El capitalismo (Nike, en este caso) si que sabe, en cambio, asimilarse...

«La asimilación de los inmigrantes nos es ni una buena ni una mala idea... ¡Es simplemente imposible!»

Algunos piensan que la asimilación sería la solución milagrosa: los inmigrantes se convertirían en franceses como los demás (o en españoles, en italianos, en alemanes..., en europeos, en fin) y el problema estaría resuelto.

Compartir en:

El debate sobre la “integración” de los inmigrantes está estancado desde hace décadas, aunque solo sea porque nunca se especifica qué es lo que se trata de integrar: ¿a una nación, a una historia, a una empresa, a un mercado? Es en este contexto donde algunos optan por recurrir a la “asimilación”. Hace dos meses, la revista Causeur dedicó un dossier completo a este concepto, con el titular en portada: “¡Asimilaos!” ¿Qué piensa de ello?

En los círculos más preocupados por el flujo migratorio, a menudo escuchamos que la asimilación sería la solución milagrosa: los inmigrantes se convertirían en franceses como los demás (o en españoles, en italianos, en alemanes..., en europeos, en fin) y el problema estaría resuelto. Ésta es la posición defendida con talento por Causeur, pero también por autores como Vincent Coussedière, que publicará un Elogio de la asimilación, o Raphaël Doan (El sueño de la asimilación, desde la antigua Grecia hasta la actualidad). Otros objetan que “los inmigrantes son inasimilables”. Otros rechazan la asimilación porque implica necesariamente el mestizaje. Estas tres posiciones son muy distintas, e incluso contradictorias, pero todas tienen en común que consideran que la asimilación es posible, al menos en teoría, aunque algunos no la quieran o consideren que los inmigrantes no respetan las reglas del juego.

La asimilación es un concepto de naturaleza universalista, heredado de la filosofía de la Ilustración (la palabra ya se encuentra en Diderot). Presupone que todas las personas son básicamente las mismas. Para hacer desaparecer las comunidades es necesario, por tanto, animar a los individuos que las componen a separarse de ellas. En cierto modo,a los inmigrantes se les propone este trato: conviértanse en individuos, compórtense como nosotros y serán plenamente reconocidos como iguales, ya que a nuestros ojos la igualdad presupone la mismidad.

Recuerde el apóstrofe de Stanislas de Clermont-Tonnerre, en diciembre de 1789: “¡A los judíos debemos otorgarles todo como individuos! ¡A los judíos debemos rechazárselo todo como nación!”. (Los judíos no cedieron a este chantaje, de lo contrario habrían tenido que renunciar a la endogamia y hoy no habría comunidad judía.) Emmanuel Macron no dice nada distinto cuando afirma que la ciudadanía francesa reconoce que “el individuo racional y libre está por encima de todo”. Raphaël Doan es muy claro en este punto: “La asimilación es la práctica consistente exigir al extranjero que se convierta en un compañero. […] Para asimilar hay que practicar la abstracción de los orígenes”. Con otras palabras, el extranjero tiene que dejar de ser Otro para convertirse en el Mismo. Para hacerlo, tiene que olvidar sus orígenes y convertirse. “Emigrar es cambiar tu genealogía”, dice Malika Sorel. Es más fácil decirlo que hacerlo. Porque asimilarse a los “valores de la República” no significa nada. Asimilar es adoptar una cultura y una historia, una sociabilidad, un modelo de relaciones entre los sexos, unos códigos vestimentarios y culinarios, unos modos de vida y de pensamiento específicos. Sin embargo, hoy en día, la mayoría de los inmigrantes son portadores de valores que contradicen directamente los de las poblaciones de acogida. Cuando les ofrecemos negociar su integración, simplemente olvidamos que los valores no son negociables (cosa que una sociedad dominada por la lógica del interés tiene la mayor dificultad de entender).

 

Por su parte, ¿cree que la asimilación es buena o mala?

