Macroncitos

Asistimos a la saturación del mercado electoral español con una superproducción de macroncitos: políticos jóvenes, de buena presencia y absolutamente desideologizados.

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España rara vez se parece a Francia; nos faltan el sentido del Estado, la burguesía culta y el inconformismo político, pero sí que hemos sabido imitar sus formas y apariencias como buenos monitos adiestrados, como perfectos e ignaros provincianos. Esa imitación externa de lo que es el dernier cri en París se manifiesta ahora en la saturación del mercado electoral español con una superproducción de macroncitos: políticos jóvenes, de buena presencia y absolutamente desideologizados. Estos cuidados productos de diseño del establishment pretenden dar una imagen renovadora que desvíe la ira acumulada del creciente descontento popular. Como solución momentánea a la crisis parecen funcionar, pero son tan inanes, tan leves, tan ligeros, que difícilmente podrán sobrevivir unos años.

El Sistema ya no hace política sino marketing, porque el poder estatal es una simple correa de transmisión de los intereses de una oligarquía internacional y no interesa que piense o actúe con ideas propias. A los subordinados no se les paga por pensar. Basta con que administren el cortijo hasta que el producto político caduque. Macron es el ejemplo universal: su único valor reside en su juventud y en la imagen; en lo demás es lo mismo de siempre, pero revestido de nuevos ropajes que ya están dejando de engañar al cuerpo electoral, como se demuestra en las encuestas.

En España, ese modelo de vaciedad intelectual absoluta, de simple marketing exento de principios, se ejemplifica a la perfección en Pedro Sánchez, continente que se puede rellenar con cualquier contenido: patriota y separatista, socialista y capitalista, duro o blando, cualquier cosa se almacena en este contenedor cuyo valor está precisamente en su vacío. Es un muñeco que los ventrílocuos de siempre manipulan a su antojo. Rivera y Casado inciden en el mismo modelo, pero destinado a un espectro sociológico distinto. Da igual: en caso de que les toque la piñata del poder actuarán como sus predecesores.

El triunfo de Casado es un golpe muy duro para la derecha de principios e ideas. Este producto tiene un propósito muy evidente: evitar que el PP se desangre por ese flanco y mantener cautivo su voto tradicional, que lleva cuarenta años dejándose chulear por un partido que ha traicionado siempre y de manera sistemática a ese sector masoquista de la clase media. Las masas conservadoras tienen un nuevo ídolo que les engañará, apuñalará y abandonará. Casado ya lo anunció a quien sepa escuchar: no deja de hablar y de elogiar el consenso, palabra que, en realidad, significa traición. Consensuar significa abandonar los principios y las promesas, resignarse a administrar el legado de la izquierda dominante y su ordenamiento. Consensuar significa aceptar el papel tradicional que siempre se le ha adjudicado al PP: mayoral de la hacienda del PSOE. A eso se ha reducido la derecha en España. No tardaremos en ver cómo se repiten en Casado las mismas claudicaciones y cobardías de Rajoy.  

Pero también esto debería ser una llamada a la reflexión para las fuerzas identitarias españolas. Las clases medias son rehenes voluntarios de la derecha económica, de los tecnócratas de Génova, 13. Un movimiento como los de Francia, Italia o Hungría no surgirá de esos sectores ágrafos, encanijados y meapilas, incapaces de seguir un designio nacional. Es hora de abandonar a quienes nunca han hecho nada ni lo harán, pese a sus cobardes elogios y a sus aplausos huecos. Es en otros barrios y en otros estratos sociales donde existe una masa que sí reúne las potencialidades necesarias para una política de verdadera contestación. A ver si en eso, por lo menos, seguimos el buen ejemplo de Francia. Mientras el movimiento identitario español no aprenda esa lección mal irá la cosa. La identidad viene del pueblo, no de los señoritos.

De momento, nos toca aguantar durante unos años a los macroncitos. Hasta que caduquen...

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