Estrenamos ayer temporada en Via Veneto, que desde que atiende en agosto en Cap Roig retrasa su rentrée hasta pasada la Diada. Los ricos horrorizados por la invasión comarcal que sufrió el lunes 11 de septiembre Barcelona. En la ciudad los conceptos son más etéreos, tal como en la alta cocina los platos no suelen tener la forma del animal del que proceden. La morfología es obscena, brutal, rural, precivilizada. La desobediencia puede ser romántica cuando se celebra en las sobremesas de los grandes restaurantes. La gesta de los pueblos que quieren ser libres. «Es la hora de los coraceros», gritaba el emperador, tal vez en Borodino.
Pero luego llega el pueblo, la desobediencia con su forma, con su autocar. La épica pisoteándonos los parterres de la Diagonal. La libertad en camiseta. Una Barcelona que por pijería o por dejadez pudo simpatizar con el secesionismo regresó con estupor al orden cuando el lunes [gran manifestación de la Diada. N. d. R.] vio de qué estaba hecho. Un ejército amarillo de riñonera y bocadillo nos recordó el peligro de la turba cuando se junta. No hay ética sin estética y no al revés. En la ciudad los conceptos son la gimnasia del cerebro y es culto jugar con ellos como si fueran pompas de jabón. Hasta que desembarcan las hordas con su piel durísima del interior, con su tormenta que hace días que no ha visto el sol.
La Barcelona que importa tuvo el lunes 11 de septiembre su contacto con la rugosidad precosmética que está a punto de abrazar. Dieta rica en legumbres, generosa porosidad. Lo que fue coquetería se volvió cavidad y las exaltaciones se tradujeron en pliegues y humedad. Las oscuras miradas de los que todavía temen al lobo anunciaban un nuevo paradigma, una nueva tonalidad. Bermuda, mochila y sandalia son una unidad de destino en lo universal. Forma de todo, espíritu de nada. Democracia asilvestrada. Los ricos de pueblo pagan siempre en efectivo: ni Hacienda —y en eso son admirables— les ha podido domesticar. Es la fiesta de los instintos, de una sensualidad sin metáfora y a los esfínteres relajados les llaman naturalidad. La independencia de Cataluña tiene textura de algarroba y sabe a hiel de jabalí. El lunes bajó a Barcelona con sus botas y su fertilizante. Todavía huele a oveja en mi ciudad.
El independentismo tiene en el pueblo su forma de concretarse, y en el pueblo toma cuerpo y por lo tanto moralidad. Por este orden y con esta irreversibilidad. El lunes lo vimos desfilar por las calles de la ciudad, nosotros que tan preocupados estábamos por los tanques que España nos pudiera mandar.
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