La isla de los caníbales

El asesinato de Víctor Laínez ha sacado a la luz las vergüenzas del Sistema.

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El asesinato de Víctor Laínez ha sacado a la luz las vergüenzas del Sistema y ha puesto al desnudo una serie de complicidades y enjuagues que dejan bien claro quiénes y qué son los que manejan ese tinglado que llamamos la izquierda.

En primer lugar, tenemos al asesino. De Rodrigo Lanza, lo primero que supo el gran público es que se trataba de una víctima, tal y como se indicaba en el documental de 2013 Ciutat Morta, en el que se le consideraba cabeza de turco de un montaje policial. La peliculita sirvió para deslegitimar la acción de la Guardia Urbana barcelonesa frente a la violencia de la extrema izquierda y dar barra libre al movimiento okupa, nido de víboras del que sale toda la violencia roja. Este bodrio acabó siendo galardonado por el ayuntamiento barcelonés y fue el ex alcalde Xavier Trias, un convergente, el que entregó el premio a los autores del film. Ada Colau, la actual gobernante que aflige a la Ciudad Condal, sacó todo el partido político que pudo de un caso que contó con el apoyo de los medios de comunicación y de figurones de la propaganda del soviet catalán, como Jordi Evolé. El joven luchador antifascista, que en 2006 había dejado parapléjico al guardia urbano Juan José Salas, fue condenado a cinco años y su pena se amplió a nueve por el Tribunal Supremo en 2008. Pero la “víctima” ya hacía tiempo que andaba por la calle en el 2017 y su voz se había escuchado mucho más en todas las televisiones que la de Salas –que, entre otras lesiones, ha perdido el uso del habla por causa de la brutalidad de Lanza–. El agresor fue defendido por abogados muy caros y competentes de la extrema izquierda, como Gonzalo Boyé, y excusado por otros, como Jaume Asens, actual eminencia gris de Colau, quien no ahorró denuestos contra las fuerzas del orden en la comisión formada ad hoc. Del agredido, nadie hizo caso.

El inefable Pablo Iglesias se entrevistó con la mamá del pobrecito Lanza, pero no se le ha visto junto al guardia urbano tetrapléjico: Juan José Salas es sólo el coste humano inevitable de un proceso revolucionario. También lo deben ser sus cuatro hijos y su esposa, que habitan en un modesto piso obrero de Sant Boi de Llobregat y que no han recibido la atención de los medios ni las ayudas millonarias que recibe la asociación Iridia, donde milita la mamá de Lanza –heroína proletaria, hija de un almirante chileno–: unos cincuenta y cuatro mil euros en los últimos años, regalo de Ada Colau a los defensores de la única víctima que las izquierdas reconocen: Rodrigo Lanza. Frente a estos líderes políticos que se han alzado al poder mediante la prédica del odio y la violencia, defendiendo como víctimas a delincuentes y verdugos chekistas, azuzando el resentimiento y hasta los fantasmas de la guerra civil o haciendo la apología de genocidas como Lenin, la mujer del guardia urbano, que sí es una víctima de verdad, perdona al agresor y hasta trata de olvidar el pasado, cerrar ese capítulo y comenzar una nueva vida. Mientras los verdugos de Juan José Salas lloriqueaban en las televisiones y se les premiaba en todos los foros progresistas, esta familia aguantaba en silencio y se resignaba ante lo inevitable. Para Juan José Salas y para Víctor Laínez no habrá Memoria Histórica, ni calles, ni placas, ni homenajes de las autoridades.

El muy perdonado Lanza salió en Ciutat Morta pidiendo venganza y la ejerció sobre un hombre de cincuenta y cinco años, inofensivo, bueno, muy querido en su barrio y que cometió la intolerable provocación de llevar unos tirantes con la bandera de España. La izquierda mediática ha tratado de blanquear el crimen como ha podido: desde afirmar que el agresor era el nieto de un almirante pinochetista hasta titular que muere un hombre por unos tirantes. Todos los medios han tratado de silenciar el asesinato de Víctor Laínez por varios motivos: no encaja en el guión preestablecido. Se supone que la violencia siempre es fascista, ¿y cómo puede partir una agresión tan salvaje de un antifascista, criatura noble y buena por antonomasia? Por otro lado, Lanza había sido elevado a los altares como víctima de la represión policial y ahora aparece perpetrando un crimen en unas condiciones muy viles y especialmente cobardes (por cierto, cuando Laínez yacía semiinconsciente en el suelo, Lanza aprovechó la ocasión para machacarle la cabeza a patadas). Todo el tinglado de Ciutat Morta y del anticapitalismo batasunizado de Podemos y las CUP queda retratado en su verdadera naturaleza. Y además en sentido literal: no hay dirigente podemita que no se haya fotografiado sonriente y solidario con la mamá del asesino. 

