¿Revisión del marxismo o prefascismo?

El enigma Georges Sorel

Acaba de publicarse el libro «El enigma Georges Sorel. ¿Revisión del marxismo o prefascismo?» (Ediciones Fides), en el que intervienen autores tan distintos ideológicamente como Julien Freund, Alain de Benoist, Zeev Sternhell, Leszek Kolakowski o Bo Gustafsson. El núcleo central del libro lo ocupa el debate sobre la influencia de Sorel en la revisión del marxismo, la transición del sindicalismo revolucionario y el nacimiento del fascismo.

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De Georges Sorel se ha dicho que fue el primer revolucionario-conservador (Michael Freund), al menos, uno de los precursores (o incluso uno de sus padres fundadores) de la llamada Revolución Conservadora. Así lo han expresado también acertadamente Julien Freund, Armin Mohler y Karlheinz Weismann, estos dos últimos coautores del manual Die Konservative Revolution in Deutschland.

Pero el núcleo central del debate lo constituye el estudio de su importancia en la revisión del marxismo de la época y en la influencia que tuvo en los orígenes del fascismo europeo. Algunos autores marxistas revisionistas sitúan a Sorel, inexcusablemente, dentro de las principales corrientes del marxismo crítico. Otros autores, como Julien Freund, lo califican como el primer revolucionario-conservador. Otros incluso, desde una óptica totalmente nueva, como Zeev Sternhell, analizan su evolución progresiva desde el marxismo hasta el prefascismo, subrayando la importancia de este autor en el nacimiento de la ideología fascista. Y, en fin, otros colaboradores, procedentes de la escuela de pensamiento conocida como la Nueva Derecha francesa, como el propio Alain de Benoist, discrepan de estos enfoques, negando que Sorel y otros pensadores del Círculo Proudhon constituyeran el germen del fascismo en ciernes, pero sin ubicarlo en ninguna de las grandes corrientes ideológicas del momento. Por eso Alain de Benoist comenzaba su famosa entrada sobre Sorel en su primera “opera magna” Vu de droite, con la siguiente expresión: «Sorel, enigma del siglo XX, parece un injerto de Proudhon, enigma del XIX, escribía Daniel Halévy en su prólogo al libro de Pierre Andreu: Sorel, nuestro maestro (1953)».

Pero en lo que todos coinciden, aun con matices, es que Georges Sorel, que pasó por diversas fases ideológicas y que nunca fue fiel a las mismas, se desprendió de todos los condicionamientos filosóficos de los que hacían gala sus contemporáneos para formular la famosa “síntesis” entre el hecho social y la cuestión nacional.

Robert Steuckers siempre recuerda, como una referencia constante, los consejos de Armin Mohler invitándole a releer a Georges Sorel y a explorar el contexto de su tiempo. Según Steuckers, «Sorel, que a veces fue llamado el “tertuliano de la revolución”, era alérgico al racionalismo estrecho, a los pequeños cálculos políticos que realizaba la socialdemocracia. A este espíritu de tendero, llevado por una ética “eudemonista” de la convicción y por una voluntad de excluir de la memoria todos los grandes impulsos del pasado y de borrar sus rastros, Sorel oponía el “mito”, la fe en el mito de la revolución proletaria. La ética burguesa, a pesar de su pretensión de ser racional, ha conducido a la desorganización e incluso a la desagregación de las sociedades. Ninguna continuidad histórica y oficial es posible sin una dosis de fe, sin un impulso vital».

Todavía conservador en 1889, Sorel pasó al socialismo democrático en 1893; luego aceptó el marxismo, con todas sus perspectivas revolucionarias, y más tarde, desengañado del proletariado, se aproximó, en 1911, a los nacionalistas de la Action Française; finalmente, la primera Guerra Mundial reanimó su oposición a las democracias, que le indujo a considerar la revolución rusa como aurora de una nueva era.

Estableció las bases de la nueva economía concreta en Introducción a la economía moderna (1903), y estudió, meritoriamente, el aspecto jurídico del sindicato como nueva forma de institución en Reflexiones sobre la violencia (1906), su obra más célebre, en la que propugna la formación de un sindicalismo obrero fuerte, consciente y preparado para enfrentarse con la sociedad burguesa, destruirla y crear sobre sus ruinas una nueva sociedad basada en la producción libre de las jerarquías e instituciones del pasado.

Sorel únicamente se consagra a los problemas sociales a partir de 1982. Su obra puede sintetizarse en un solo libro: Reflexiones sobre la violencia, en el cual sintetiza lo más sustancial de su anterior producción: Las ilusiones del progreso, Sobre la Iglesia y el Estado, Sobre la utilidad del pragmatismo, La descomposición del marxismo, De Aristóteles a Marx, La ruina del antiguo mundo, El proceso de Sócrates, etc. Publicado por vez primera en 1908, el libro Reflexiones sobre la violencia es una obra que nunca ha dejado de reeditarse y de ser leída y meditada, por Lenin y por Mussolini, por Maurras y por Charles de Gaulle, por Oliveira Salazar y por Mao Tse Tung. El libro fue pensado y construido para servir de obra base del sindicalismo revolucionario.

Sorel avanzó algunas dudas sobre varios puntos de las enseñanzas oficiales del marxismo: negligencia de los factores morales, confianza excesiva en la ciencia (que define como “pequeña ciencia”), e interpretación insuficiente o errónea de la evolución social y del movimiento obrero. Las polémicas y los estudios de Sorel acerca del marxismo fueron reunidos por V. Racca en los Ensayos de crítica del marxismo (1903), que limitan el determinismo económico de las corrientes ortodoxas marxistas y revelan algunos elementos éticos de la filosofía del movimiento obrero. Nuestro autor considera las reformas sociales como una corrupción de la clase trabajadora en Descomposición del marxismo (1908) y de la evolución del sindicalismo obrero en El futuro socialista de los sindicatos (1898).

