El término quinta columna, para aquellos que no lo sepan, se refiere al enemigo infiltrado entre la propia población. El término quinta columna, para aquellos que no lo sepan, se refiere al enemigo infiltrado entre la propia población. Proviene, por lo demás, de la Guerra Civil española y se lo inventó un tal general Paco Franco, quien, a preguntas de un periodista sobre cuántas columnas pensaba enviar sobre Madrid, le respondió que cuatro, más una quinta, compuesta por quienes estaban infiltrados en la población civil.
En este artículo trataré de explicar las razones por las qué se produce este fenómeno y también por las qué una sociedad, como la nuestra, lo permite. Es mi deseo no estigmatizar, con mis palabras, ningún grupo social porque no la totalidad de un grupo es “quintacolumnista” pero sí, pueden serlo, sectores importantes de él.
De forma directa y clara diré que una sociedad que sabe de y permite este fenómeno en su seno es una sociedad enferma. Jamás en la historia esto ha sido tolerado. Y no hace falta indagar mucho, con leer la prensa y algún que otro libro, para saber que los servicios de inteligencia de una gran parte de países de Europa, incluida España, están especialmente alertas y centrados en este hecho. No hace mucho se publicaba la noticia de que en Alemania, tales servicios están sobresaturados y colapsados debido al permanente seguimiento que se tiene que hacer a determinados grupos que constituyen serias amenazas para la seguridad.
Uno de los factores principales por las que se generan estos grupos es la inadaptación. La sociedad occidental es compleja, las interacciones sociales, económicas, emocionales, entre otras, son abiertas y requieren de una cierta habilidad aprendida para poderse manejar con cierta eficacia. No disponemos de criterios rígidos y estrictos, ni apelamos en lo cotidiano a ninguna creencia sagrada para actuar de una u otra forma. Además es una sociedad en un permanente estado de evolución y cambio, no siempre para bien pero es así. La inadaptación lleva al aislamiento y al vínculo con el propio grupo conocido, y justamente porque se carece de los instrumentos adecuados, debido a la inflexibilidad cognitiva y a los contenidos engramados para actuar con resolución, se produce una reacción de odio hacia ese mundo externo. Mundo al que se desea atacar para estructurarlo en función de las propias necesidades.
Otro de los factores vinculados al anterior es el pensamiento mágico o el mesianismo, ambos vinculan la realidad terrena, a un objetivo superior, extraterrenal, y eso se convierte en “leitmotiv” permanente. Y por tanto todo vale para que aquello que se lleva inoculado en lo más profundo de la psique, y que no atiende a políticas pedagógicas ni de ingeniería social, se convierta en acción directa.
Un inciso, la progresía insiste en la educación social y en los programas de integración. Me gustaría decirles que no sirven ni servirán de nada porque determinadas mentes están tan atrapadas en contenidos dogmáticos que no pueden abrirse ante esa amalgama de bondades sociales que se despliegan ante ellas.
El “chamberlainismo” (en referencia al ingenuo y antiguo primer ministro inglés) predomina en nuestros días, mientras la amenaza sigue avanzando.
Y para finalizar he aquí la famosa fábula de Tomás de Iriarte, con la que ilustrar mi exposición:
Por entre unas matas,
seguido de perros,
-no diré corría-,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente,
amigo; ¿qué es esto?”
“¿Qué ha de ser?” –responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.”
“Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos.”
“¿Pues qué son?” “Podencos.”
“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien visto los tengo.”
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.”
”Son galgos, te digo.”
”Digo que podencos.”
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.