Acabamos de vivir dos elecciones, unas en nuestro ambiente cercano (elecciones presidenciales francesas) y otra, se podría decir, en nuestras propias carnes, las elecciones autonómicas y locales españolas. En las elecciones francesas hemos asistido a un escenario que ha girado en torno a dos candidatos principales: uno, Sarkozy, de típico discurso liberal-conservador, si bien con una carga muy importante de valores como identidad y autoridad, y otra, Ségolene Royal, Ségo, la madurita resultona de la izquierda francesa, que defiende un programa socialdemócrata clásico, si bien también con ideas lanzadas en el tema de la Nación. No sólo es que los franceses son uno de los pueblos europeos que más encantados están de haberse conocido, sino que además este es un tema que se ha debido introducir para contener los efectos que la globalización y la inmigración tienen en el incremento del voto a la extrema derecha. Un tercero en discordia en estas elecciones fue François Bayrou, de la UDF, con promesas de centrismo –como si no fuese en las sociedades occidentales un problema importante la omnipresencia de un centro caníbal, amorfo y cloroformizador- y de ¿”revolución tranquila”?
De lo que más se ha hablado en las pasadas elecciones francesas ha sido de la recuperación por el país de la confianza en sí mismo. Esta ha sido la razón por la que los ciudadanos franceses han votado a Sarkozy. Han entendido, por su discurso y su trayectoria política, que él era el candidato capaz de enderezar el rumbo del navío francés. El discurso de Sarkozy ha pivotado sobre cuatro pilares fundamentales: identidad, autoridad, trabajo y terminar con la herencia del 68.
El 68 fue, sin duda, un movimiento complejo, por la heterogeneidad de los movimientos que lo formaban. Es muy arriesgado juzgar el 68 sólo como un movimiento de asociales que, por su permisividad moral, dieron un impulso a la sociedad de consumo. Igual que también lo es decir que un movimiento que estuvo principalmente integrado por la izquierda anti-autoritaria, y que se levantó contra y con la oposición del PCF, es un movimiento pro-soviético. Máxime cuando en Praga se tradujo en un levantamiento de los estudiantes contra las autoridades. No obstante, es también cierto que no cabe olvidar que hubo un importante elemento de maoísmo, que, si bien geopolíticamente llega a ser opuesto al sovietismo, responde a un régimen muy similar.
Tres elementos filosóficos, a mi entender, son los que concurren, junto a otros, de forma principal, en la mentalidad de los estudiantes del 68: la escuela de Frankfurt, el existencialismo francés a los Sartre, y el estructuralismo propio de Foucault, Deleuze o Guattari. También incurre de modo muy importante un elemento de praxis, o, si se quiere, de psicología social: la repulsa de los estudiantes a la alienación de la sociedad de consumo. Es muy importante recordar que la chispa que lanzó los acontecimientos fue la inauguración de un pabellón deportivo. Los estudiantes estaban hartos de que se durmiese a la gente con bienes materiales. Si bien muchos han calificado, quizás con razón, esta postura como propia de señoritos que ya tenían aseguradas sus necesidades y su futuro material, también lo es que señalaron elementos muy importantes, como que el hombre no es sólo pan y circo, y que tampoco es el autómata en que se ve convertido por el capitalismo –sea privado o de Estado- en la lógica de producción y consumo. Por otra parte, esa forma de pensar de que quien se rebela es un señorito, que ya tiene un futuro, dentro del capitalismo, asegurado, es negar la rebelión en sí misma, porque es hacer depender la rebelión de la lógica de la pervivencia del capitalismo.
Si bien la filosofía frankfurtiana supone un riesgo tendencial, al apostar por la liberación de la verdadera satisfacción del hombre, esta es principalmente una apuesta por la rebeldía frente a la vulgaridad de la sociedad de mercado y sus mecanismos de presión y dominación social. Es también un esclarecimiento del lado negativo de la Ilustración. Una escuela filosófica que, en muchos puntos, estaba muy próxima a la anti-modernidad.
El verdadero problema lo suponen, aún con sus muchos puntos de interés, el existencialismo ateo y el estructuralismo. El existencialismo de Sartre, o de Camus, es muy importante en el estudio de la rebeldía, de la libertad, o de la necesidad del otro. Pero Sartre llega a afirmar que no existiendo, desde su punto de vista, Dios, el hombre no es nada, que sólo es a través de su acción, y que cualquier acción es valida si es genuinamente tomada por el hombre. Los estructuralistas, con una importante crítica de los epistemes, llegan, sin embargo, con Deleuze y Guattari, a decir que el hombre no existe, que la idea del hombre es una construcción falaz, y que realmente sólo somos máquinas, no acotables, de impulsos, deseos y reacciones. Estas dos influencias habrían, sin duda, de apostar de modo muy importante por la permisividad moral.
