Las imágenes y noticias de Venezuela no pueden sino conmover a quienes ven cómo un país dotado de las riquezas suficientes para ser uno de los más prósperos del planeta se degrada en la miseria. La dictadura que sufren los venezolanos tiene su origen en el régimen bipartidista instaurado tras el acuerdo de Puntofijo (1958) –muy parecido a nuestros pactos de la Moncloa–, que se desmoronó con la victoria electoral de Hugo Chávez en 1999; sistema político en el que los demócratacristianos de COPEI compartían el poder con los socialdemócratas de Acción Democrática, el partido del corruptísimo Carlos Andrés Pérez, vicepresidente de la Internacional Socialista y gran amigo de Felipe González y Willy Brandt. ¿Nos suena algo de esto a los españoles?
En 1999 el teniente coronel retirado Hugo Chávez, que apenas un año antes vegetaba en la franja lunática de la política venezolana, logró vencer en las elecciones y destrozar de un papirotazo un régimen partitocrático que en buena medida está calcado en el nuestro. No es un secreto para el lector que elementos de la extrema izquierda "española" que hoy forman parte de Podemos y Bildu colaboraron y colaboran en la creación y expansión de esta dictadura pseudocastrista, que hoy representa a las mil maravillas el pitecántropo Maduro, magnífico espécimen de aquella profecía del último Bolívar, que veía a la América española disgregada y gobernada por tiranos de todas las índoles y colores. Sin duda, el cuadrúmano Nicolás, cuyo poder se sustenta del hambre de su pueblo, podría servir de musa analfabeta, grasienta y mostachuda para una nueva novela de tiranos. ¿Para cuándo un Uslar Pietri, un Asturias, un Carpentier que inmortalice a este caudillo analfabeto, a este tonton macoute borderline, a este tarado obeso que hace buenos a Juan Vicente Gómez y a Marcos Pérez Jiménez? No lo habrá... Esta mala bestia, como el menorero Ortega, goza de las bendiciones del universo progre.
Pero no trata este artículo de Venezuela, sino de España. De la situación en ese desventurado país hay responsables directos entre nosotros: Pablo Iglesias, Monedero, Bescansa, Luis Alegre y toda una plétora de dirigentes del neoestalinismo “español” asesoraron al nuevo régimen y se han beneficiado de muy generosas ayudas de los dos póngidos que han tiranizado Venezuela, por no hablar de lujosísimas estancias en complejos hoteleros para millonarios donde los turistas comprometidos se daban la gran vida mientras los lugareños se peleaban por un trozo de pan. Léase el ABC del 21 de febrero de este año o busque el lector en la Red los reportajes de Okdiario para hacerse una idea de cómo se lo pasan los aristócratas rojos en su paraíso chavista. Es una tradición de la gauche caviar disfrutar de la hospitalidad de los sátrapas rojos, de los Ceausescu, Castro, Kim Il Yung y demás trimalciones marxistas sin reparar en gastos ni en caprichos. Para eso se han apropiado de la superioridad moral.
los estrategas de la Guerra Fría que un conflicto nuclear era posible, aunque improbable. Que España se convierta en la Venezuela de Europa no sólo es posible, cada vez resulta más probable. Para empezar, los socios del Gobierno actual son aliados directos de Maduro: Podemos y Bildu se declaran activamente bolivarianos. Pero ni más ni menos que la gran fatalidad española, el inane Zapatero, con su instinto infalible para el mal, es un paladín de Maduro y sus soviets. En el propio PSOE hay un sector que, con tal de mantenerse en el cargo, es capaz de "podemizarse" más que los propios estalinistas de Iglesias. Tampoco es esto algo que suceda por primera vez: ya lo vimos en el PSOE bolchevizado de 1936. Y así nos fue. No olvidemos que hoy, ahora mismo, el poder municipal de Podemos en las grandes capitales se sostiene únicamente por el apoyo de los socialistas.
Venezuela no está tan lejos. Imagine el lector un empeoramiento de la situación económica, una victoria de las izquierdas en las próximas generales y añádale un separatismo aún más fuerte que el que hoy padecemos. Nada de eso es improbable. Al revés, es un escenario en el que quizá nos toque actuar dentro de unos meses, con la Constitución del 78 difunta, la Monarquía en el alero y la unidad nacional en almoneda. La izquierda está decidida a crear un nuevo régimen, una III República bolivariana y confederal, en la que la ruina de la economía, eso que a tanto experto le parece un obstáculo decisivo frente a esa revolución hasta ahora amagada, es un objetivo básico de las izquierdas montoneras que padecemos. Arruinar y hambrear a la sociedad siempre ha sido el método favorito de consolidar el poder de los comunistas. Lo que pasa ahora en Venezuela, antaño una sociedad de consumo enormemente parecida a a nuestra, sucedió de manera muy parecida en la URSS o en Cuba en los años iniciales del comunismo. Como se vio en La Habana en 1959 y se ve ahora en Caracas, pasar del capitalismo consumista al socialismo no es tan complicado. A los entendidos parece que se les olvida que el objetivo fundamental de esta gente es trasvasar la riqueza social de las manos privadas a las públicas –eso que llaman ahora la gente–, ello implica la expropiación y ruina de las clases altas y medias y el hambre para el resto. Es un método que funciona desde 1918 y que nunca falla. Si disfrutan del monopolio ideológico y dominan los medios de comunicación, ¿por qué no acaparar el poder político? El social ya lo tienen. Se lo ha regalado el propio régimen del 78, hoy difunto, y cuyo vacío tendrá que ser ocupado por alguien.
¿Suena imposible, delirante? Ojalá lo sea.