Llegamos ya hoy a la penúltima entrega de la serie.
Todos somos Ciberamérica
La revolución viene de California. Silicon Valley se propone suprimir las últimas fronteras de la humanidad. Abolir los límites en el espacio, a través de la era digital. Abolir los límites biológicos, a través de la revolución transhumanista.
Fin del Estado y fin de la política. Entramos en la era de la sociedad civil pura. La era de las redes, de la economía colaborativa, de las relaciones igualitarias, directas y descentralizadas. Una era postnacional en la que la libertad individual será el único fundamento de la organización social. La ideología libertaria, desde su epicentro en la bahía de San Francisco, se expande a todo el mundo. Todos somos Ciberamérica.
El mundo según Zuckerberg
“La era de la privacidad ha muerto” afirmaba en 2010 el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg. Mil seiscientos millones de personas en todo el mundo se empeñan en darle la razón. Si hay un invento que, por sí sólo, compendie todos los tics del americanismo cotidiano, ése es Facebook.
Todo lo cotidiano suele ser invisible. Por eso es cada vez más difícil describir el americanismo. Ya pronto será imposible. El americanismo cotidiano es un pensamiento balsámico. Es la felicidad como imperativo y como obsesión; es la aceptación sumisa de la opinión común; es la genuflexión a los reclamos del mercado. El americanismo cotidiano no es la urdimbre de una conspiración oculta. No algo es exterior a nosotros. Ni siquiera es ya, valga la paradoja, americano.
El americanismo siente alergia ante el pensamiento complejo. Se despliega en una forma peculiar de ideología soft, o en la pura y simple indiferencia ante el hecho de pensar. “La ciencia no piensa” decía Heidegger. Con ello quería decir que la era de la máxima complejidad técnica es también la del abandono de las preguntas esenciales, la de la renuncia a la búsqueda de “sentido”. En el acoso y derribo del pensamiento la civilización americana no cesa de producir herramientas. Facebook es una de ellas. Es la era del “pensamiento positivo”.
¿Pensamiento positivo? Éste puede definirse como un formateo del espíritu, un condicionamiento neuronal, un adiestramiento pavloviano a escala masiva. El objetivo es configurar un tipo humano “liberado” de aquellas trabas – ideológicas, culturales, religiosas, identitarias – que se interpongan entre el sujeto y los estímulos del mercado. De lo que se trata es de eliminar todo vestigio de “negatividad” – la negatividad de lo otro y de lo extraño– y de estimular un sujeto que siempre diga ¡Sí! Tendencias como la “inteligencia emocional”, la exaltación de la “empatía”, la incontinencia sentimental y la corrección política trabajan en este sentido. Bajo la “transparencia” como ideal normativo.
Las palabras nunca son inocentes. El culto a la “transparencia” – señala el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han – no es más que “una coacción sistémica: la imposición de una sociedad uniformada”.[1] La transparencia es un engranaje totalitario. Y la ideología norteamericana de la post-privacidad (Post-Privacy) es su herramienta más acabada. Facebook garantiza los warholianos “15 minutos de celebridad” a los que cada persona –al menos una vez en la vida – tiene derecho. La post-privacidad se apoya en ese miedo a la insignificancia que – como dice el psicólogo israelí Carlo Strenger – nos vuelve locos.[2] Facebook ofrece una notoriedad de simulacro entre amigos de simulacro en una vida de simulacro.
“Sí, pero – objetarán los paladines del pensamiento balsámico– Facebook es sólo un instrumento. Todo dependerá del buen (o del mal) uso que se le dé”. ¿Verdaderamente?
El problema es que Facebook no puede ser “sólo un instrumento”. Porque el software (Facebook, en este caso) nunca es neutral. O como decía el viejo Mc Luhan: el medio es el mensaje. Lo cierto es que “nosotros sabemos lo que hacemos “en” el software. Pero ¿sabemos acaso lo que el software nos hace a nosotros? Cada software incorpora una filosofía. Y esas filosofías, al devenir ubícuas, se convierten en invisibles” [3] ¿Cuál es la filosofía de
Facebook y parecidas redes sociales?
