No se van. No se atreven. No ha hecho falta sacar los tanques, bastó con sacar las empresas. Pero no es una victoria ni una derrota, sino un embrollo, un enredo cada vez más complejo en el que los enemigos de la patria española pueden sacar muchísimo provecho. El diálogo es un sinónimo de capitulación. Sobre todo, nada de diálogo porque es lo que pide el enemigo, la consigna de todos los que odian a España. Dialogar es perder.
Cataluña no será ni Eslovenia ni Kosovo ni Eslovaquia si nosotros no permitimos que lo sea, pero parece que esta situación ambigua, inestable e ilegal no podrá prorrogarse indefinidamente. Un Estado no puede existir largo tiempo en la incertidumbre, pese a lo remoloneos, los subterfugios y las comedias de sus dirigentes.
La declaración de independencia sin independencia, de república con monarquía y de me voy, pero quizá me quede, no aguantará largo tiempo. Ni se debe tolerar si queremos que España disfrute de un mínimo crédito internacional.
¿Se ha declarado la independencia? Políticamente, sí. Jurídicamente, no. Y lo político es siempre más decisivo que lo jurídico. Ya es hora de que se acabe la arlequinada y el Estado intervenga sin contemplaciones contra unas instituciones propias que se han puesto por sí mismas en contra de la ley que les otorga su legitimidad. Los delincuentes, recordemos que han cometido gravísimos delitos contra la integridad del Estado, deben acabar respondiendo de sus crímenes ante el tribunal que corresponda. ¿Qué hacen ejerciendo todavía cargos públicos, disfrutando de las sinecuras de unos empleos de los que se les debería despojar, de una autoridad que aún ejercen sobre millones de personas y un cuerpo armado?
Seamos claros: es hora de intervenir de manera contundente en Cataluña y de desmontar todo el aparato de poder independentista de una vez y para siempre. Todo lo que sea distinto de esto es perder la guerra no declarada con un enemigo mendaz, que cuando se ve derrotado busca la mesa de negociación como último refugio.