Supongo que este artículo creará polémica porque allá donde sale el tema surge la controversia. Pero trataré de fundamentar mi opinión.
Hace algunos años cuando todavía no se había aprobado en España la ley del matrimonio homosexual nos encontrábamos mi esposa y yo de vacaciones en Polonia, haciendo trekking por un parque natural con un grupo de españoles, entre los cuales iba una simpática profesora sevillana con la que trabamos cierta amistad, y surgió en la conversación esta cuestión, la de las bodas gays. En un momento dado, esta chica de forma resuelta y categórica dijo: “El día que los gays se puedan casar, se harán todos de derechas”. Bueno, lo de todos quizás era exagerado. Pero pensándolo bien, razón no le faltaba.
Porque en último término, ¿de qué se trata? De reconocer un derecho fundamental de las personas que es el de contraer matrimonio de forma libre y consentida con otro adulto. Ya sé que la palabra matrimonio significa otra cosa, en Intereconomía lo repiten día sí, día no, y no hace falta que me explaye con ello. Y luego está la cuestión de la ley natural… Miren lo que les digo, yo personalmente jamás dejaría a un niño pequeño pasar una tarde en solitario con un de un defensor acérrimo de la ley natural. Tal defensa visceral siempre me ha parecido preocupante. La pureza extrema de la que algunos quieren hacer gala me huele a perversión enmascarada. Recuerden que en aquellos países donde las leyes son estrictamente moralistas se producen las aberraciones más espantosas.
En todo caso en Europa, y en todos los países civilizados –una minoría en el planeta–, el tema del matrimonio gay está avanzando, afortunadamente. Porque, ¿qué queremos? ¿Hombres y mujeres gays que lleven una vida digna, positiva, productiva y que se sumen a la construcción de naciones fuertes, prósperas y poderosas, como han hecho los homosexuales históricamente? ¿O locas irritadas con taparrabos subidas en carrozas?
Además hay una cuestión de reconocimiento a su aportación. Saquen ustedes de la historia a todos los homosexuales importantes, ya sean militares, científicos, artistas, escritores, políticos, deportistas, etc. y es probable que las enciclopedias se vacíen sustancialmente.
Porque no me creo que nadie vaya a ser tan ingenuo como para pensar que los homosexuales o son peluqueros o estilistas de moda. Los hay urbi et orbe ocupando posiciones de poder en todas las esferas, y algunos con mucho prestigio personal.
Europa, Occidente, está en decadencia; y alguno dirá: “claro, y la proliferación de homosexuales es un ejemplo”. Bueno, les recuerdo Esparta, donde se fomentaba el amor entre soldados para activar el ardor guerrero. Pero no, en Occidente de lo que se trata, y especialmente ante la pujanza de los bárbaros, es de que todos los occidentales vean reconocidos sus derechos. Un día fueron los obreros, otro las mujeres, hoy toca a los homosexuales, para que se sientan plenamente integrados y defiendan con pasión aquello que hay que defender: la propia cultura, la propia identidad y la propia tradición, tanto cristiana como pagana. (no confundan identidad sólo con cristianismo, porque la noción es mucho más amplia, y nadie, y más en estos momentos, debe quedar fuera de juego).
Los gays, como decía la maestra sevillana, se harán probablemente identitarios culturales y de derechas, en su mayoría. ¿Por qué? Porque solo nuestra cultura defiende la razón, la libertad y la belleza.