Facebook destruye la dimensión de la distancia, el valor de lo arcano, el concepto aristocrático de lo secreto. Facebook explota el morbo del exhibicionismo a la par que, paradójicamente, recupera el instinto puritano de “no tener nada que ocultar”. Facebook promueve una tiranía de la intimidad que todo lo psicologiza y todo lo personaliza, erosionando la conciencia pública crítica y despolitizando la sociedad. Facebook sustituye el sentido comunitario por la acumulación de narcisismos.
¿Cuál es la función de Facebook? Poner a punto la sociedad de la transparencia. Y con ello impulsar la homogeneización social exigida por el neoliberalismo.
Bienvenidos al infierno de lo Igual
La economía de mercado es hoy la única religión mundial universalmente válida. Y su expansión se apoya en la aceleración de los intercambios y de las comunicaciónes. Pero la comunicación sólo alcanza su máxima velocidad “allí donde lo igual responde a lo igual, allí donde tiene lugar una reacción en cadena de lo igual. La negatividad de lo otro y de lo extraño, o la resistencia de lo otro, perturba y retarda la comunicación de lo igual”.[4] Por eso Facebook es una máquina de igualación, una fábrica de positividad.
Facebook es un medio del afecto y de la emoción. La comunicación racional es siempre más lenta que la comunicación emocional. Por eso interesa dar primacía a lo emotivo. El capitalismo de consumo introduce emociones para estimular la compra y generar necesidades. Consecuentemente la economía neoliberal impulsa la “emocionalización del proceso productivo”, un impulso acelerador que lleva a la “dictadura de la emoción.[5]
El intercambio mercantil, por su parte, alcanza su velocidad óptima cuando se extiende a todas las interacciones sociales, de forma que tanto los bienes como las personas devienen productos. En Facebook las personas se exponen como productos cuyo valor se mide en número de followers. En Facebook los propios internautas son el producto (a disposición de los anunciantes, empresas de big data, etcétera).
La “transparencia” asegura las condiciones de igualdad del neoliberalismo. Y en la era americana esa igualdad sólo es completa cuando todo es transferible a dinero. “Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente en la dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo incomensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual”.[6]
¿Es Facebook una puerta de entrada?
Americanismo y “política Twitter”
El neoliberalismo es el capitalismo del “me gusta”.
BYUNG-CHUL HAN
Las redes sociales son un instrumento de la era postpolítica. Eso puede parecer paradójico, si tenemos en cuenta que el marketing político se alimenta de la lógica viral de las redes. Pero el hecho de que la agit-prop política se exprese hoy en las redes no debe llamarnos a engaño. Una cosa es la acción política y otra muy distinta es la cacofonía de opiniones.
Como vehículos que son de la “transparencia”, las redescontinúan con el desarrollo de la postpolítica; es decir, con la despolitización en toda regla. En su extraordinario análisis de las técnicas de poder neoliberales, Byung-Chul Han analiza la incompatibilidad entre la transparencia de la era digital y una política digna de tal nombre. La auténtica política no puede ser transparente, porque implica siempre una visión a largo plazo. El líder político debe guiarse por un proyecto, por una visión de futuro. La política consiste en asumir riesgos y frecuentemente en lanzarse a lo imprevisible.
Ahora bien, la transparencia asociada a lo digital exige inmediatez y previsibilidad total. Todo debe ser calculable por anticipado. El futuro se convierte en un “presente optimizado”. Pero toda auténtica política –continúa Han– es una acción estratégica, por lo que “es propio de ella una esfera secreta. La transparencia total la paraliza”. Ante el panóptico digital el responsable político anula su capacidad de actuación, se condena a una visión cortoplacista y se consume en la espuma de los días. El futuro desaparece y la política se diluye en gestión de lo cotidiano y mercadotecnia.[7]
La gran política nunca puede ser “transparente”, como tampoco puede ser sólo “positiva”. La política pertenece al ámbito del antagonismo (Carl Schmitt) y reclama una carga de negatividad. La política es un arte de la decisión y requiere de convicciones. Ahora bien, lo que las redes sociales instauran es una “democracia transparente”, una “democracia líquida” que se guía por las opiniones, no por las convicciones. Y las opiniones “están exentas de ideología, carecen de consecuencias, no son tan radicales y penetrantes como las ideologías. Les falta la negatividad perforadora”.[8] De ahí deriva su carácter postpolítico.
