La verdadera pandemia

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El miedo siempre ha sido un arma excelente para lograr la obediencia del cuerpo social, bien sea en su forma más cruda, mediante el simple ejercicio de la violencia, o más sutil, con amenazas invisibles en forma de conjura o de enfermedad. El futuro es una sombría fuerza que no podemos controlar y desconocemos lo que nos traerá, pero sabemos que en algún momento de él se producirá nuestra muerte, cosa que no deja de ser preocupante. El hombre es una criatura que teme. Y cuando le vence el miedo actúa como una res y busca el rebaño, la unión con otros miedos. Los pastores lo saben y usan el temor de sus borregos como un instrumento para dominar a su grey desde hace milenios. La especie humana no es muy diferente de las pécoras trashumantes. Ganado lanar.

La pandemia actual —lo que nuestros padres llamaban epidemia y lo que en los pueblos de la España profunda se denomina un andancio— ya no se combate con rogativas, rosarios y flagelantes, sino con una serie de medidas profilácticas cuya utilidad ha sido negada por los mismos que las imponen: recuérdese la polémica de las mascarillas (algún día se descubrirá quién se lucró con ellas) o aquello de que esto era una gripe sólo que un poco más fuerte. Por no hablar de los respiradores. Con semejante gazpacho de criterios en la jefatura del país, no es de extrañar que estemos a la cabeza de la mortalidad mundial.

Otro aspecto curioso de esta histeria colectiva es que los responsables de la mayor catástrofe sanitaria de nuestra historia reciente siguen en el cargo y hasta dan lecciones de moral y eficacia a sus víctimas. También es cierto que, tras treinta años de reformas “educativas” e infinitos canales de televisión, era de esperar un aumento del porcentaje de deficientes mentales y de esclavos voluntarios en este país nuestro, aunque no en tales proporciones. Pero en esto hay que reconocer que el Gobierno ha conseguido una victoria total: nunca le interesó proteger unas vidas que no le importaban, sino construir un discurso que le permitiera salvar la cara y mantener a sus paniaguados en sus cargos. Y tuvo éxito: el IBEX-35 prefería a la izquierda en el Gobierno antes que incendiando las calles, y las generosas subvenciones a los medios de comunicación impidieron al público ver el rostro real de la tragedia y darse cuenta de la incompetencia de nuestras autoridades. No ha habido un mayor imperio de la mentira y la desvergüenza que el que hemos vivido estos meses, ni Goebbels ni Willi Muenzenberg rayaron a tanta altura. La manipulación de las masas en los días de la peste ha demostrado que el español medio puede ser tratado impunemente como una oveja.

Por supuesto, a las ovejas se las trasquila. Toda esta regulación muchas veces contradictoria y absurda tiene sus ventajas. Una de ellas: que el Estado y sus taifas autonómicas pueden recaudar una enorme cantidad de dinero sancionando a todo aquel incauto que no se halle al corriente de las infinitas normas de conducta de la dictadura médico-higienista. Además, las autoridades cuentan con una red extensísima de soplones, chivatos, correveidiles, vigilantes aficionados y delatores amateurs, los llamados policías de balcón, siempre dispuestos a denunciar a los enemigos del pueblo que se quitan la mascarilla, hartos de respirar sus miasmas, o a los vecinos que no inundan el rellano de lejía tres veces por jornada, o a los ingenuos que conversan tranquilamente sin guardar las distancias permitidas. Y eso vuelve a muchos sujetos felices, porque la servidumbre es la condición innata de la masa y sintiéndose dominada y sumisa está más satisfecha que siendo libre y responsable. Lenin andaba más que sobrado de razón cuando le dijo a Ángel Pestaña eso de “Libertad, ¿para qué?”.

