Mucho se ha escrito sobre qué es lo que define una identidad. Pero sobre lo que más se discute, es sobre raza y religión. En rigor, la globalización no admite razas, ni tampoco religiones que reconozcan su existencia. El hombre universal es indiscutible para todo bien pensante de la pos modernidad.
Con alguna gente de izquierdas, al menos en Sudamérica, podemos ponernos de acuerdo sobre la existencia de varios tipos de opresión global y hasta sobre ciertos temas de la nacionalidad. Hay izquierdas por aquí distintas a las europeas, que odian indefectiblemente a sus respectivas patrias de origen. Sin embargo a la hora de hablar sobre la dimensión identitaria del hombre, todas serán reconocidas menos la europea. Las razas “oprimidas” pueden usar y abusar de la palabra, no las opresoras. Y la única opresora es la que salió de Europa. Así de sencillo. Entonces el aparente acuerdo vuelve a fojas cero, ya que para sostenerlo deberíamos adoptar la idea del hombre liberal marxista, o alguna de las culturas “permitidas” por el sistema, sin preguntar porqué.
Cultura, conciencia y voluntad, son otros de los componentes ineludibles de una identidad, pero aún siendo importantes, a mucha gente deben parecerles más abstractos o menos atractivos, ya que no se habla tanto de ellos.
Según mi punto de vista, una religión universal es el primer paso hacia el fin de las identidades. El cristianismo europeo u otros cristianismos adaptados a identidades, navegan a dos aguas entre lo propio y lo de todos, sin decidir si su religión es propia o para todos. No puedo ni debo juzgar lo que dice la biblia al respecto, pero veo que las interpretaciones son varias y las contradicciones ridículas.
De la raza se ha hablado también mucho, y aquí llegamos al tema del racismo, de la superioridad racial y del nazismo. Mis antepasados llegaron América hace siglos, sean cinco o sea uno. Trabajadores que difícilmente se sintieran “superiores” y más difícilmente hayan tenido alguna relación con el nazismo, a un mar de distancia y mientras trabajaban muy duro, eso sin contar que no fueron alemanes sino italianos, españoles y en menor medida otros, los que llegaron. De modo que mi idea de raza es una idea muy amplia de hombre blanco, de gente venida de Europa, de toda Europa y aún del este de Europa, antes de que se acusara a todo europeo de racismo. Sería cosa demencial acusar de racismo a albañiles, campesinos, peones, y así sigue la lista.
Esa idea que tienen los colonos de ser paisanos o de tener un pasado común, la reconocen como europeos pero sin los enfrentamientos que desangraron a Europa. He aquí la idea del criollo, un hombre que ha sufrido un cambio dentro de una historia que para él, ha tomado nuevos rumbos. Por algún motivo, esa personalidad distinta aceptada para los rusos, para los australianos y para los bóers, no se tiene nada clara para los millones de criollos de América.
La amplitud y el carácter de esa nueva “unidad de destino en lo universal” es otorgada por una decisión propia y colectiva. Para nosotros la idea de gallego o catalán, de piamontés o siciliano se diluyen en el espacio infinito. Asimismo se diluye el ser lituano, alemán o croata. No es que se nieguen tales cosas, sino que la cercanía entre descendientes de europeos es parte del criollismo. Y una parte sustancial. Ser bretón o flamenco, serbio o bieloruso, ya no tiene la misma dimensión histórica del otro lado del mar. Sólo tiene un significado ser criollo, ya que eso nos identifica en el concierto de las gentes de América.
Y cuando hablamos de mestizaje, tampoco es igual cualquier mestizaje, porque razas en América había muchas, y tampoco es igual la decisión cultural, que cada persona asuma en conciencia y voluntad.
Las realidades son distintas por país y por región. Muy distintas por cierto.
La idea de un pancriollismo y de afirmarse en las raíces europeas, es en realidad mayor cuando vemos que lo que se busca, es justamente arrasar con esas raíces. Se busca “desagregar” lo que estaba en algunos casos –por ejemplo en la Argentina- bastante integrado. Es cierto que el eje europeo de la Argentina es mayor que en otros países, pero no alcanzó eso para frenar semejante ataque en todos los frentes. Mi decisión personal fue inmediata: asumir la defensa de una cultura y una tradición cultural. Yo no agredí a nadie. La convivencia con los guaraníes y con otros como ellos me pareció lo adecuado y lo normal, hasta que los “intelectuales” de las universidades de apellido europeo o los dirigentes “originarios” y sus ONGs rentadas comenzaron a proponer arrasar el país y el continente, en nombre de ideologías despreciables o de culturas degradadas.
Siempre he sido peronista. No hubo nada más integrador que eso. Empezando por mi viejo jefe Perón, con su rostro aindiado. Ahora me considero más un criollo identitario, asumiendo en la idea de criollo un componente europeo con fuertes características propias, que la mayoría de las veces los mismos europeos actuales no reconocen. Es que la fuerza del territorio es mucha y la transformación del hombre en semejante realidad es directamente proporcional.
Lo criollo presupone lo europeo, pero no es lo europeo sin más. El criollo es orgulloso porque desciende de conquistadores o de colonos, cuando no de hombres y mujeres que comenzaron de cero, cambiaron de cielo y de terruño, y bajo cuya capacidad y autoridad se forjó un mundo. Ese es su mundo, nuestro mundo. Cuando el peronismo lo defendía yo era peronista, ahora, sin haber disminuido sino aumentado mi admiración por Perón y Eva Perón, ya no puedo serlo. El peronismo fue identitario en la integración. Pudo serlo porque Perón era parte de un gran ejército, de tipo prusiano para más datos, que unido con el pueblo pudo hacer el peronismo. Hoy eso ya no existe. Hoy la sociedad está “desagregada” y sobre lo que Perón defendía avanza una marea destructiva.
Europa genocida, originarios oprimidos, es la dialéctica de hierro en medio de la cual quedamos todos los criollos. La Europa actual también se defenderá si puede, y debemos hacerlo juntos si podemos.
Si nuestros abuelos, bisabuelos y antepasados trabajadores europeos eran el mal absoluto, no tengo porqué tenerle miedo a la palabra Europa y debo defenderlos. Lo que fue la Argentina a principios de siglo demuestra la vitalidad y la altura de la cultura que forjamos. Un escritor como Borges por ejemplo, o el haber sido el refugio dorado de gente como Drieu La Rochelle o Vittorio Mussolini, entre muchos miles, no hace más que confirmar lo que digo.
Si bien el criollismo es amplio, todos sabemos cuáles son sus límites y cual fue su esencia. No es un ADN ni una misa lo que nos hace criollos. Es una cultura y una decisión espiritual, es una herencia y una historia. Y es sobre todo una voluntad identitaria. Esa que ahora mismo se comienza a levantar.