"Nueva Normalidad", "Período Especial"...

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Cuando un gobierno y las fuerzas político-sociales que lo apoyan empiezan a reinventar el lenguaje, malo. Cuando se introducen eufemismos para designar una realidad inmediata y perjudicial (en el caso que nos ocupa, desoladora) para la mayoría de la población, peor. Cuando se empieza a tachar de “insolidaria”, “irresponsable”, “antidemocrática” la posición crítica y enfrentada a la manipulación, entonces ya no cabe duda: nos encontramos ante desalmados cuyo único propósito es sorber el tuétano de la sociedad y convertirnos en esclavos agradecidos. La mentira, cuando es evidente, se convierte en un clamor por la verdad. Si un gobierno (el nuestro por ejemplo), dedica esfuerzos y tiempo y medios y mucho dinero en crear un nuevo paradigma de futuro en el que se suplantan la solidez y la fiabilidad por la ideología, misérrimo imaginario común aceleradamente compuesto de evasivas sin materia ni fondo, medias verdades, lugares comunes y “palabros” inventados sobre la marcha, se despeja el camino a la única verdad que debería inquietarnos: nos hallamos en manos de aprendices de dictadores.

Cada vez que escucho el  repugnante eufemismo “Nueva Normalidad”, me viene a la cabeza el sucedáneo utilizado por la dictadura castrista... “Período especial”

Cada vez que escucho el horrendo, repugnante eufemismo “Nueva Normalidad”, me viene a la cabeza el sucedáneo utilizado por la dictadura castrista para referirse a la época posterior a la caída del bloque comunista en Europa, en los años noventa del siglo pasado. “Período especial” lo llamaron. En efecto, fue especial porque la Cuba sostenida y mimada por la Unión Soviética se vio sola y desnuda, y el hambre y la miseria normalmente derivadas del socialismo fueron espectacularmente especiales. Hace menos de tres años, en 2017, visité la isla. La gente del común aún recordaba el famoso “período especial” y rara era la conversación en que no aparecía este siniestro sintagma. Fue el tiempo en que no quedó gato ni perro vivo de Las Tumbas a Punta de Maisí, en que se comía la pulpa de naranja frita en grasa de leche y se bebía agua con azúcar para evitar la hipoglucemia por inanición. ¿Les parece que exagero, o que subrayo en exceso la extrema necesidad padecida por un desdichado pueblo y por capricho de su canalla dirigente? Pregunten a cualquier cubano, de aquí o de allí… Pregunten cómo es que al día de hoy las terrazas de La Habana están pobladas de gallineros en previsión de rebrotes de aquella atrocidad; gallos y gallinas que viven en total sosiego (a menos que caigan al puchero), sin temor a los gatos depredadores porque, naturalmente, en Cuba sigue sin haber gatos; y si alguno apareciese, a la cazuela de la que se ha escapado volvería pronto.

Ahora, piénsenlo un segundo: ¿Nueva Normalidad? ¿Qué va a haber de nuevo? Mejorar, lo que se dice mejorar… No creo que de la noche a la mañana, libres y felices tras el confinamiento, vayamos a vernos en mejor situación que hace dos meses. ¿Entonces, peor? ¿Mucho peor? ¿Muchísimo peor? Por el momento, los datos que manejan todas las agencias y observatorios internacionales nos dicen que España se enfrenta al desplome económico más importante de nuestra historia desde la guerra civil. Hay dos millones de parados sobrevenidos, vertiginosamente incorporados a la estadística, y la perspectiva de reconstruir y recuperar lo perdido, por supuesto, no es tan inmediata. En materia económica, a destruir se nace sabiendo pero construir y recuperar un país siempre se presenta como tarea ímproba. Nuestro gobierno enfrenta esta alarmante situación con el recurso de todas las dictaduras que en el mundo han sido: inventarse un nuevo término, un concepto vago y primoroso, un eufemismo que diluya el vinagre caído a chorreón sobre la conciencia de la ciudadanía: Nueva Normalidad. Cierto: las dictaduras son expertas en inventar conceptos huecos por dentro, crueles por fuera y, además, de mucha retórica: cualquier tiranía es una "democracia orgánica" o peor aún, una "democracia popular"; los disidentes son "maleantes", “enemigos del pueblo” o “parásitos antisociales”; un linchamiento se convierte en "juicio sumarísimo" y el latrocinio del poder en “expropiación” o “propiedad del Estado”; al desempleo, la hambruna y la falta de recursos y abastecimiento se los describe como “heroica lucha del pueblo contra la adversidad”; a la liquidación física de la oposición, “justicia popular contra los indeseables”; a los campos de concentración y exterminio, “reasentamiento”, “colonias de reeducación”, etc, etc y un etcétera tan largo como ustedes quieran.

Alguien dijo alguna vez que

La política es el arte de mentir a tiempo y evitar verdades a destiempo. No podemos negar a nuestro actual gobierno su extrema diligencia en cumplir tal máxima.

la política es el arte de mentir a tiempo y evitar verdades a destiempo. No podemos negar a nuestro actual gobierno socio-podemita su extrema diligencia en cumplir esta máxima. Por una verdad a destiempo fueron eliminados los uniformes de la TV pública (de todos, nada menos), ya que un sincero general de la Guardia Civil tuvo la ocurrencia de redefinir la libertad de expresión en tiempos de la Nueva Normalidad. Otra verdad inconveniente, la del número real de fallecidos por causa del virus de Wuhan, se conocerá cuando Pedro Sánchez acabe de escribir su próximo libro. O sea, ya mismo. Por dos o tres mentiras dichas con toda solemnidad en el congreso de los diputados nos enteramos de que alguien está haciendo su agosto gracias a la pandemia, comprando material sanitario barato a los chinos (defectuoso, claro… es de los chinos), y llevándose caliente la obligatoria comisión, mordida, “compensación de gestiones” o como se denomine al agio en el diccionario de la Nueva Normalidad. Las verdades bien calladas y las mentiras a discreción, bien pensadas, son la base más sólida para generar una sociedad de parias infantilizados que aplauden a las antípodas desde los balcones de sus domicilios, donde cumplen arresto voluntario sin quejarse y, lo peor de todo, sin nervio social ni rescoldo de conciencia que les sugiera quejarse. El derecho al pataleo es de mala nota, insolidario, inadecuado como la verdad a destiempo. Hay que anteponer los intereses del común a la crítica; y si es necesario, tapar la verdad imprudente con mentiras piadosas. Por supuesto, en la lógica de nuestro gobierno (la misma lógica que nos ha llevado a ser campeones del mundo en fallecidos por causa del virus chino), ahora lo urgente es seguir combatiendo la pandemia y también (otro invento lingüístico) iniciar la “desescalada”. Las disconformidades, dejémoslas para cuando España sea un país democrático con un gobierno democrático. Ahora no procede. El estado de alarma es mucho estado.

Y ese es el futuro de los Nuevos Ciudadanos de la Nueva Normalidad: callar hasta en casa y aplaudir en los balcones, convencidos en lo funesto de sus espíritus de que, al igual que ha sucedido a muchos miles de víctimas del virus, nadie aplaudirá ni pondrá siquiera lágrimas en su discreto entierro.

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