Las redes sociales son, que duda cabe, un vehículo de la indignación. Pero la indignación que se expresa en las redes (las shitstorm) es esencialmente conformista, en el sentido de que deja intacto todo lo existente. Es muy difícil promover un cuestionamiento radical del sistema económico-político – con la carga de negatividad que ello entrañaría– desde la “sociedad de la transparencia”, puesto que la transparencia es en sí positiva, “no mora en ella aquella negatividad que pudiera cuestionar de manera radical el sistema económico político que está dado. Es ciega frente al afuera del sistema (…) El veredicto general de la sociedad positiva se llama me gusta”. [9] Es el amén digital del nuevo conformismo.
Frente a algo tan volátil como el “me gusta”, los líderes políticos pierden su capacidad prescriptora; es decir, su autoridad moral o intelectual para insuflar convicciones y convencer a la gente de un proyecto. Los líderes actúan “a la carta”, arrastrados por la opinión demoscópica, al albur del pensamiento twitter. Secuestrada por el storytelling – técnica importada del marketing americano – el debate político pierde su densidad y se inunda de imágenes, de historias conmovedoras y de anécdotas edificantes. El moralismo intrusivo y la ideología de la virtud que se expresa en las redes contaminan los debates complejos, de forma que la política se convierte en concurso de belleza, los partidos en “marcas” y los ciudadanos en “clientes”. Las ideas y proyectos son sustituídos por la repetición ad nauseam de inanidades políticamente correctas. Es la americanización completa de la vida política.[10]
Indignación “Facebook”
El “altermundialismo” confía en el poder subversivo de las redes. La literatura militante celebra el potencial de las redes como “contrapoderes” al margen del orden capitalista, apela a los nuevos movimientos sociales, a la acumulación de luchas sectoriales y al activismo transnacional como factores capaces de conformar una nueva realidad. La izquierda radical se explaya en conceptos pomposos – tales como “reapropiación del espacio dominado”, “contrapoder situacional” o “movilización en red”– para explicar las dinámicas que permitirán, a la larga, “cambiar el poder sin tomar el poder”. Los neomarxistas Antonio Negri y Michael Hardt (en su obra Imperio) se orientan en este sentido, al defender el poder transformador de las “multitudes” y al proponer una globalización de la contestación.[11]
Estas teorías son consistentes en lo que tienen de gramscismo: los cambios socio-culturales preparan el terreno a los cambios políticos. Pero, frente a su pretensión de estar a la contra, en realidad se insertan en el sistema político global. Todas ellas apuestan por una disolución progresiva del Estado-nación y de las identidades histórico-culturales – es decir, de las únicas barreras efectivas ante la globalización neoliberal–. Todas ellas derivan hacia la postpolítica, en cuanto defienden una “revolución desde la base”, una “revolución de lo cotidiano”, una acumulación de luchas sectoriales que, en la práctica, arriesgan con diluirse en “tribus” y nichos de mercado. Todas ellas concurren con el liberalismo en su desconfianza instintiva ante la política y ante el poder (que la extrema izquierda tiende a identificar con la “dominación”). Todas ellas consideran que la coordinación espontánea a través de las redes puede suplir a la auténtica deliberación política y a la creación de instituciones. En estos aspectos todas apuestan por una “globalización feliz” y están teñidas de americanismo.
