Un escritor sólo puede ser escritor en un idioma. Cortázar tenía un marcado acento francés. Borges recibió una fuerte influencia de su abuela inglesa y de la literatura en ese idioma, que enseñó en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, ambos fueron escritores en español. No podrían haberlo sido en otro idioma. El idioma es una voluntad, pero también es un destino. Y creo que Borges algo sabía del destino.
Los gallegos pueden hablar en un castellano deformado, pero eso nunca será el galaico-portugués. Es una moderna decisión política la que dice: el gallego es un idioma.
El catalán es un idioma, pero el idioma literario de las grandes editoriales catalanas seguirá siendo el español, acaso no porque les guste, sino porque eso da muy buenos dividendos, aunque lo hablen millones de “sudacas” del otro lado del mar. Porque el número de sudacas cultos, agregado al número de pobres españoles cultos compradores de libros, siempre superará al número de lectores en catalán, que en comparación es ínfimo y daría unos ínfimos dividendos.
Un idioma es también el espacio que ocupa, lo cual hace que el idioma sea un elemento inestimable de la geopolítica. La capacidad de unificar que un idioma tiene, quizá ninguna otra cosa la tenga en la misma medida.
El espíritu de un idioma va mutando. El énfasis, la cadencia, la modalidad y el tono le van dando a su estructura una dinámica propia. El espíritu de un idioma o la visión del mundo que ese idioma implica, puede enriquecerse o vaciarse según el caso. Lo que el castellano significaba en el siglo XVI no es lo que representa ahora. Lo que el castellano rioplatense significa tiene cinco siglos de distancia con su original. Sin embargo sigue siendo el mismo idioma proyectado en el tiempo y en el espacio.
Nacer en un idioma no es permanecer en un idioma. Pero abandonar un idioma implica varias cosas importantes. La primera es que, como en todas las cosas, la lengua está acompañada de una relación de poder que claramente varía con su abandono.
El castellano rioplatense que sufrió la influencia del italiano en sus modos, posiblemente se acerque lentamente al portugués del Brasil. Es algo lógico, y bendito sea el acercamiento que se produce para avanzar sobre el dominio de los espacios propios.
Ya sabemos lo que significa el inglés. Que es un claro y doloroso ejemplo de lo que aquí se dice.
Algunos europeos, que tienen cifradas esperanzas en Rusia para contrarrestar la influencia norteamericana, difícilmente piensan en aprender el idioma ruso. Eso es hasta cierto punto una contradicción, siendo que probablemente muchos de ellos aprendan inglés o algún otro idioma. ¿En qué lengua se comunicarán con los rusos, acaso en la de aquellos a quienes quieren enfrentar? Es ilógico.
La última lengua europea fue el latín, y eso fue hace mucho. Sudamérica tiene la suerte de hablar prácticamente en el mismo idioma, considerando que el portugués y el castellano, al menos oralmente, son de fácil comprensión para los hablantes de ambos idiomas. Por eso la urgencia de los ideólogos, de volver a lenguas indígenas muy pero muy muertas, para comenzar a trazar un escenario de confusión. Es que la claridad del idioma es un vehículo de poder y la confusión es lo contrario. Lo que Iberia deshace en Iberia misma, es hoy una herramienta inestimable para los pueblos iberoamericanos.
Los tiempos y las pausas modifican un idioma. La capacidad de reflexión y el interés en los dichos del interlocutor, denotan una mayor o menor capacidad de comunicación. Digamos que la energía positiva o negativa que se genera entre ambos interlocutores, produce o quita tanto como las palabras mismas. Eso es el espíritu de un pueblo volcado al idioma. Por eso a veces aún hablando el mismo idioma podemos no entendernos del todo. La forma de hablar dice tanto como el significado de las palabras.
Cuando pensamos en el espíritu y la voluntad con relación al idioma, al poder y a nuestro destino, siempre hay algún lingüista de la escuela de Frankfurt para explicarnos cómo hay que analizar técnicamente el lenguaje. Luego de varios libros de estudio, debemos dejarnos conducir por ellos, ya que la confusión creada solamente puede ser explicada por ellos mismos. Para eso la crean, para que los minusválidos de la cultura (o sea nosotros) no accedamos jamás a la órbita en la cual se supone que se entiende de estas cosas. Allí están los revolucionarios sacrificándose por el progreso, haciendo de algo tan bello, sencillo y profundo como el idioma, una madeja de materialismo de la cual ellos –y solamente ellos- tienen el mapa. Pero sobre todo son ellos -y solamente ellos– los que cobran por explicar de un modo incomprensible la exasperante confusión creada.