Me llega de Gijón, enviado por el presidente del Ateneo Jovellanos, un relato impresionante, cuyo autor ya no está en el mundo de los vivos. Se llamó en el siglo Ernesto Salanova y es muy poco lo que sé de él, sino que debió de ser uno de estos escritores de provincias que nunca se preocuparon de mercadear sus talentos en la feria de vanidades de la Corte. La provincia de Salanova era Asturias pero su relato versa sobre otras provincias de la cornisa cantábrica, las Vascongadas, y sobre la sórdida realidad que tolera y propicia nuestra lamentable democracia. El relato de Salanova se titula La ejecución, una ejecución vivida, no desde el punto de vista del reo, sino del verdugo, y no es más que el empleo del tiempo de un miserable que por carambola recibe un golpe demoledor y más que merecido. Es un privilegio de la imaginación creadora dar al delito la respuesta que no se atreve a darle el llamado “Estado de derecho”, pero que la Providencia, a veces no tan ciega como la Justicia, le da alguna vez que otra sin contemplaciones ni medias tintas.
La Providencia necesita que se la ayude; unas veces, como en el caso antedicho, esa ayuda le viene de la fantasía de un escritor de talento; otras, de ese pelotón de soldados de que hablaba Spengler cuando una civilización está en peligro.