Dado el éxito arrollador de mi última novela, de la que en la Feria del Libro madrileña firmé tres hermosos ejemplares, tres, a los que hay que añadir los cinco despachados la semana precedente en la Feria sevillana, me he puesto a darle vueltas a la idea de escribir una segunda parte que sea continuación de la primera y cuyo protagonista, o uno de los protagonistas, sea el nieto por parte de madre de uno de sus personajes.
Dicen que los jóvenes hablan de lo que están haciendo, los viejos de lo que han hecho y los tontos de lo que van a hacer, y yo, que tengo más de tonto que de viejo, voy por eso a contar el argumento de esa novela aún no escrita y que sabe Dios si algún día llegaré a escribir. Veamos.
El nieto de que hablo, que a sus muchas prendas suma la de tener un poderoso “tirón electoral”, en la euforia de su triunfo en las municipales de la Villa y Corte, se brinda a llevar al Poder al partido en el que milita sin más pretensiones que la de figurar en segundo puesto en las listas electorales. Que su reciente triunfo ha sido arrollador está fuera de toda duda, y es secundario que sus partidarios se lo atribuyan a él y los que lo son menos lo hagan a las siglas del partido en el que milita. Lo que en cambio se ha ido olvidando durante la campaña es aquella sospecha de que en realidad fuera el candidato inevitable de su partido e ideal del partido contrario, que se vio obligado a oponerle por pura fórmula un candidato impresentable. Esto es historia, o mejor, crónica, como lo es la de las relaciones privilegiadas del personaje con el aparato “mediático” de sus presuntos adversarios.
La ficción viene ahora. La vida política da muchos vuelcos, y en uno de ellos podría caerse del pescante el mayoral de la diligencia, en cuyo caso nadie más indicado para tomar las riendas que el que va sentado a su lado con el trabuco entre las piernas, y que se ocuparía de llevar el carruaje por el centro de la carretera corrigiendo la tendencia del tiro a desviarse a la derecha.
Dicen los chinos, o decían hasta hace poco, que para sobrevivir en su sistema político no hay mejor técnica que la del rodaballo, pez plano que se mimetiza con el fondo arenoso pegándose a él y tiene por consiguiente los dos ojos en el mismo lado de la cabeza: el izquierdo por supuesto. Una de las obsesiones de esta Restauración es la de parecerse lo más posible a la otra, y por eso, ya en sus inicios, yo me auguraba un turno pacífico protagonizado en mi ingenuidad por Fraga y Carrillo. Mi ingenuidad fue sobre todo la de atribuirme la regia prerrogativa de poner nombres a los turnantes. Si la novela discurre como me temo, y se hace realidad el turno pacífico de nuestra “democracia avanzada”, no voy a cometer la osadía, rayana en lesa Majestad, de poner nombres al ojo derecho y al ojo izquierdo del rodaballo nacional.