Este experimento ha permitido controlar a toda la sociedad e imponer medidas que acabarán con uno de los pocos reductos de libertad que nos quedaban: la vida íntima. Asusta ver la cantidad de sistemas de control y monitorización de los ciudadanos que se están implementando en estos meses. El que nos debería poner a todos los pelos de punta es la tendencia a la desaparición del dinero físico, de los billetes y de las monedas, el sueño húmedo de la socialdemocracia castradora y de sus terroristas fiscales. Si manejamos sólo el dinero de la tarjeta bancaria, el seguimiento de nuestra vida por las autoridades sería completo. En China ya se hace, y se puntúa a los ciudadanos en buenos y malos, con los correspondientes estímulos pavlovianos de recompensa o castigo, según su gasto sea social o no. Fijémonos también en la persecución de los bulos, eso que los horteras de la neolengua llaman fake news. Empresas privadas, provistas de un gran capital y al servicio de la corrección política, han censurado sin ningún poder legal a quienes discutían los bulos y melonadas gubernamentales en la Red. El cierre de un medio sólo puede hacerse por una acción judicial, ningún grupo de niñatos progres tiene legitimidad para eso, por muy millonarios que sean. No sólo hay policía de balcones, también tenemos a la Gestapo mediática de Facebook, Tweeter, Newtral y compañía.   ¿Y las vacunas? Para desarrollar con garantías una hacen falta varios años de prueba. Aquí nos la van a imponer de un día para otro, por la tremenda y con graves sanciones, prácticamente la pérdida de derechos como ciudadano, si uno se niega a ello. Recordemos que en 1990, durante la I Guerra del Golfo, las inyecciones que les inocularon a los marines les causaron más bajas a los imperialistas yankis que el ejército de Saddam Hussein. La que se estaba estudiando en Oxford, y que era la panacea que nuestro Gobierno soñaba, ha tenido que suspenderse por los graves efectos que ha producido en sus cobayas humanas (el que no se hayan especificado indica que deben de ser algo más grave que una alopecia. Como en el estalinismo, tenemos que empezar a leer entre líneas la prensa del régimen). Ya resulta inquietante que las farmacéuticas obliguen a los Estados a exonerarles de cualquier responsabilidad en caso de que la vacuna salga como el bálsamo de Fierabrás. Y si, además, usted, lector, es algo conspiranoico: ¿se inyectaría un mejunje patrocinado por un individuo (Bill Gates) que ha comprado la OMS, que ha hecho de la biotecnología un negocio para especular, que es admirador del régimen chino, que dice que sobra un diez por ciento de la humanidad y cuya Fundación se dedica a fomentar el aborto en todo el mundo?

El virus pasará, como han pasado todas las pestes a lo largo de la historia. Lo peor son las consecuencias sociales, la conversión de los ciudadanos en enfermos, de las sociedades en hospitales, en un mundo que cada vez se parece más al psiquiátrico de Alguien voló sobre el nido del cuco, película que debería ser de visión obligatoria en este año de eclosión de la dictadura clínica, de la tiranía del biopoder. Decía Bakunin que no había régimen más inhumano que el de la dictadura de los científicos, que ningún despotismo podía ser peor porque carece de los sentimientos y los errores propios del hombre, porque es un dominio gélido, maquinal, insensible, que explota el miedo y la angustia de millones de enfermos imaginarios, pero sin el colorido, la estética y la leyenda de la superstición, sino con fríos ojos de reptil y olor a formol. Como profetizó Houellebecq, la vida del hombre moderno es una sucesión de expedientes clínicos que termina en la muerte. Hacia eso vamos, hacia la Gran Estabulación de una humanidad castrada, lobotomizada, medicalizada, narcotizada, infantilizada y degradada hasta las heces por la emotividad, la ordinariez, la cursilería, el puritanismo y la insignificancia del consenso socialdemócrata, ese opio del pueblo, esa ideología de los muy ricos.  La Granja Avícola Humana, no hay mejor resumen de todo el Nuevo Orden Mundial. Ya nos están desplumando.

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