"¡Que el gran Nietzsche me perdone!", exclama J. P. Vitali
Son muchas las cuestiones personales que implica para mí un Papa como el que ha sido elegido. Demasiadas cuestiones personales como para ser objetivo, y aunque sabemos que la objetividad no existe, tampoco es conveniente escribir sobre un tema y no poder tomar cierta distancia en el análisis.
Los ataques a Bergoglio (todavía me cuesta decirle Francisco) que he visto en las últimas horas han sido de lo más variados y de lo más curiosos. Los “estúpidos imberbes” que Perón echó de la plaza de Mayo lo siguen tildando de genocida y de nazifascista, aunque ahora ya no son tan estúpidos, a juzgar por su patrimonio, ni tampoco tan imberbes, porque ya están pisando la franja de los setenta años. Otros desde una derecha rígida e inflexible lo señalan con recelo por su buena relación con los judíos y demás confesiones no católicas, diciendo que su elección es en realidad el colmo de una apertura progresista en la línea del Vaticano II.
Yo prefiero acompañar hoy la inocente alegría del pueblo, no como católico que todos saben que no lo soy, sino como argentino y peronista, como sudamericano y disidente del sentido del mundo. Sé que el nuevo Papa no cambiará el sentido del mundo, pero como la estupidez me subleva, prefiero esperar para señalar lo que considere negativo cuando se den los hechos y no antes. No para defender al Papa, sino para alejarme de tanta estupidez.
En un mundo donde es poco lo que pasa de interesante y donde a menudo mucha gente cree que Buenos Aires es la capital de Brasil, no puede molestarme que se elija como Papa a un hombre con el que al menos hemos compartido patria e ideas políticas, aunque luego el sentido del mundo y la curia vaticana se lleven muy lejos esa primera impresión. Tener un Papa que alguna vez fue peronista puede hacer entender a mucha gente que el peronismo no es algo tan sencillo y superficial como muchos piensan.
América del Sur es ya una realidad geopolítica ineludible, el apellido del Papa dice a las claras que nosotros los hijos y nietos de italianos no estuvimos acá perdiendo el tiempo y que en el futuro será imposible ignorarnos. Estamos orgullosos y esperanzados ¿Para qué negarlo? Creo que en ocasiones los intelectuales deben dejar de ser sólo eso y obedecer a los instintos, volverse parte de su pueblo y aprovechar la ocasión no para los análisis frígidamente especulativos, sino para volver a la acción concreta. Quizá ese día sea hoy. Quizá no sea un día para la excesiva especulación. Hace mucho que no veo dos millones de personas reunidas en mi país con la intención de hermanarse y de volver a mejores caminos. Lo vi a los doce años cuando volvió el general Perón. Lo veré seguramente cuando venga el papa a la Argentina. Me dirán oportunista. Sí, es cierto, yo espero la primera oportunidad para que Sudamérica y la Argentina sean una parte sustancial del mundo en que vivimos y puedan ocupar un sitio principal en él. Todos sabemos que difícilmente se puede rechazar sin funestas consecuencias nuestro origen. Y yo nací argentino y peronista. Quiero que la inmensa energía espiritual que Sudamérica produce se torne también una fuerza política mundial. Si nuestro compatriota Francisco sirve a esos objetivos será mi papa. Si esto sirve para que los pueblos latinos se unifiquen y asuman su lugar en la historia Francisco I será mi papa. Así piensa un peronista. Luego veremos cómo se dan los hechos del pontificado.
No estoy hablando aquí de cuestiones teológicas que no me competen, sino de las cuestiones políticas y geopolíticas que implica la elección de un papa. Y ésta no es una elección más, al menos para nosotros.
La política es el arte de lo posible, pero lo posible se torna real sólo por la acción. Y en Sudamérica hoy es hora de actuar, quizá dos mil años de política exterior católica nos indiquen eso con esta decisión.
Encima de todo lo escucho diciendo por la televisión:-“No hay que olvidar a quienes dieron la vida por la patria, las Malvinas son nuestras” Sí ya sé, ahora es el Papa, pero aún los paganos necesitamos tener una ilusión ¡Que el gran Nietzsche sepa perdonarme!