, desinteresadamente y sin meterme en cosas que no me corresponden. Lo he hecho de todo corazón porque amo a España, pero el cambio de mentalidad debe llegar también a España, que hoy se debate entre la vida y la muerte, sin encontrar un camino que la sostenga. La hispanidad no es para nosotros un imperio, sino una cultura y una forma de ser que no excluye otros aportes. Se sabe que nosotros los argentinos (por citar sólo un ejemplo que conozco bien) descendemos también de italianos y de otras gentes de Europa en un mayor número de lo que se cree. Otro tanto sucede en Chile, en el Sur de Brasil, etc.
Es hora de definiciones. La historia no espera. Mañana a la mañana acaso sea tarde. Yo estoy grande y cansado. Quizá me esté volviendo viejo. Nuestro mundo sólo existe para nosotros, debemos asumirlo y actuar en consecuencia. Hay cosas que pueden explicarse y otras que no. Quizá lo mejor a partir de este momento, sea dedicarse a las que no se explican, sino que sólo se viven a través del poema y la acción.