1918

Hace un siglo se vino abajo una cultura que exaltaba los principios de excelencia y belleza, que estaba arraigada en el suelo que roturaron y sembraron generaciones de antepasados y que tenía la vista levantada hacia el cielo, hacia un principio espiritual.

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Hace cien años, Europa empezó a morir espiritualmente aunque las armas callaron. Hace un siglo se vino abajo una cultura que exaltaba los principios de excelencia y belleza, que estaba arraigada en el suelo que roturaron y sembraron generaciones de antepasados y que tenía la vista levantada hacia el cielo, hacia un principio espiritual, que guiaba y daba sentido a la existencia y a las labores y trabajos de los hombres. Hace un siglo, Europa rebosaba de familias numerosas, de niños y de jóvenes. Hace un siglo, el campo y la vida rural formaban el nervio de sus naciones. Hace un siglo, las ciudades eran hermosas y desde nuestras grandes capitales se dominaba el mundo. Europa era Europa.

Este once de noviembre, los dirigentes "europeos" se han reunido en París para conmemorar un armisticio que –como profetizara el católico y tradicionalista mariscal Foch– llevó a otra "paz" que sólo iba a durar veinte años, malbaratada como lo fue por políticos que, sin embargo, comparados con Macron, Merkel y Juncker, se pueden considerar grandes. No se equivocó en nada el gran general francés. En realidad, los oligarcas no celebran la paz. Conmemoran el fin de las naciones y de los pueblos europeos, esos a los que ellos entierran, esterilizan, reemplazan y aculturan, tratando de que no quede ni rastro de la Europa campesina y cristiana que ellos quieren desarraigar hasta que no quede ni el recuerdo de esa tradición que detestan.

La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es la Antieuropa, la negación de sus naciones, de su cultura y de su religión. La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es una Europa sin niños, anticristiana, islamizada y enemiga de la familia natural, en la que es más fácil divorciarse que cambiar de compañía de teléfono; la Europa del aborto obligatorio y los millones de niños sacrificados al año en su guerra implacable contra la natalidad. La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es la de los grandes rascacielos y los barrios repletos de máquinas de habitar, la de la especulación urbanística y las no go zones. La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es la sentina de la dictadura de género, de la corrección política, del desprecio por los valores viriles y de la tiranía del matriarcado postmarxista. La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es fea, enemiga de la belleza, que premia los engendros de una vanguardia decrépita y considera que cualquier blasfemia, cualquier chapuza, cualquier basura, cualquier detrito es arte, siempre que se pague un buen dinero por el objeto. La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es el imperio de una burocracia a la que nadie ha elegido, es la venta de las soberanías nacionales a los poderes económicos sin patria, es la deslocalización y la ruina de las antaño prósperas industrias europeas, es poner la estabilidad de sueldos, hogares y empleos al albur de los especuladores financieros.

La Europa que estos oligarcas defienden es su coto, su club de negocios, su cortijo. Pero no es Europa, sino su negación pura y simple, el pisoteo de su Historia y de lo que la forjó como uno de los grandes centros de cultura del mundo: sus pueblos y sus naciones, a los que hoy se quiere aniquilar, para convertir a sus ciudadanos en meras unidades de producción y consumo, sin patria, sin identidad, sin ni siquiera sexo, sin humanidad.

No es de extrañar que los comisionistas a sueldo del gran capital internacional profanen la tumba del soldado desconocido, de un héroe que murió por Francia, por su nación, y renieguen del nacionalismo y de las patrias. No puede ser de otra manera, porque el capital es apátrida, como lo son ellos, los proxenetas de Europa. Gracias a estos sucedáneos de estadistas, a estos administradores del poder financiero, Europa será en 2118 Eurabia. Y se lo habrá merecido porque la Europa de Macron, de Merkel y de Juncker quiere morir: sus leyes, sus ideas y sus propósitos tienen marcado el sello de la muerte, de la esterilidad, de la aniquilación. Es un yermo espiritual cubierto de dinero, un asilo de ancianos que se agarran desesperados a su pulmón de acero y a su tarjeta de crédito. Hasta el islam que nos amenaza es, en cierto modo, menos mortífero que ellos. Al menos está vivo, defiende la vida y en él hay una sana jerarquía espiritual y unos principios elementales que no han degenerado. Pero no tiene nada que ver con nuestra Tradición.

Somos nosotros, los europeos que todavía quedamos, los que tenemos un reto urgente para recuperar un poco de la inmensidad de lo perdido desde 1918. La situación es mucho más peligrosa que nunca, porque ahora sí que Europa está en vías desaparecer, como en los Campos Cataláunicos frente a Atila, como en Covadonga, Poitiers y Viena frente al islam. A Europa sólo la salvarán de estas élites apátridas y traidoras sus naciones, sus pueblos, si despiertan esa conciencia nacional que los poderosos tratan de demonizar.

El nacionalismo ha sido el enemigo común contra el que han cargado todos los plutócratas de la Unión Europea en sus discursos. Algo bueno tendrá cuando esta patulea de mercenarios lo denigra tan unánime. Nacionalismo es el patriotismo que adquiere conciencia histórica, que quiere formar una comunidad identitaria que se rija a sí misma y sea soberana. Porque nacionalismo implica soberanía popular, palabra tabú en una Europa en la que los pueblos y los Estados están sometidos a un poder que nadie elige y nadie controla, un espejo de ese engendro antidemócratico mundial que son las Naciones Unidas.

La Europa de Macron, de Merkel, de Juncker es la de los millonarios sin fronteras. La Europa que nosotros queremos es la de los pueblos libres, soberanos y libremente asociados. Y con límites, con fronteras firmes y seguras que no se puedan violar alegremente. De empleos y familias estables, de un futuro demográfico que garantice que España, Alemania, Francia o Italia seguirán siendo ellas mismas y no un Hong Kong o un Singapur. Hay que elegir ya y plantar cara a este monstruo transnacional, a este Polifemo engendrado por la codicia de las élites financieras que nos quiere devorar, a esta Circe que nos va a convertir en esclavos inconscientes de los mercados, en tristes piaras humanas al servicio de un sistema de poder mundial.

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