La izquierda altermundialista no acaba de entender la dinámica de las redes, que es individualista y neoliberal. La agitación en las redes puede ser, ciertamente, un acelerador de cambios. Pero carece de la vertebración de las auténticas alternativas. El medio digital es un medio del afecto. Y como tal es reactivo, cortoplacista, fugaz. La indignación en las redes es ruido, barullo, pero no llega a constituir un nosotros estable. Es incapaz de constituir un discurso colectivo. El medio digital es narcisista y privatizador, en cuanto marca el desplazamiento de la preocupación pública a la privada. No en vano las reivindicaciones impulsadas por los medios digitales son casi siempre individualistas y sectoriales. Su dinámica no es la del “revolucionario” sino la del cliente insatisfecho: protestas contra tal o cual político, reacción frente a tal o cuál escándalo, apoyo a la causa humanitaria más de moda, más calidad de vida, más ecología, más derechos para tal o cuál minoría, etcétera.
Mal que le pese a la extrema izquierda, el enjambre digital no configura, por sí sólo, una “multitud” capaz de derribar el orden capitalista. En contra de lo que afirman Antonio Negri y Michael Hardt, “lo que caracteriza la actual constitución social no es la “multitud”, sino más bien la soledad” (Byung-Chul Han). Es la soledad de las “partículas elementales” que describen las novelas de Michel Houellebeq. Es la atomización social del neoliberalismo. “Esa constitución –continúa Han– está inmersa en una decadencia general de lo común y lo comunitario. (…) La privatización se impone hasta en el alma”.[12]
¿Revoluciones Facebook?
Revoluciones de colores, primaveras árabes, occupy Wall Street… ¿revoluciones Facebook?
Con la era digital, la “revolución” deviene un juego de rol para mentes ansionas de aventuras turísticas. Con su dominio de los medios, la izquierda contestataria es capaz de “orientar el barullo” en las redes. De promover cambios discursivos en sentido “progresista”: la explotación de emociones gratificantes (indignación, compasión), la exposición de las víctimas (la piedad une), los discursos morales, las denuncias espectaculares, los trend topic y los hashtags… hasta acabar con la movilización de las estrellas de Hollywood en favor de tal o cuál causa políticamente correcta. Todo lo más puede concluir en un cambio de gobierno. Que algo cambie para que todo siga igual. El resultado final es el de “humanizar” el capitalismo. Regenerar el sistema. La ideología de la UNESCO.
Conviene no equivocarse. Las redes sociales – Facebook, Twitter y otros medios digitales– no son el resultado de un complot urdido por el “Imperio”, cualquiera que éste sea. Su lógica no es “conspirativa” sino sistémica: son parte de un proceso acumulativo de afirmación del modelo americano. Responden a una dinámica global y no pueden obrar de otro modo. Y si albergan algún potencial subversivo, lo es preferentemente a favor de la agenda mundialista.
Las redes sociales mainstream promueven “valores globales”. En ese sentido actúan como instrumentos de agitación frente a gobiernos “no democráticos” – es decir, los reacios a los intereses americanos–. En cierto modo las redes dan voz a un “americanismo indignado”; favorecen la eclosión de una juventud globalizada, urbanita y de clase media. La punta de lanza de las “revoluciones de colores” (de Soros et allia).
Claro que el proceso también puede derrapar. Como en el caso de las “primaveras árabes”, en las que los jóvenes “globalizados” fueron pronto eclipsados por los movimientos islamistas. Donde se demuestra que la indignación amorfa de las redes no puede, por sí sola, competir con la auténtica política: la de quienes se inscriben en la mirada larga de una visión del mundo.
Frankenstein digital
El orden en la Web es, de momento, un orden americano. Facebook, Twitter, Google, Amazon, Apple, Microsof, Windows, son sociedades americanas que dependen de las leyes americanas. Unas leyes que, en caso de conflicto, siempre encuentran la vía para imponerse sobre las legislaciones nacionales. Todos los grandes proveedores de acceso a la Red se someten a las directivas del gobierno de Washington. Consecuentemente, los Estados Unidos han declarado que Internet es un espacio estratégico nacional, y que todo ataque contra su seguridad será considerado como agresión susceptible de respuesta militar. No en vano, a insistencia de Estados Unidos el acceso a Internet ha sido añadido por las Naciones Unidas a la lista de “derechos humanos”.[13]
Es conocido el interés de los servicios secretos americanos por este “derecho humano”. La NSA (National Security Agency) cuenta con acceso total a los servidores de nueve de las más grandes compañías de Internet, todas ellas americanas.[14] Y de forma entusiasta, millones de internautas de todo el mundo colaboran con los Estados Unidos en esta gran empresa de vigilancia de masa. “Dímelo todo sobre ti, para que podamos servirte mejor”.
