De nuevo se despiertan los demonios familiares de España: durante cuarenta años se nos había afirmado machaconamente que teníamos que ceder en todo lo que viniera de Cataluña –identificado dolosamente a la región con su cleptocracia– porque de lo contrario no haríamos más que “fabricar separatistas”. Pues bueno, parece ser que la inteligente política de concesiones del régimen ha producido muchos más separatistas y mucho más radicales de los que Felipe V, Espartero, Primo de Rivera y Franco hayan creado. El producto de esta política esencial del régimen, pactada en el 77, confirmada en el 78, y jamás desmentida por los hechos, ha llevado a aquello que se pretendía evitar: otra edición de la balconada de Companys. De nuevo un liderazgo irresponsable y suicida en la Generalidad conduce a Cataluña y a España a la catástrofe. Uno de los pilares del edificio político mal cimentado en 1978 se ha venido abajo con estrépito.
Pocas oportunidades vamos a volver a tener de sanar el mal de raíz, pocas veces la torpeza del enemigo ha jugado tanto en nuestro favor. Si la caterva de traidores que gobierna la desventurada Cataluña hubiera esperado unos años más, los suficientes para que en España se hubiera formado un gobierno de coalición entre las izquierdas y los separatistas vascos, catalanes, navarros y otros de diverso pelaje, habrían tenido su referéndum, su concierto económico y hasta la independencia con las bendiciones del Congreso. Su falta de inteligencia, su frivolidad y el haberse tragado sus propias mentiras les han llevado a este callejón sin salida. Nuestra más grave falta sería dejarles salir de él.
Pero no nos engañemos, la intención de la oligarquía política es dejarles escapar indemnes. La ridícula escenificación en el Senado de la intervención de la Generalidad movería a risa si no fuera por lo que la patria se juega en esta siniestra astracanada de picapleitos. ¿De verdad cree el Estado que este gravísimo problema se arregla convocando unas elecciones en dos meses? Evidentemente, no; es un simple plazo para negociar con los amos de Cataluña la mejor manera de reconducir la situación y arreglar una reforma constitucional a la medida del separatismo: una rendición pactada de España que culmine en la formación de un Estado libre asociado catalán, independiente en los deberes, pero español en los derechos.
Una intervención de verdad en Cataluña implicaría destruir el poder social del separatismo, sus fuentes de influencia económica, su nefasta acción en escuelas y universidades y su red clientelar de vasallaje político. El infame discurso sobre la educación en Cataluña del ministro Méndez de Vigo es un monumento a la bajeza política y un claro indicio de la nula voluntad de este Gobierno de defender la unidad de España. Lo que se busca desde el inicio de esta carnavalada es un arreglo. Ojalá algún imprevisto de la Historia lo evite.
Hay que buscar el conflicto abierto e irreconciliable. Los traidores lo han tenido siempre muy claro y les está dando excelentes réditos políticos. Nosotros deberíamos aprender. El Gobierno y la oposición no resolverán esta crisis porque sus políticas y complicidades de cuarenta años les atan irremisiblemente al nacionalismo catalán y vasco. La oligarquía desea una vuelta al viejo orden, pero éste está saltando por los aires, se ha quebrado como un jarrón roto y nadie va a poder volver a juntar los pedazos. Pronto llegará el tiempo de pagar los destrozos: tomemos nota de quiénes son los responsables.