La recua

La única diferencia entre las dos facciones del partido único, es que los socialistas manejan a la perfección el navajeo político y exhiben, como su cabecilla, un cinismo absolutamente desprovisto de vergüenza y de ingenuidad, propio de macarras encallecidos.

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Me parece injusto que un amigo mío llamara conjura de los necios a lo que está pasando en el Partido Popular: es cierto que los actores del sainete son unos perfectos necios y que se han conjurado (para que luego nos digan que las conspiraciones no existen), pero bajo ningún aspecto se pueden comparar los dos mequetrefes de la calle Génova con el excesivo, atrabiliario y delirante Ignatius Reilly, el héroe de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, una de las novelas más divertidas de la literatura anglosajona, reencarnación literaria de Smollett y de Pope. Sin duda, Ignatius Reilly. un Escoto Eriúgena perdido en la jungla urbana de Nueva Orleans, es un personaje de unas prendas muy superiores a los que él, en su lenguaje peculiar, denominaría caballeros mongoloides del PP. No, no ofendamos al enorme Reilly, medievalista, retórico y escolástico, empapado de teología y geometría, lector de Boecio y escritor de una tremenda requisitoria contra su tiempo. Tampoco creo que la presidente de la Comunidad de Madrid sea el genio de Swift contra el que se conjuran los mediocres en cuanto asoma su genio. Ayuso es una princesa del pueblo, una política castiza y chulapa, que conoce el valor de los gestos, pero que no deja de ser un fruto de la venenosa planta pepera. Traicionará a sus votantes con el fetiche del centro, como lo hicieron Aznar y Rajoy. Recordemos su última polémica con Vox acerca de los seres de luz que tanta vidilla dan a la periferia madrileña.

Los gaznápiros del PP, esos panolis que se han inculpado coram populo de varios delitos contra el honor y la intimidad de Isabel Díaz Ayuso, son el resultado de la selección a la inversa de un régimen que ha excluido el mérito y la excelencia, tanto en las escuelas como en los ministerios. No podía dar otros frutos ese árbol seco del tinglado del 78, que algunos se empeñan en mantener porque, por lo visto, todavía no ha causado bastantes daños a la patria, a la que ha dejado entre demediada y subnormal. Creo que no hará falta que le recuerde al lector los imperecederos monumentos de burricie de Alberto Garzón e Irene Montero o las prendas académicas que adornan al “doctor” Sánchez, incapaz de plagiar su “propia” tesis, que tuvieron que copiar ajenas manos. Por tanto, poco puede sorprender el que el tal Casado aparezca en la radio de los obispos y recite un irreflexivo yo pecador delante de los dómines de la COPE. Por la boca muere el pez. El arte del saber callar, la discreción, debería exigirse a todos los que participan en la cosa pública.

La única diferencia que existe entre las dos facciones del partido único, es que los socialistas manejan a la perfección el navajeo político y exhiben, como su cabecilla, un cinismo absolutamente desprovisto de vergüenza y de ingenuidad, propio de macarras encallecidos. Los populares, sin embargo, son unos lilas, porque para esto del juego sucio hay que nacer, te tiene que salir solo, como robar en las tiendas. Les falta calle, gramática parda. Y, en eso, los buscones de Ferraz no tienen rival, encarnan a la perfección los valores del régimen, son el régimen. En Génova funciona más la intriga de harén, la puñalada por mano amiga y blanca, el jicarazo de aleve veneno, el chivatazo de acusica que tira la piedra y esconde la mano. Por eso, es un partido en el que tanto influyen las mujeres, más aptas para este tipo de juego.

Así nos va. Hace medio siglo, para ser ministro del Reino de España, hacían falta una serie de méritos hoy inimaginables. ¿Quién se acuerda de los Ullastres, Castiella, López Rodó, Silva Muñoz y Oriol? ¿Qué sería hoy del desaprovechado talento de Gonzalo Fernández de la Mora en este yermo de las mentes, entre esta oligarquía de contables y rábulas? Comparado con Casado, Sánchez, Rivera y demás chiquilicuatres, el muy mediocre Adolfo Suárez adquiere proporciones míticas: baste esto para comprobar en qué nos hemos convertido, con jefes de gobierno que son incapaces de contestar a un periodista domesticado (perdonen el pleonasmo) sin consultar a sus asesores. Hoy, para el más modesto empleo se piden unos méritos que nadie exige a un ministro, a un diputado, a un cacique autonómico. Y ahora padecemos a los políticos que se educaron con las primeras generaciones de la LOGSE. Prepárense, señores lectores, para la sinfonía de rebuznos legislativos que nos traerán las nuevas generaciones sin geometría ni teología.

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