Una Barcelona que por pijería o por dejadez pudo simpatizar con el secesionismo regresó con estupor al orden cuando el lunes 11 de septiembre vio de qué estaba hecho. Un ejército amarillo de riñonera y bocadillo nos recordó el peligro de la turba cuando se junta.
Conceder al enemigo, mediante recibimiento con sonrisas y lluvia de pétalos de flores, categoría de par y árbitro de nuestras costumbres y tributos, no es otra cosa que reconocernos vencidos.