Dudo mucho que a Burke o a Jovellanos les inspirara tanta aversión la Revolución Francesa como a mí el Mayo Francés. Muchos somos los que alguna vez nos encandilamos con alguna revolución y yo no puedo negar que, bien que fugazmente, me dejé encandilar por la cubana. En 1968 ese encandilamiento quedaba ya muy atrás, así que los sucesos del Barrio Latino me pillaron vacunado y no tuve pelos en la pluma para denunciar el “espíritu inmundo” de aquel año o, mejor dicho, de aquel decenio. En el mundo en que yo vivía, sólo Raymond Aron, que yo sepa, reaccionó frontalmente.
Yo escribí un ensayo, titulado platónicamente Bacantes y portatirsos, que salió en la Revista de Occidente en 1970 y algunas de cuyas ideas vi con gozo que coincidían con las de alguien que, favorable en principio a las revueltas juveniles, tenía a sus espaldas un historial “revolucionario” algo más importante que el mío: Octavio Paz. A ese ensayo siguieron dos novelas, aparecidas en abril y septiembre de 1971, y desde entonces no he dejado, donde, cuando y como he podido, de decir lo que pensaba y pienso de lo que mi amigo Manuel Díez Crespo llamaba “la rebelión de los horteras”.
Ahora en el año del Señor de 2007, un candidato a la Presidencia de la República Francesa tiene el valor cívico de plantar cara a ese espíritu inmundo y a los horteras cuyos cuerpos habita desde que el olímpico De Gaulle se fuera del Elíseo a los Elíseos pasando por Colombey-les-Deux-Églises. Bonne chance et bon courage!