La caridad, esa virtud teologal, ha dado lugar a dos de los refranes más sabios de nuestra lengua, de esos que Sancho Panza tan a menudo citaba y que tanto enojaban a Don Quijote. Los dos, no por casualidad, tienen un significado parecido: "La caridad bien entendida empieza por uno mismo" y "Por la caridad entra la peste". Los dos refranes hacen alusión al mal uso de esta virtud, que nos puede llevar al mal por querer hacer el bien, y nos invitan a la prudencia, a medir el alcance de nuestras acciones antes de que una presunta buena obra produzca resultados nefastos.
Para el lector estos dos refranes están muy de actualidad hoy, cuando nuestras autoridades han abierto las fronteras de España a miles de africanos que interpretaron adecuadamente el mensaje del Aquarius: "Venid, España os acoge y os aplaude la gesta. No os preocupéis, en cuanto piséis la frontera se os atenderá mejor que a los nativos del país". Una invitación al viaje para los millones de africanos que se mueren de ganas de escapar de sus sociedades. El resultado ya lo hemos comprobado en menos de un mes: un asalto violento a la frontera española y desembarcos masivos en las playas sureñas. La Costa de Cádiz se puede llamar ahora Costa Patera. El buenismo empieza a costar muy caro. Y esto es sólo el principio.
Sánchez ha abierto las esclusas de la avalancha migratoria para conseguir réditos propagandísticos y quedar como un Trudeau, como un Obama, como un Macron hecho de aire y ventoleras. Pero también ha originado una serie de interrogantes: ¿puede un país con una tasa altísima de paro acoger miles de africanos en edad de trabajar? Esa sería la primera pregunta que nos tendríamos que hacer en frío. Otra: ¿se resentirán nuestros servicios sociales, esos por los que llevamos cotizando decenas de años, al mantener a un creciente número de pobres? Con los problemas económicos que padecemos, ¿quebrará la Seguridad Social si nos llegan varios cientos de miles de personas sin oficio ni beneficio ni posibilidad de obtenerlo?
Los inmigrantes producen riqueza cuando se integran en una economía pujante. Cuando llegan a un país arrasado por una crisis reciente y con un empleo precario sólo sirven para aumentar las cifras del paro. No, ellos no pagarán nuestras pensiones, bastante tendrán con comer todos los días y con competir con los nativos por un trabajo de ínfima calidad y peor remuneración. Sólo servirán para aumentar aún más la precariedad laboral.
Pero, aunque importante, el cálculo económico es la menos decisiva de las consecuencias de esta avalancha. Cuando los españoles emigraban a Alemania, Bélgica o Suiza, no iban en pateras y sin documentación. La emigración española estaba controlada, se adecuaba a las necesidades del estado receptor y su impacto cultural en el país de acogida era mínimo. Por la propia naturaleza de su labor, los españoles, portugueses e italianos que trabajaron en la Europa rica de los cincuenta y sesenta ocupaban una posición humilde pero integrada, dirigida por los Ministerios de Trabajo y por los consulados. Nadie iba a lo loco y sin papeles. Fue bueno para los países receptores y aún mejor para los emisores. Acabada su necesidad, los emigrantes regresaron a España ordenadamente y con unos buenos ahorros.
Lo que nos llega por el Estrecho ni está controlado, ni obedece a nuestras necesidades económicas (a las de la nación, me refiero), ni tiene el respaldo y la gestión de las instituciones estatales, sino que es el producto de la actividad delictiva de las mafias de negreros del norte de África en franca coordinación con las ONG del mundialismo, patroneadas por George Soros. Es decir, las ONG nos meten gente en nuestros países que no sabemos quiénes son, qué antecedentes tienen y qué estado de salud presentan. No sólo es algo económicamente injustificable: también puede poner en riesgo nuestra vida porque nadie los examina en profundidad, de ahí la extensión por Europa de enfermedades desconocidas o extinguidas hace tiempo. Es curioso que ahora, cuando se vigila tanto la introducción de especies invasoras del ecosistema para proteger la fauna endémica, nadie muestre la menor preocupación por una posible extensión de epidemias y enfermedades como el ébola, que se originan precisamente en los lugares desde los que llegan los ilegales.
El nulo control de los recién llegados es el principal elemento de riesgo: ¿cuántos miembros de Boko Haram, por ejemplo, se pueden colar en uno de estos desembarcos? No sabemos absolutamente nada de las intenciones ni de la identidad de los indocumentados. Pero vienen de países donde el islam radical está en auge y, además, cuando llegan a Europa son presa fácil del wahabismo y del salafismo por la propia desintegración de sus vínculos tradicionales, que siempre han servido de freno al integrismo que exportan los saudíes. Recordemos que la gran cantera de islamistas radicales no es Argelia, Egipto o Marruecos, sino Europa, donde los musulmanes se hallan desarraigados e insatisfechos. No olvidemos otro factor: Ceuta y Melilla se pueden ver anegadas por esta población, al igual que la costa del Estrecho, lugares en los que a la amenaza islamista se puede unir el creciente poder del narcotráfico. Las plazas de soberanía del África española corren el riesgo de que se originen en ellas gravísimos conflictos sociales, étnicos, políticos y religiosos. Marruecos, mientras tanto, espera y juega a un plazo que ya no es tan largo.
Las intenciones de los recién llegados tampoco son muy pacíficas. El asalto de finales de este mes a la frontera española nos mostró que estos personajes no son unos angelicales emigrantes, sino que son capaces de ejercer una violencia organizada y de carácter muy grave, como es el ataque a las fronteras internacionales de un país. El Gobierno, por su parte, ha enviado una señal patética y peligrosísima de debilidad al impedir que las fuerzas del orden cumplan su deber de defender los límites del Estado. Con semejante precedente, podemos esperar crisis mucho más graves en las lindes de Ceuta y Melilla. Por otro lado, si abrimos las puertas como lo estamos haciendo, no tardaremos en ver cómo crece un gran partido islamista y como la casta parlamentaria de Madrid cederá ante él igual que lo hace con los separatistas. España es el Estado europeo más vulnerable al chantaje de una minoría organizada. Si Suecia, Alemania o Francia tienen gravísimos problemas con los barrios donde impera la sharia, ¿qué pasará en la buenista, débil y empobrecida España?
Sólo nos queda una solución, que esta gente siga su viaje hasta Francia, los Países Bajos y Alemania. Seguro que nuestros socios comunitarios serán tan generosos como nosotros...