La violencia de la izquierda extrema viene propiciada por unas circunstancias muy favorables que ella no ha causado, sino que son un regalo del Sistema. En realidad, la violencia de los antifascistas es la violencia del Sistema. Podemos no ha surgido de la nada: es el fruto de una educación en valores originada en la victoria socialista de 2004 y que decidió resucitar la guerra civil y avivar unos odios que se habían extinguido. Esto tampoco es una novedad, la izquierda europea siempre usó el odio como combustible de sus políticas. La derecha, cobarde y cómplice, no ha hecho nada en estos últimos trece años para frenar el aquelarre educativo; al revés, lo fomenta aún más, no la vayan a acusar de franquista. El antifascismo ha pasado a ser una política de Estado y las bandas de salvajes que lo defienden una partida de la porra ideológica, sans culottes de familia bon chic bon genre, como Lanza, que han hecho del chantaje ideológico y del terror callejero un modo de vida generosamente subvencionado. Cuando los preceptos de la izquierda más radical se enseñan como dogmas a los jóvenes en las escuelas, en el cine y en las televisiones, cuando las mentiras de la Memoria Histórica se repiten una y otra vez con su carga de odio cainita revivido, no es de extrañar que surjan las bestias como Lanza y se lancen a la caza del fascista. Reconocer todo esto es imposible para las fuerzas políticas españolas.

Hace ya mucho tiempo que todo se le tolera a la izquierda violenta: ya no se puede dar una conferencia en la universidad si el conferenciante no es de extrema izquierda; incluso Felipe González o Rosa Díaz fueron boicoteados de manera muy violenta por los antifascistas. Y eso por no hablar del matonismo en los pasillos de las facultades, las denuncias inquisitoriales contra los profesores que se apartan de la corrección política o las profanaciones bendecidas por la judicatura de las capillas católicas. Eso sin detenernos en el terrorismo de los últimos cuarenta años, abrumadoramente ejecutado por organizaciones marxistas como ETA, GRAPO o FRAP, en el que participó el padre de Pablo Iglesias.

¿Por qué el Sistema tolera y fomenta esta violencia? Porque para él es inofensiva, aunque cueste unas decenas de víctimas entre la gente de a pie. La izquierda radical es un eficaz contraveneno callejero frente al creciente movimiento identitario que causa el Gran Reemplazo en Europa, una violenta contramedida que no es Estado pero que actúa en su misma dirección. Lo que jamás se toleraría a grupos fascistas, se jalea y excusa en la extrema izquierda. Busque en la prensa el lector todos los disturbios que la izquierda radical “Antisistema” ha llevado a cabo en los últimos diez años en Europa o en España: encontrará muertos, destrozos multimillonarios, ciudades sumidas en el caos... Busque, en cambio, algo semejante en la extrema derecha. No lo encontrará, salvo una única acción de un lobo solitario: Andreas Brejvik, en Oslo. Los fascistas por levantar el brazo pueden ir a la cárcel. Los anarquistas que queman un edificio o los islámicos que predican la yihad no cumplirán una condena mayor. Véase el caso de Blanquerna, que algunos desalmados pretenden comparar con el asesinato de Víctor Laínez, donde por interrumpir a gritos un acto de los separatistas se condenó a cuatro años a los muchachos que lo ejecutaron. Casi la misma pena que se llevó Rodrigo Lanza por dejar tetrapléjico a un guardia urbano, a un trabajador.

Bendecimos la antropofagia y protegemos a los caníbales. ¿Cómo extrañarnos de que pase lo que está pasando?

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