¡Cuidado, ciudadano! Si usted es súbdito de una de las ejemplares democracias de la Unión Europea y se siente descontento con sus gobernantes, no lo dude: está siendo manipulado por hackers rusos. En este feliz paraíso de la libertad islamizada en el que nos hallamos, la única fuente del mal, el coco, el lobo feroz, el sacamantecas, el hombre del saco, se llama Vladímir Putin. En cambio, Rajoy, Macron y Merkel son las hadas buenas que tratan de librar a nuestras indefensas e informáticamente atrasadas democracias de los ciberataques del oso ruso. Porque nos tenemos que defender del gigante eslavo, las pacíficas democracias de la OTAN gastamos, como poco, diez veces más dólares en “defensa” que los feroces cosacos del Kremlin.
La intromisión es buena si la hacemos nosotros, los demócratas; si la hacen los malos –los rusos, los chinos, los iraníes y dentro de nada los polacos y los húngaros– es intolerable. Por ejemplo, si el bendito san Obama pone micrófonos en el mismo despacho de la canciller Merkel, eso no es espionaje: es una manera de estar más cerca de una ejemplar aliada de la OTAN. A nadie se le ocurrió protestar por una demostración de amistad y cariño como aquélla. Eso no es una intromisión. Que el cuarenta por ciento de los mensajes contrarios a la canciller alemana en las últimas elecciones tuvieran su origen en Estados Unidos no es un ciberataque: es una señal de hermandad de Washington. Tampoco lo es el que, en las elecciones presidenciales francesas o austríacas, Juncker, Obama y Merkel intervengan en favor de un candidato y amenacen veladamente a los que tengan el capricho de votar lo que no deben. O amenazar a Polonia con drásticas sanciones si su normativa sobre el aborto no se homologa a las de la Unión Europea sobre la carne picada de nonato. Los poderes mundialistas no influyen descaradamente en las opiniones ajenas con sus agencias de noticias, con su CNN y su Fox News, con sus series de televisión y su publicidad hollywoodiense. ¿Cómo se puede llamar a eso meter la nariz en corral ajeno?
Tampoco es entrometerse decretar sanciones contra una Rusia en crisis económica o mandar tanques, aviones y lo que sea menester a sus fronteras, o venderles morteros españoles a los ucranianos, estupendos demócratas que aprovechan la ocasión para bombardear con ellos a los infames civiles rusos del Donetsk. No es intromisión promover disturbios con cientos o miles de muertos en Turquía, Siria, Yemen o Libia. Sí lo es, en cambio, defender un régimen como el sirio, que garantiza la igualdad de hombres y mujeres y la libertad religiosa, frente a los “moderados” afganos wahabíes, mercenarios financiados por las jóvenes democracias del Golfo Pérsico y Arabia Saudí.
Por supuesto, no es injerencia el que Gran Bretaña disponga de una colonia de matuteros y mafiosos en territorio español, en donde nuestra patriótica oligarquía lava sus capitales y en la que apolillados petroleros monocasco se atiborran de crudo a precio de saldo: ¿te acuerdas, lector, del Prestige?. Ese paraíso se llama Gibraltar y sus colonos son los dueños de nuestra Costa del Sol.
Si Puigdemont y sus consellers eran agentes de la SVR, la KGB, el NKVD o el Smersh, Occidente puede respirar tranquilo. Muy mal andan de espías Putin y Naryshkin cuando tienen que echar mano de estos agentes LOGSE. La mítica operación Pawn Storm, cuyo ajedrecístico nombre hace alusión a una de las aficiones preferidas de los malignos moscovitas, no está conectada con el Kremlin, y ningún gobierno occidental puede demostrar que sus hilos lleguen hasta el despacho de Putin, justo todo lo contrario de lo que pasó con las escuchas de la CIA en los despachos de la canciller alemana. Sin embargo, a Rusia se la condena sin pruebas y a Estados Unidos se le absuelve con ellas. Así de independiente es Uropa.
Pero no nos engañemos, esta ridícula campaña de la oligarquía mundialista contra los hackers rusos tiene otro fin: instaurar la censura estatal en las redes sociales, instrumento nuevo de difusión de opiniones non gratas para la democracia liberal. La cruzada de Occidente contra los piratas informáticos no tiene otro fin que silenciar el único canal de expresión libre que aún no se ha ocluido. Ya son muchos los disgustos que ha propinado al mundialismo este nuevo modo de comunicación, desde Trump hasta el FN francés. Es hora de ponerle un candado.