Ediciones Árdora acaba de publicar una antología bilingüe de Gary Snyder, bellamente editada y bien traducida, cosa muy de agradecer en este país donde semejantes aventuras son de tan alto riesgo.
Snyder es un poeta heredero de la tradición de Pound y de William Carlos Wiliams, e influido en igual o mayor medida por Basshô y Li Bai (Li Po), que rebosa de inmediatez, pasión por la naturaleza y calibrada espontaneidad –valga la paradoja– en una poesía ligada a la tierra, a las montañas, a los bosques y al sentido de comunión del hombre con el cosmos. También, por supuesto, se da en sus poemas una conciencia bien doliente del daño, de la enfermedad del mundo, del destrozo que el hombre realiza en sí mismo al talar sus bosques, ensuciar sus mares, agostar sus praderas.
Experto orientalista, que pasó por varios años de aprendizaje de la tradición japonesa en un monasterio zen, Snyder es mucho más conocido como Japhy Ryder, el personaje de ficción, ya de leyenda, que protagoniza Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac, la mejor novela de este autor, católico y conservador –pese a lo que algunos puedan creer–, del que ya tendremos ocasión de hablar. A diferencia de Kerouac (en el fondo, un místico cristiano), Snyder conoce el budismo en profundidad y también domina la tradición literaria de Japón y China, siguiendo precedentes ilustres como Fenollosa y el ya citado Pound, lo que vuelve a sus poemas una hermosa síntesis de Oriente y Occidente, emanaciones de un espíritu whitmaniano cuyo torrente verbal se contiene con la reticencia de un Onitsura o de un Buson. Otras veces, el clamor cotidiano de un Williams se mezcla con la soledad iluminada de un Wang Wei. En fin, un lujo para quien disfruta del verso cuidado y natural a la vez.
Es digno de reseña que los tres más altos espíritus de la Beat Generation –Kerouac, Ginsberg y Snyder– han acabado envueltos en un misticismo de diferente signo, católico, judío y panteísta que no renuncia a las enseñanzas de Oriente, pero que, en su conjunto, no sería aventurado reconocer que obedece a las enseñanzas contenidas en la sabiduría perenne de Huxley. Desde Howl, de Ginsberg y On the Road, de Kerouac en adelante, un anhelo de honda espiritualidad seduce al lector de estos poetas, llegados al mundo literario en la América materialista, demócrata y hegemónica del Welfare State rooseveltiano, encarnado mejor que en ninguna época en las eras conformistas y prósperas de las administraciones Truman y Eisenhower. La incapacidad de adaptarse de estos jóvenes brillantes y magníficamente dotados a los valores de la sociedad de consumo, su búsqueda de algo que ellos no saben muy bien lo que es a lo largo de las carreteras de la América profunda, retrata a la perfección el vacío espiritual en el que, hoy más que ayer, nos movemos. De ahí la permanente actualidad de estos escritores y su atractivo para las jóvenes generaciones.
Snyder es también un pensador que predica con el ejemplo, un interesante teórico de la vuelta a la naturaleza, un buen expositor de los valores espirituales del indio americano, en lo que recuerda a Schuon, y un hombre de iniciativa, capaz de enredarse en proyectos comunitarios tan interesantes como desesperadamente utópicos. Varios de sus ensayos se recogen también en este estupendo volumen y, progresismos aparte, nos enseña que en el inconformismo de los sesenta se encuentran actitudes y valores que bien podemos calificar de tradicionales, como muy bien vio el maestro Évola en Cabalgar el tigre. Todo es cuestión de saber leer.