Ahora está en marcha otro proceso de destrucción de la identidad en todo el mundo. Han aprendido algo de la lección rusa: para matar a una nación no hay que destruir a su pueblo, sino extinguirlo, desnaturalizarlo, adulterarlo.
No hagamos como el ouroboros, la serpiente que, mordiéndose la cola, acaba transformándose inevitablemente, al igual que el capitalismo conservador, en aquello mismo que dice condenar.