Todos los condicionantes culturales concurren a ello. La “televisión basura” (Trash TV) y los Reality Shows –una invención norteamericana – fueron los precursores del frenesí exhibicionista que hoy culmina en Internet, y que invita a todos a compartirlo todo. Por otra parte, las prácticas políticamente correctas (otra creación americana) exigen transparencia; y ¿qué hay más políticamente correcto que desnudarse sin límites?: así demostramos que no hay nada que ocultar. Por último, el capitalismo “agudiza el proceso pornográfico de la sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega todo a la hipervisibilidad”.[15] Imposible sustraerse. Todos somos “informadores” en el ciberespacio americano. ¿Será siempre así?
La historia es el dominio de lo imprevisto. Los análisis de la CIA contemplan la posibilidad de que, dentro de unas décadas, las mayores colectividades del mundo no sean países sino comunidades o redes sociales en Internet.[16] El acceso a las tecnologías abre el campo a tensiones “post-políticas” o “post-democráticas”: por un lado, los ciudadanos que incrementan su capacidad de protesta, y por otro lado los gobiernos que incrementan sus capacidades de control. Se abre también la hipótesis de que, a través de Internet, fuerzas no gubernamentales puedan condicionar el comportamiento de grandes masas de la población mundial. Por de pronto, la red es hoy una de las principales fuentes de radicalización de terroristas islámicos. Tampoco es descartable que el ciberterrorismo pueda ocasionar una catástrofe sin precedentes. Internet podría devenir en el futuro un gigantesco “Frankenstein digital” que escapa a la dirección de sus creadores. Lo cuál, a su vez, exacerba la voluntad de vigilancia y de control por parte de los Estados Unidos.[17]
En los albores de Internet se hablaba del advenimiento de una “democracia numérica”. Esos cantos de sirena están cada día más lejos.
Todos somos Ciberamérica
¿Es una casualidad que Internet, sus softwares y las redes sociales sean una creación americana?
El ciberespacio recrea a escala planetaria las condiciones del american way of life: individualismo, sensación de democracia global, primacía de lo privado sobre lo público, comunicación sintética, práctica y veloz, mercantilización de la existencia. La visión del mundo como mercado único predestinado a un pensamiento único.
El pensamiento único huye de la complejidad de la cultura antigua, reniega de la profundidad del viejo mundo. El pensamiento único es infantilizador: nos quiere espontáneos e inocentes como niños. El pensamiento único es conformista: nos quiere positivos y abiertos frente al “Otro”. El pensamiento único nos quiere iguales.
Las tecnologías y el ciberespacio globalizan el “sueño americano”. Todo conspira a su favor. Es inútil resistirse. El uso de los teléfonos inteligentes relega la conversación, fagocita la lectura y rebaja la inteligencia de los usuarios. El uso de Facebook agita a un universo de clones en busca de otros clones. El uso de gadgets tecnológicos fomenta la inmediatez y la mirada de corto alcance, tan características de la infancia (lo que hace el juego del capital: los niños son más vulnerables a la dependencia de la mercancía). En Internet, la invasión de los necios (Umberto Eco dixit) promueve la aceptación sumisa de la opinión común. El uso de los teclados encoge el vocabulario. Y la complejidad del pensamiento y de las emociones se desliza por la senda de las videosimplezas y los emoticonos. “Lo que se desarrolla en la actualidad – señala Vicente Verdú – no es la filtración del modelo americano, poco a poco, forma a forma, sino la implantación de una totalidad con sustancia cerebral incluída (…). Es la Ciberamérica. ¿Bueno, malo regular, indiferente? Cada uno, según sus gustos, juzgará lo que viene a ser la definitiva conversión del planeta a la biblia norteamericana”.[18]
Hace más de un siglo y medio, en su obra La Democracia en América, escribía Alexis de Tocqueville:
“Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás (…) Cada uno se encuentra al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo, y si bien le queda una familia, puede decirse que no tiene patria. Por encima de todos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte (…) Absoluto, minucioso, regular, precavido y benigno… no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia, con tal de que no piensen sino en gozar”.