Ni buena ni mala. Tiendo a pensar que es imposible. La razón principal es que podemos asimilar individuos, pero no podemos asimilar comunidades, sobre todo cuando representan del 20 al 25% de la población y están concentradas —“no porque se les haya metido en guetos, sino porque el ser humano cultiva naturalmente la vecindad con quienes viven como él”(Élisabeth Lévy)— en territorios que favorecen el surgimiento de contrasociedades basadas exclusivamente en la autoestima. Esto es especialmente cierto en un país como Francia, caracterizado por el jacobinismo, que nunca ha dejado de luchar contra los organismos intermedios para reducir la vida política y social a un cara a cara entre el individuo y el Estado. Colbert ya había hecho grandes esfuerzos para afrancesar a los indios americanos. Obviamente fue un fracaso.

En Francia, la asimilación tuvo su apogeo en la III República, en un momento en que el colonialismo  estaba en su apogeo por iniciativa de los republicanos de izquierdas que anisaban hacer que los “salvajes” conocieran los beneficios del “progreso”. Pero la III República fue también un gran educador: en las escuelas, los “húsares negros” pusieron tuvieron a mucha honra enseñar la gloriosa historia del relato nacional. Ya nada de eso impera hoy. Están en crisis todas las instituciones (iglesias, ejército, partidos y sindicatos) que facilitaron en el pasado la integración y la asimilación. La Iglesia, las familias, las instituciones ya no transmiten nada. La propia escuela, cuyos programas están dominados por el arrepentimiento, no tiene nada que transmitir, salvo la vergüenza por los crímenes del pasado.

La asimilación implica que haya una voluntad de asimilar por parte del poder y un deseo de ser asimilado por parte de los recién llegados. Ahora bien, ya no hay ni lo uno ni lo otro. El pasado mes de diciembre, Emmanuel Macron declaró explícitamente a L’Express : “La noción de asimilación ya no corresponde a lo que queremos hacer”. Es difícil ver, por otro lado, qué atractivo puede seguir ejerciendo el modelo cultural francés para los recién llegados, quienes constatan que los nativos, a los que a menudo desprecian, cuando no los odian, son los primeros en no querer saber nada sobre su propia historia al tiempo que entonan el mea culpa para se les perdone por existir. ¿Qué puede seducirles de aquello que ven? ¿Qué puede entusiasmarles? ¿Qué puede empujarles a querer participar en la historia de nuestro país?

Último comentario: en el modelo asimilacionista se supone que la asimilación progresa de generación en generación, lo cual puede parecer lógico. Sin embargo, vemos que en Francia ocurre exactamente lo contrario. Todas las encuestas lo demuestran: son los inmigrantes de las últimas generaciones —es decir, los que nacieron franceses y tienen la nacionalidad francesa— quienes se sienten más ajenos a Francia, quienes más piensan que la Charia prevalece sobre el derecho civil y encuentran lo más inaceptable cualquier “ultraje” a su religión. El pasado mes de agosto, cuando se les hizo la pregunta: “¿Es el islam incompatible con los valores de la sociedad francesa”, el 29% de los musulmanes respondieron afirmativamente, mientras que entre los menores de 25 años, este porcentaje fue del 45%.

 

Un debate semejante, ¿constituye una especificidad francesa o de los países occidentales? ¿O bien la cuestión de la integración mediante la asimilación es algo que existe, más o menos, en todas partes?

Los países anglosajones, al no haber estado marcados por el jacobinismo, son más hospitalarios con las comunidades. Además, en los Estados Unidos, los inmigrantes generalmente no tienen ninguna animosidad contra el país en el que quieren entrar. La gran mayoría de ellos, a quienes se les ha inculcado el respeto por los Padres Fundadores, quieren ser estadounidenses. El “patriotismo constitucional” hace el resto. En Asia, las cosas también son distintas. Allí se desconoce la noción de asimilación, por la sencilla razón de que la ciudadanía se fusiona con la etnicidad. Para los dos mil millones de personas que viven en el norte y el noreste de Asia, en particular en la zona de influencia confuciana, uno nace ciudadano, no se convierte en ciudadano. Ésta es la razón por la que China y Japón se niega a recurrir a la inmigración y solo naturalizan con cuentagotas (los muy pocos europeos que han obtenido la nacionalidad japonesa o china nunca serán considerados, de todos modos, japoneses o chinos).

Entrevista realizada por Nicolas Gauthier

© Boulevard Voltaire


El último libro de Alain de Benoist
publicado en español

Más información aquí

Se puede adquirir aquí
(en papel o eBook)

 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar