Frau Magda Goebbels

Cuento de Navidad.
El belén de los Goebbels

El 22 de diciembre de 1941, Ernesto Giménez Caballero, fundador del fascismo español, heraldo de Roma y padre de dos libros esenciales: “Genio de España” y “Arte y Estado”, viaja a Berlín con una misión tan personal como mesiánica. Esto al menos es lo que él cuenta.

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Conocí a don Ernesto Giménez Caballero, Gecé para los iniciados, cuando a éste le quedaba poco de andadura por el mundo y yo era un alevín, un mocoso, un chiquillo al que le imponía un respeto tremendo ir a reunirse con el robinsón literario del 27. Una timidez no vencida hacía que me quedara sin palabras ante aquellos viejos tremendos, como García Serrano, o Cela, o Ernesto Halffter, que lo habían visto, vivido y escrito todo, mientras que yo, un pardillo de quince hierbas, me quedaba mudo y alelado como un papanatas, como un mentecato, como un gaznápiro. Después de perpetrar la entrevista más torpe de toda mi vida (supongo que don Ernesto pensó que algo fallaba en mis neuronas) me volví a casa junto con uno de mis mejores amigos y me di cuenta de que, en el marasmo mental de mi timidez, no había preguntado al viejo vanguardista una de las cuestiones que más me intrigaban: ¿Era cierto lo del belén de Goebbels? 

El día era más bien desapacible, los delfines de República Argentina saltaban broncíneos sobre un agua mitad serrana, mitad antártica. Quise dar la vuelta y volver al chalé de don Ernesto, pero ya era tarde, muy tarde. Y, según temía de experiencias anteriores, llamaría al timbre para quedarme callado y no poder emitir ni una sola sílaba. Cosas de la primera juventud. Así que me quedé sin escuchar de sus labios la historia que ahora paso a resumir.

22 de diciembre de 1941, don Ernesto, fundador del fascismo español, heraldo de Roma y padre de dos libros esenciales: Genio de España y Arte y Estado, viaja a Berlín con una misión tan personal como mesiánica: volver a los designios imperiales de la casa de Austria, gibelinizar España, injertar en el roble pagano y germánico un esqueje del laurel católico y latino, combinar la gracia serena de Rafael con las severas proporciones de Durero, dar a luz a un nuevo Federico Staufen, a otro stupor mundi que uniera las dos culturas de Occidente. Como sus admiradísimos Habsburgo, Gecé, agente secreto de sí mismo, es fiel al viejo lema de la casa imperial vienesa: Bella gerant alii, tu felix Austria nube.[1] Igual que Gala Placidia matrimonió con el godo Ataulfo para salvar las esencias romanas, Gecé piensa que un himeneo afortunado puede conseguir aquello que el César Carlos no consiguió en la Dieta de Worms: reunir a los pueblos de Europa bajo una nueva catolicidad, bajo un monarca y una espada, como en el excelente soneto de Hernando de Acuña, tan de moda por entonces.

Don Ernesto tiene una cita en casa de los Goebbels. Magda le espera, viste un traje de terciopelo negro muy ajustado y también se hallan en el salón de la casa los niños y el ministro, al que Gecé le había regalado un capote de torear y un belén exquisito del escultor murciano Garrigós. Ni qué decir tiene que el jefe de la propaganda nazi recibió encantado el obsequio, al revés de lo que hizo su Führer con el estupendo jamón de pata negra que le regalaron: lo mandó hervir. Este enternecedor e íntimo cuadro navideño no tiene igual: " Fue una comida encantadora. Antes de sentarnos a la mesa, durante los aperitivos, enseñé al pequeño y cojito Jerarca del Propagandismo germánico a manejar el capote, el modo de ceñirlo para el paseíllo y de veroniquearlo". ¡Olé! ¿Cuándo se filmará una película que nos muestre al cojitranco Goebbels remedando a Curro Romero, intentando reproducir la gracia de Rafael de Paula o de Morante y haciendo el paseíllo a trompicones? Así lo cuenta don Ernesto en sus impagables Memorias de un dictador (Planeta, 1981), libro que recomiendo encarecidamente a quien le gusten los ejercicios de estilo y el barroquismo literario.