Hemos llegado al punto en el que se materializa la intuición del vizconde normando: la definitiva privatización del mundo. Dios ha muerto ¡viva Facebook! ¿Nos gusta?
[1] Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pag. 12.
[2] Carlo Strenger, La peur de l’insignifiance nous rend fous. Quelle place pour l´individu à l’ère de Facebook? Belfond 2013.
[3] Zadie Smith: Generation Why? The New York review of Books. (http://www.nybooks.com)
[4] Byung-chul Han: Obra citada. pags. 12-13
[5] Byung-Chul Han, Psicopolítica, Herder 2013, pag, 72.
[6] Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pags. 12-13.
[7] Byung-Chul Han, entrevista en Philosophie Magazine nº 88, abril 2015, pag 72.
[8] Byung-Chul Han, La sociedad de la Transparencia, pags. 20-22
[9] Es significativo – señala Byung-Chul Han– que Facebook se negara consecuentemente a introducir un botón de “no me gusta”. La sociedad positiva evita toda modalidad de juego de la negatividad, pues esta detiene la comunicación”. Byung-Chul Han, La sociedad de la Transparencia, pags. 22-23.
[10] Aunque siempre pueden producirse sobresaltos. La irrupción del llamado “populismo” –tanto en Europa como ¡sorpresa! también en América– podría anunciar un cierto retorno de la política; es decir, el retorno de la negatividad y de la lucha entre proyectos antagónicos.
[11] En éste sentido: John Holloway, Change the World without Taking Power (Pluto Press, 2002), y Benasayag M. y Sztulwark D.: Du contre-pouvoir (La Découverte, 2002).
[12] Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder 2014, pags 31-32.
“No es la multitude cooperante que Antonio Negri eleva a sucesora posmarxista del “proletariado”, sino la solitude del empresario aislado, enfrentado consigo mismo, explotador voluntario de sí mismo, la que constituye el modo de producción presente. Es un error pensar que la multitude cooperante derriba al “Imperio parasitario” y construye un orden social comunista. Este esquema marxista, al que Negri se aferra, se mostrará de nuevo como una ilusión”. (Byung-Chul Han, Psicopolítica, pag. 17). Los partidos de izquierda radical (tipo Podemos en España) se apoyan en una hábil gestión del barullo digital, pero cabalgan una contradicción: sus pretensiones de “democracia deliberativa” en la red chocan con el imperativo de funcionar como un partido “tradicional”, con ideología y líder carismático. Por otra parte, más que un modelo alternativo lo que estos partidos proponen es una reorientación demagógica del modelo imperante, en un sentido más redistributivo y mundialista. El caso de Szyriza, en Grecia, podría ser indicativo del destino de un cierto populismo de izquierda: hacer el trabajo sucio que los partidos del “sistema” ya no pueden asumir.
[13] Hervé Juvin, Le mur de L´Ouest n´est pas tombé. Pierre Guillaume de Roux 2015, pags. 46-48.
[14] AOL, Apple, Facebook, Google, Microsoft, Paltalk, Yahoo, Skype y Youtube. Antes de su huída a Rusia, Edward Snowden alertó sobre la existencia del programa PRISM desarrollado por la NSA a partir de 2007 para espiar todas las comunicaciones procedentes del extranjero y pasando por los servidores americanos. En la práctica la NSA puede obtener toda la información procedente de estas compañías globales. Ignacio Ramonet, L´Empire de la surveillance. Galilée 2015.
[15] Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pag. 51.
[16] Global Trends 2030. Alternative Worlds. Aparecido en francés con el título Le monde en 2030 vu par la CIA, Paris, éditions des Équateurs 2013.
[17] Ignacio Ramonet, L´Empire de la surveillance. Galilée 2015.
[18] Vicente Verdú, El Planeta Americano, Anagrama 1998, pags. 162-163.