Cuando los invadidos carecen de fuerza e identidad

Compartir en:

La inmigración masiva delincuencial unida a los delincuentes vernáculos existe porque las clases medias urbanas que manejan nuestros países o al menos los administran, además de coincidir con el sistema demoliberal capitalista establecido, son lo más cobarde y miserable que puede haber.

 Son blancos sí, y se hacen los transgresores hablando en sus cómodas poltronas de los negros de mierda, pero cuando alguien enfrenta en las calles a esos “negros de mierda” (que son en última instancia también víctimas del sistema global), lo que hacen es apartarse inmediatamente y denunciarlos como xenófobos, decir que lo que quieren ellos ante todo es paz y respeto a la legalidad establecida, y que no haya delitos ni se quemen contenedores.
 
Sin embargo, son incapaces de nada que sea comprometerse personalmente con algo que cuestione las causas y no los efectos. Todo lo pretenden solucionar con dinero y el orden que el dinero establece. Para ellos la seguridad es dinero, Europa es dinero, la identidad es dinero, la ley es dinero y la vida es dinero. Pero no se dan cuenta (o no quieren darse cuenta) que ese sistema global del dinero ya no los tiene como a sus niños mimados. Ahora hay otros y luego quizá vengan otros más.
 
Saquémonos las caretas. Cuando un musulmán reza, un europeo se emborracha. Cuando un inmigrante toma una pala para trabajar, a un europeo ya no se le ocurre llagarse las manos. Cuando un grupo étnico religioso se junta a asumir su defensa como comunidad, un europeo cultiva su cada vez más repugnante individualismo.
 
Estuve en España hace poco. Las cosas todavía van materialmente mejor que en la Argentina, los inmigrantes son de distintas nacionalidades (y jódanse con los argentinos porque son españoles e italianos que Europa mandó a comer afuera); decía que acá pasa lo mismo y las clases medias urbanas son iguales. Los españoles son más parecidos a los argentinos de lo que pensaba, aunque les pese (y hablo del hombre medio de la calle, no de los veinte esclarecidos que se amargan la vida acá y allá) Adoptan chinitos
Y negros porque está de moda y después se quejan de la delincuencia inmigrante. Esos imbéciles progresistas tienen una sola nacionalidad: su propia estupidez mal paga. Tienen un jardinero marroquí o un albañil boliviano porque les conviene o porque ya no encuentran españoles ni argentinos que hagan ese trabajo. Basta de mentirnos. Cuando un hombre con los cojones bien puestos sale a la calle a que le digan xenófobo y lo metan preso, no habrá ni uno sólo de nuestros adocenados de buena familia que lo sostenga ni pida por él.
 
Mentirosos, hipócritas y cobardes todos los que hacen un ejercicio intelectual masturbatorio pero no son capaces de hablar ni de ocupar un espacio concreto en la calle en la que jugaron de niños. Sí señores, deberán besar el culo de cuanto negro o amarillo pase por su calle, y las milicias que los obligarán a ello serán niños blancos eurodescendientes a sueldo del estado plurinacional multiétnico que son España o la Argentina.
 
Me alegro de no haberme equivocado en las cosas que he escrito antes. Más bien me quedé corto. Un “sudaca” ecuatoriano es capaz de juntar dinero y mandar buscar a sus padres para llevárselos a España o un boliviano traerlos a la Argentina para rescatarlos de la sempiterna pobreza boliviana.
 
Nosotros, clases medias urbanas blancas y limpitas, los metemos en un geriátrico cuando nos molestan y seguramente ni tiempo tenemos de hablar o atender a nuestros ancianos. Nos metemos en barrios cada vez más cerrados y entregamos el resto del país a quien lo quiera tomar. Nuestro único valor es el dinero plástico y el alcohol que consumimos.
 
Mis respetos por las “etnias” que son capaces de quemar algo todavía o de conquistar un espacio sin complejos, mi profundo desprecio por nuestras clases medias que no son capaces de pasarse una noche en la cárcel por defender su barrio, cuando sus antepasados fueron el cenit de la civilización humana.
 
Es totalmente cierto que el Estado y sus leyes favorecen la violencia de los delincuentes y los inmigrantes, pero nadie puede meter en la cárcel pueblos y ciudades enteras si se deciden a ponerse los pantalones largos.
 
Finalmente tocamos fondo. Somos una mierda, admitámoslo porque es obvio o sigamos en la histeria de no ver la más palpable realidad. Solamente admitiendo hasta qué punto hemos llegado podremos hacer algo por cambiarlo. Tiene que ser hoy, porque es posible que mañana sea demasiado tarde.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar