Somos oprimidos, no opresores. Somos perseguidos, no perseguidores. Salvemos a los nuestros, es la única revolución posible: una revolución social identitaria.
Para Enzo Andriani
Si bien se determina lo identitario por lo étnico, por lo cultural, por lo político, sólo se es identitario tanto por los conceptos como por las vivencias. Y la primera vivencia al respecto, es sentir profundamente el dolor de los demás de un modo identitario. Vale decir: sentir el dolor de los propios como propio, como si un espejo nos devolviera no una imagen, sino la propia vivencia del dolor.
Nada tiene identidad si no se comparte la matriz, el núcleo profundo el dolor injusto que el otro, nuestro hermano étnico-cultural está sufriendo. Es fácil ser identitario sólo del color, sin meterse debajo de la piel. Lo social es esencial en esto. No se es identitario yendo a la conferencia de un profesor, ni escuchando lo que tiene que decir un señor que está en buena posición. Todo eso es válido, porque no somos clasistas por supuesto, pero vale mucho más compartir la vivencia del dolor, esa en la cual el sistema sume a veces a los mejores de los nuestros. No hay nada más identitario que sumergirse en ese problema insalvable, que está sufriendo alguien con nuestra misma identidad. Esto no nos pone fuera del sufrimiento humano en general, sino que nos ubica primero en nuestra pertenencia profunda y en su inexplicable identificación cósmica, sanguínea, espiritual.
La situación crónica de Sudamérica, nos hace sensibles al problema social, ese problema del que Europa se vio alejada en sus mejores momentos económicos. Acaso por eso a muchos nuevos identitarios les falta sentir el componente social, el abandono, la miseria, la devastación del individuo sumergido socialmente. El comunitarismo es eminentemente un problema de solidaridad social, un problema de asumir en la delimitación de una comunidad –la propia- el dolor de cada uno de los individuos que la componen, proveniente de la subversión profunda que el sistema nos impone. Esa es nuestra forma de construir la sociedad identitaria, delimitando por un orden natural la salvación y la protección de lo que se considera propio, del mismo modo que en una inundación salvaríamos sin duda primero a nuestros hijos y después, de ser posible a los demás. Esta afirmación de orden lógico horroriza a los ideólogos de la igualdad, que sin duda terminarían no salvando a nadie, mientras predican sus teorías imposibles de aplicar.
El sistema se especializa en producir una selección inversa de las personas, de tal modo que es muy común encontrar a los mejores de los nuestros sumidos en la miseria, en la necesidad, perseguidos o en situaciones insoportables. No es necesario conocer mucha teoría para comprenderlo. Tenemos un problema de actitud, cuando es justamente la actitud lo que produce los cambios.
Somos oprimidos, no opresores. Somos perseguidos, no perseguidores. Salvemos a los nuestros, es la única revolución posible: una revolución social identitaria.