Sorel abandona el socialismo marxista en 1909. No es de extrañar que acabara produciéndose una convergencia entre su pensamiento y el nacionalismo de la Action française. En abril de 1909, tras leer la segunda edición de la Enquête sur la Monarchie, Sorel ya manifestaba su admiración por el fundador de la “Acción Francesa”, Charles Maurras. Más adelante, esta confluencia se consolida con un artículo que publica en Il Divenire sociale, de Enrico Leone, la revista más importante del sindicalismo revolucionario italiano, en el que rinde un homenaje de gran repercusión al maurrasianismo.

Los maurrasianos devuelven el cumplido con una lluvia de elogios: se habla de “la incomparable capacidad de análisis” de Sorel, y se le estima como “el más profundo crítico de las tesis modernistas” o “el más penetrante y eminente de los sociólogos franceses”. Había un motivo adicional para este entusiasmo. Sorel había publicado el 4 de abril en L´Action française un gran elogio de la obra de Charles Péguy Le mistère de la charité de Jeanne D´Arc.

En 1913, el periodista Edouard Berth, autor de Las fechorías de los intelectuales, saluda a Maurras y Sorel como “los dos maestros de la regeneración francesa y europea”. Pero, en septiembre de 1914, Sorel le escribe: «Estamos en una era que bien podría caracterizarse por el nombre de la vieja Antioquia. Renan describió perfectamente esta metrópolis de cortesanos, charlatanes y merca-deres. Tendremos el placer de ver a Maurras condenado por el Vaticano, lo que sería un justo castigo a sus incorrecciones. ¿A quién podría interesar un partido realista en una Francia únicamente interesada en restaurar la vida de la vieja Antioquia?». A Maurras –explica el sociólogo Gaetan Pirou–, Sorel le reprocha ser demasiado demócrata; reproche que, a primera vista, puede parecer paradójico. En realidad, Sorel quería decir que Maurras, positivista e intelectualista, no había repudiado la democracia más que en sus aspectos políticos y no en sus fundamentos filosóficos.

Pero Italia será la “tierra prometida del sorelismo”. Sorel ejercerá una poderosísima influencia en la escuela sindicalista dirigida por el futuro ministro italiano de trabajo (entre 1920 y 1922), Arturo Labriola. Éste, en 1903 traduce El futuro socialista de los sindicatos. Uno de sus lugartenientes, Enrico Leone, redactó, en 1906, el prólogo de la primera edición italiana de Reflexiones sobre la violencia. Mediante esta traducción, Sorel alargará su influencia a Vilfredo Pareto, Benedetto Croce, Giovanni Gentile y (por mediación de Hubert de Lagardelle) sobre Benito Mussolini.

En Alemania, el sorelismo encuentra una especie de prolongación en las corrientes nacional-revolucionarias y nacional-comunistas que se manifestaron a partir de 1920 (Michael Freund, Georges Sorel und der revolutionäre Konservatismus, 1932).

Cuando murió Sorel, en 1922, el entonces monárquico Georges Valois (futuro fundador del primer partido fascista fuera de Italia), en la revista de L´Action française, y el socialista Robert Louzon, en Le Socialiste, le rindieron sendos homenajes. Benito Mussolini, justo después de tomar el poder con la marcha sobre Roma, declaraba: “Es a Sorel a quien más le debo”.

En definitiva, Sorel fue un pensador profundamente antimaterialista. Lo único que siempre le ligó a Marx fue su aversión íntima hacia la burguesía y su concepto de la lucha de clases que él tradujo a su visión heroica de la vida. Visión no sólo distinta sino opuesta a la de un marxista ortodoxo. El interés de Sorel estriba en que puede ser una prueba de que el espíritu del hombre se niega a perecer y que es susceptible de reaccionar. Y que este resurgimiento espiritual es incompatible con las concesiones, los compromisos, el pactismo, el consenso y  las componendas, que conducen a la corrupción y la decadencia, como el mismo Sorel afirmaba. Se dirá que esta actitud puede conducir a la violencia, y que, de hecho, Sorel era un teórico de la misma. Ha habido mucho interés en atribuirle a Sorel el patrimonio de la violencia, precisamente por quienes se resisten a hablar de los gigantescos genocidios realizados por Lenin, Stalin y Mao Tse Tung. Pero Sorel era un moralista y, en consecuencia, repudiaba el atentado político. Su idea de la violencia se refería a la resistencia ante la injusticia, no a la agresión. Sus conceptos eran morales y metafísicos, más que empíricos. En la práctica, su idea de la violencia se circunscribía al mito de la huelga general que él cultivó siempre.

Así que la pregunta es: ¿Sorel marxista?, ¿Sorel prefascista? Louis Dupeux habla de “prefascismo intelectual” cuando se intenta una clasificación ideológica tanto del movimiento de la “revolución conservadora alemana”, como de los no-conformistas franceses, o de los partidarios de los círculos o escuelas proudhoniana y soreliana (a Sorel se lo rifan tanto los marxistas como los fascistas, y también los neoderechistas, que niegan ambas filiaciones), Realmente, ¿fueron esos movimientos alternativos (y contrarios) a las dos ideologías dominantes entonces, el liberalismo y el comunismo, “prefascistas” o precursores del “fascismo”?

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