Carta a Jorge Ferrer Vidal
Muchísimas gracias por tu estimulante carta, en la que como es lógico respiras por el rasguño catalán. Por supuesto, los tiros míos van dirigidos sin rodeos al vascuence ese de ocasión, y si de refilón le he dado a lenguas que respeto y admiro, es porque contra lo que yo estoy resueltamente es contra su utilización política para la disgregación de España, “patria común e indivisible de todos los españoles”, según reza la sacrosanta Constitución.
Voy a tener que puntualizar mis ideas al respecto, aunque ya lo hice en un artículo sobre Paulina Crusat aparecido en Indice no hace tanto tiempo… Para mí una cosa es la literatura catalana y otra el catalanismo literario, como una cosa es la literatura andaluza, que practico, y otra el andalucismo literario, del que abomino. Estoy conforme contigo en que ha sido Cataluña la región española que más literatura de calidad ha dado bajo el franquismo, y tú estarás conforme conmigo en que ni Pla ni Foix[1] ni Sagarra ni Villalonga han hecho catalanismo, sino literatura, todo lo vernácula que se quiera, pero literatura en el más noble sentido del vocablo. De ahí a templar gaitas tribales va un largo camino, y si no gasto contemplaciones con Andalucía, no veo por qué las haya de gastar con Cataluña. Cuando cualquier mequetrefe se pone a tirar piedras contra el tejado español para desfogar sus frustraciones, lo menos que cabe hacer es pisarle el callo que más le duele, que es el de un idioma del que no está seguro y que, sobre todo en manos torpes, no puede negar su origen de Juegos Florales. Me temo que entre ese idioma, que es el del periódico Avui y el de Serra d’or, y el de los payeses del Ampurdán, el divorcio es archivincular, como lo es entre el gallego que se habla en las aldeas de Lugo y el gallego que a marchas forzadas están aprendiendo los clásicos señoritos de La Coruña. El pueblo gallego no habla como Celso Emilio Ferreiro, q.e.p.d., sino como Cela, Cunqueiro y Valle Inclán, y en cuanto a poesía vernácula, no te digo ningún secreto si te digo que la mejor de todas es la que escribió un andaluz, García Lorca, por juego, claro, que es como hay que escribir poesía. Lastima que el catalán no sea tan tentador como el gallego para juegos semejantes.
Yo no hago diferencias entre unas y otras regiones de España. Para mí todas son iguales, y sus defectos y sus virtudes los siento como cosa mía. Lo que fustigo, me lo fustigo a mí, y mi manera de hacerlo es avisando cuando veo que se hacen estupideces. Lo más cómodo sería lavarse las manos, pero para eso hay que ser burgués, tener espíritu, o materia, de burgués, de ése que, según Sombart, va a ver lo que saca de la vida, mientras que su contrario, el héroe, va a ver lo que puede dar a la vida. El bilingüismo de la burguesía catalana es una cosa muy buena y enriquecedora en tanto en cuanto sea un bilingüismo activo, es decir, en cuanto se usen con igual soltura y fruición ambos idiomas, que por ahora me abstengo de jerarquizar en orden de importancia. Ahora, si sigue adelante ese bestial proyecto de “catalanizar” la enseñanza, ese bilingüismo va a ser puramente pasivo, que es lo que le pasa a Portugal, donde todos entienden a la perfección el castellano, pero donde nadie es capaz de hablarlo. Al fin y al cabo, Portugal tiene la sombra de su imperio como ámbito lingüístico, pero mucho me temo que Cataluña no tenga, en su Mediterráneo, sombra de imperio al que agarrarse, entre otras cosas porque, en ese imperio de las barras aragonesas, lo que se habló fue la lengua de Aragón, o sea la de Castilla. A la vuelta de unos años, en la balcanizada península ibérica vamos a estar como en la India, donde, con tal de no hablar hindi, los nativos de las distintas “nacionalidades” se entienden unos con otros en inglés. Todo sea por el santo progresismo… En fin, pelillos a la mar y parlem la llengua de l´Imperi… català.
Lo malo de estos torneos culturales es que se desarrollan, como decían los marxistas, en las puras superestructuras. En el fondo y en la base se mueven otras fuerzas, y a por ellas voy en ese otro artículo ("La vida andaluza de Paulina Crusat") que no llegaste a ver y sin leer el cual sólo a medias se entiende el que me comentas. Como formular votos no cuesta ningún trabajo, voy a formular el mío particular, en la inteligencia de que no va a ir de momento a ninguna parte: España tiene que tener voluntad de Europa y Europa voluntad de imperio. Por desgracia, Europa tiene hoy por hoy voluntad de colonia y España voluntad de tribu. Qué le vamos a hacer, y a mí, que me llamen fascista si quieren o, si quieren ser más exactos, eurofascista, y en ambos casos se equivocarán. Mi actitud hacia las otras lenguas españolas la abonan dos hechos: uno, que en mi libro sobre Doñana cito a Maragall en catalán, pudiéndolo hacer en castellano, porque estimo que todo español culto tiene la obligación de leer por igual todas las literaturas de su patria; otro, que estoy concluyendo de traducir, en octavas reales, al castellano, por enésima vez, Os Lusiadas, que este año hace cuatro siglos que se tradujo por vez primera y por partida doble y que Maeztu reputaba como la epopeya por excelencia de la Hispanidad.
Mañana salgo para Roma. Pensaba haberte escrito desde allá, pero ya ves, no he sabido esperar.
Oigo trepidar el tractor y veo a Sally en él como la Cibeles en su carro de leones.
“Viñamarina”, a 11 de abril de 1980.
[1] J.V. Foix sí que fue catalanista, pero si fuera de la poesía y de la confitería ejercía de algo era, según Badosa que lo visitaba cada domingo en Port de la Selva, de feixiste.