Comentando el resultado electoral de las elecciones presidenciales francesas, el historiador y ensayista Dominique Venner, después de celebrar tanto el neto avance de votos (18%) del Frente Nacional, como la mejora de un discurso político que ha perdido el tono retrógrado de otros tiempos, escribe:
«Es preciso destacar una tendencia inquietante que no es propia tan sólo del Front nacional, sino que parece caracterizar a la mayoría de los movimientos “populistas” europeos (entiendo el adjetivo “populista” de forma en absoluto peyorativa).
»Al igual que la mayoría de sus émulos europeos, el Front nacional sufre una especie de “enfermedad infantil”, como habría dicho Lenin a propósito de los suyos. Se puede diagnosticar la “enfermedad infantil” del populismo como un desconocimiento dramático de la realidad Europa y una tentación de repliegue retrógrado en el viejo marco, aparentemente tranquilizador, de las antiguas naciones salidas de la Historia, el de la “Francia sola” (como si aún estuviéramos cuando Luis XIV).
»Se trata de una opción difícilmente sostenible en un mundo constituido por enormes potencias y vastos espacios en conflicto, mientras que evidentes catástrofes se anuncian en el horizonte. Se comprende, por supuesto, la justificada desconfianza en las actuales instituciones de la Unión Europea, las cuales sólo tienen de europeas el nombre, siendo en realidad mundialistas tanto en su ideología como en sus objetivos. Pero, so pretexto de que una oligarquía desnaturalizada ha establecido un sistema aberrante (más jacobino que federal), ¿se deben por ello rechazar en bloque todas las perspectivas europeas que eran originalmente justas (impedir una nueva guerra fratricida entre Francia y Alemania y construir un conjunto geopolítico coherente respecto a los grandes bloques mundiales, disponiendo de su propia moneda frente al dólar y al yen)?
»¿No se impone, por el contrario, diseñar un nuevo proyecto movilizador, el de una nueva Europa carolingia, que implique la voluntad de reestructurar de arriba abajo las instituciones europeas, a fin de que posibiliten una auténtica unión federativa de pueblos hermanos y dejen de ser el instrumento dictatorial de ideologías mundialistas y de oligarquías mafiosas? ¿No deberíamos, por último, recordar con todas nuestras fuerzas —como punto previo a todo— nuestra pertenencia a una civilización europea que nos justifica y hunde sus raíces hasta nuestra más antigua historia común, ya sea griega, romana, celta o germánica?»