Pero esta todavía, aún con su intrínseca carga negativa, no es la permisividad de mercado, la que alimenta hoy el mercado a base de clichés hedonistas de lo progre (o lo gauchois, hablando de Francia, la casa de la prostituida gauche divine). Antes, el mercado habría tenido que comerse el 68. Ese gran escritor, aunque liberal, llamado Mario Vargas Llosa, alabó en un artículo, hace un cierto tiempo, el actual sistema de mercado, que él idolatra, precisamente por lo que tiene de más odioso, pero que a él le parece su mayor virtud, su capacidad de absorción. La alienación que la sociedad de mercado trae es, por lo difusa, difícil de ver. No hablamos de una matanza o una deslocalización, aunque también estos son fenómenos que la sociedad de mercado trae consigo. Hablamos de algo que, por su propia naturaleza, y en orden a cumplir sus cometidos, se presenta de forma subliminal, que nos lleva a confundir el querer de forma autónoma, aunque con la siempre inevitable influencia de nuestro ambiente, a querer aquello que quieren que queramos. De este modo, cualquier movimiento que tiene una potencialidad de protesta, se conforma con cambios epidérmicos, que muy a menudo van incluso en contra del fondo que ese movimiento propone. Así, ese movimiento va perdiendo sus bases, a sus dirigentes, que, con el abandono de las bases, ven el fracaso del movimiento, y quedan sólo cuatro voces desperdigadas de intelectuales, que terminan casi siempre por ceder, perderse en la oscuridad del pseudo-anonimato, o convertirse en un epígono de lo progrestablicedo.
Sarkozy propone la muerte del 68, algo que vincula con la reivindicación del trabajo, la excelencia y la autoridad. Nadie puede negar el valor del trabajo del obrero que cumple bien su labor, del artesano que domina su oficio, del labrador que ara su campo, lo mismo que del ministro que ayuda a gobernar un país, del funcionario que hace que la Administración atienda de modo adecuado a los ciudadanos, del abogado que lleva bien un asunto, del Juez que aplica la justicia, del directivo que hace funcionar bien una instalación industrial, del comerciante que atiende bien a sus clientes, o del sacerdote que cura de nuestras almas, entre otras muchas profesiones. Pero, sinceramente, en un contexto en que se intenta sacar a Francia del marasmo –que eso es lo que significa en el diccionario de los economistas contemporáneos que un país tenga un ligero déficit o el crecimiento no sea tan brutal como debiera- a base de un programa ortodoxo en lo económico, esa reivindicación del trabajo no me suena a una reivindicación de los oficios y profesiones, sino a una reivindicación del homo oeconomicus de piel de reptil. Sarkozy, si es que un gobernante puede hacer algo sobre ello, no trae una liberación frente al consumismo o la tiranía de lo económico, sino una mayor dominación.
La permisividad moral del 68 en su debacle alimentó el mercado, pero, antes de ella, ya se había generado lo que Galbraith llama, si bien refiriéndose a los EE.UU., “sociedad de la opulencia”, una permisividad en el consumo, que, por su frivolidad y adormecimiento, tengo por seguro que hubiera generado permisividad, o si no permisividad, una importante crisis, moral sin necesidad del 68. Es la sociedad de los burgueses acomodados, de la clase media, del 600 en España y de la familia feliz y bienpensante de las películas americanas. En todo caso, Sarkozy quizás no sea la persona más indicada para dar lecciones de moral. Aunque, hasta cierto punto –pues la moral privada de quienes nos vayan a dirigir creo que no nos debería resultar indiferente- es incorrecto hurgar en la vida privada de las figuras políticas, quien lanza la primera piedra ha de poder demostrar que es inocente. Y, si bien el esfuerzo de Sarkozy en el trabajo político es encomiable, su vida privada, por decirlo con educación, no es, a lo largo de su extensa biografía, tranquila.
Tiene toda la razón del mundo quien dice que los socialistas franceses, o los estudiantes de hoy en día, no miran hacia el futuro, sino que quieren ser unos mantenidos. Pero tampoco creo que miren hacia el futuro quienes quieren más capitalismo y quienes buscan el crecimiento por el crecimiento. Creo que los teóricos del decrecimiento, o quienes defienden una Economía de las necesidades, o Schumacher en su librito “Lo pequeño es hermoso”, o las críticas frankfurtianas, o la anti-modernidad, tienen, en su heterogeneidad, una parte muy importante de la razón. Sin caer nunca en un comunismo colectivista que canibaliza al hombre, no hay que venir más acá, sino ir más allá, del Estado del Bienestar. Si bien he criticado una parte muy importante del 68, creo que hoy mi edad –pues tengo “sólo” 25 años- se compone de lobos y de bobos imbéciles. Echo de menos esa rebeldía, ese idealismo. Fuerte crítica al 68, sí. Pero entre Sarkozy y el 68, claramente el 68.