Tras montar el belén con los niños, pasaron a la cena y don Ernesto amenizó la velada con chistes castizos del Madrid isidril que debieron de hacer las delicias de los hijos de Goebbels. Ignoro si se cantaron villancicos y si sonaron panderos y sonajas. Pero la cena discurría alegremente hasta que una llamada de la Cancillería exigía al ministro acudir de inmediato en presencia de Hitler. Fue entonces cuando Magda y Gecé quedaron a solas. Mejor es que yo calle y hable el protagonista: “Magda me hizo pasar a su salón privado, donde ardía una chimenea de leños, que ella atizaría, al mismo tiempo que mi esperanza. Se sentó frente a mí en un sofá de raso verde y oro. Pero luego me hizo acercar a ella para ofrecerme una copa de licor que calentó con las manos y humedeció levemente los bordes de sus labios. Tenía fama de deliciosa y elegante. Y de gran seductora. Cabellos rubios como el sol, que portaba con trenzas entrecruzadas sobre la nuca. Ojos de lago. Y un vestido negro de terciopelo, hasta ocultarle los pies. Sólo una perla sobre el nácar de su garganta, como un símbolo venusto”.

Sin duda, la situación adquiría un matiz cornamental. Pero don Ernesto, Bradomín mussoliniano, además de cruzado de la Causa, sacrifica su deseo en aquel ambiente de ascua y de pasión, donde Magda Goebbels le escuchaba embelesada. Feo, católico y sentimental, expone su designio mesiánico, su gran alianza europea, ante la germana rubicunda, anhelante y atenta. Como una nueva Beatriz de Suabia, o una Isabel la Católica, o una Juana la Loca, una mujer estaba destinada a resucitar el fecho de imperio alfonsí, la monarquía hispano-germánica que pereció con Carlos II: Pilar Primo de Rivera, la hermana de José Antonio, la vestal de la Falange, que podía devolver rumbos cesáreos a nuestra patria y a Europa entera si matrimoniaba con... Hitler. ¿Qué insólita dinastía podría salir de aquel tálamo? Jamás lo sabremos. La Historia ha privado a la genética de semejante tour de force. ¿Se imagina alguien los misterios gozosos del rosario resonando en los marmóreos corredores de la Cancillería del Reich? ¿La Salve entonada en las honduras del búnker? ¿Los SS con escapularios y Detente Bala? ¿Hitler en la pila bautismal de su heredero jerezano? ¿Celia Gámez en Bayreuth? Con razón don Ernesto fue uno de los fundadores del surrealismo ibérico. 

Pilar Primo de Rivera, la vestal de la Falange, podía devolver rumbos cesáreos a nuestra patria y a Europa si matrimoniaba con... Hitler.

Los ojos de Magda se humedecen y toma las manos de don Ernesto. Ella admira su visión política y dinástica, elogia su iniciativa y dice: “Mi marido está encantado con usted. Y el Führer desea conocerle. Yo les hablé de esto que ahora vuelve a proponerme de esta manera tan concreta y certeramente personificada y que sería posible...” La duda, las pupilas lacustres de Magda están a punto de desbordarse, la mirada se baja y la voz se acalla, trémula, estremecida de emoción. Frau Goebbels no puede continuar. Don Ernesto la interroga, la consuela, la tranquiliza. Ella se repone y continúa: “Sería posible... si Hitler no tuviera un balazo en un genital, de la primera guerra... que le ha invalidado para siempre... Imposible, gran amigo, imposible. ¡No habría continuidad de la estirpe!”. ¿Y Eva Braun?, pregunta Gecé, uno de los pocos privilegiados que estaban en el secreto. “Un piadoso enmascaramiento para la galería”, contesta Magda.

Y así, en aquella tercera Navidad de la guerra se frustró el gran designio imperial español. Don Ernesto quiere despedirse para siempre de Magda, pero ella contesta: “¿Y por qué para siempre? — Y depositó sus labios sobre mis manos y luego los suyos…”. Como buen caballero español, don Ernesto finaliza aquí su relato.

Raras veces la Historia da una segunda oportunidad, pero Giménez Caballero la tuvo en la época en que su sueño se realizó de una manera insospechada en el Paraguay de Alfredo Stroessner, al que Franco le envió como embajador. Allí descubrió don Ernesto un nuevo experimento político que le fascinó: la Democracia Generalizada, es decir, la democracia de los generales, como Videla, Figueiredo, Pinochet y el propio Stroessner. El presidente paraguayo era exactamente lo que Gecé había buscado en el himeneo imposible de Hitler y Pilar Primo de Rivera: la unión de lo germano y de lo hispano. Pero eso es otra historia...

Quede este cuento de Navidad como homenaje de quien esto escribe a sus pacientes y sufridos lectores de El Manifiesto, a los que deseo que disfruten de estas fiestas y que el Año Nuevo les colme de bienes espirituales y materiales. Un abrazo para todos.

 

[1] “Que otros hagan la guerra. ¡Tú, feliz Austria, cásate!", en alusión a la política matrimonial de los Habsburgo. (N. d. R.) 

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