Magna Europa, hermosa idea, hermoso sentimiento, hermosa realidad. Es el título además de un artículo de Josep Carles Lainez en este mismo espacio: Magna Europa.
Parece que el mundo se puso de cabeza. Reina el desorden, ya no la anarquía sino la degradación. Europa está hecha ahora de la fría materia del capitalismo. Se siente al pisar su suelo devastado por las guerras del oro. Un aire frío la atraviesa. Buscar su espíritu antiguo es una tarea también magna. El Orden que pese a todo Europa fue, está astillado y sus astillas dispersas. Nosotros los de ultramar todavía somos soldados de un territorio inconquistado, por eso seguimos siempre en movimiento.
Los portugueses dispersos hasta la Amazonia, como en “El corazón de las tinieblas” matando y muriendo en un reino insospechado por los europeos de hoy.
Nosotros de apellido romano, arrojando las fotos de nuestros bisabuelos a las veredas. A menudo junto yo esas fotos de la calle con amor por los antiguos y asco por los nuevos. Fotos de obreros y soldados. Fotografías de lo que fuimos.
Y qué decir de España, esa extraña legión de hidalgos empecinados que todavía nos guía en las sombras grises de los lejanos pueblos. Y cuando digo lejanos, digo más lejos que las estepas rusas, más lejos que cualquier lejanía. Digo del otro lado de los mares y luego atravesar selvas donde todavía los aborígenes arrojan dardos envenenados a los extraños. Y estamos allí, con la salvaje alegría de los navegantes, de los capitanes levantiscos contra cualquier autoridad que no sea un igual y un hermano.
Lo que ocurre es que el bienestar mata el alma. El bienestar es al alma lo que el turismo es a los lugares. Un pueblo no es fuerte porque tenga bienestar, como una roca no es sagrada porque un turista pague por verla.
Astillas de un mismo palo. Dispersos por el oro, por la especulación y el saqueo. Huérfanos de un desorden interior. Enemistados entre sí por unos intereses que jamás fueron los propios.
Un pueblo necesita un territorio, pero la diáspora de un pueblo necesita además la sagrada locura de reconocerse aún en la distancia, aún habiendo cambiado no para extinguirse sino para fortalecerse.
La pasión de una identidad no consiste en la rigidez de la soberbia, sino en la flexibilidad de cambiar y enriquecerse sabiendo que la esencia está siempre más allá, como en un viaje interminable, intacta y creativa.
Nos hemos reconocido después de siglos y a través de espacios infinitos. Astillas de un navío que ebarnoló banderas solares. Hay que coincidir con el maestro Heidegger y aceptar la poesía como lenguaje propio del pensamiento más cercano al ser.
Lo demás nos pasa por los lados, por derechas, por izquierdas, pasa por el superficial sonido del mundo. Mientras tanto cada astilla de aquel gigantesco roble, lleva grabado en su destino reconocer una identidad que se mueve en el tiempo y en los continentes, con un tronco común y una raíz profunda. Algún día los nutrientes volverán a alimentar todo el árbol. Mientras tanto, la magna Europa es un maravilloso misterio que va silencioso como nosotros, astillas de un árbol cuyo tronco fue alcanzado por un rayo en medio de una feroz tormenta que tarde o temprano cesará.
Magna Europa: obra de arte, matriz de pueblos, misterio que gira en la oscuridad de la noche, sueño que existe porque es soñado, magna belleza de los estandartes, inmortalidad de dioses, alegría de pasar por el mundo en esa sangre y no en otra. Orgullo de hundirse hasta el corazón en el barro, sabiendo que el bienestar es para los débiles de espíritu, para los que entregaron a su magna Mater a los perros.