«Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve.»
El gran novelista don Benito Pérez Galdós (1843-1920) ya diagnosticó acertadamente el problema político e institucional español, hace entre 103 y 112 años. Asómbrense con su lectura.
Con mi amigo Joan del Maresme, gran persona e inteligente contertulio, pero ahora en guardia conmigo (y viceversa) debido al clima político que se respira en Cataluña al debatir sobre la independencia, hemos pactado no hablar del ‘problema catalán’, pues pensamos exactamente lo contrario, y así nos ahorramos tensiones y enfados; de manera que únicamente nos proporcionamos informaciones y enlaces varios sobre temas tan delicados y trascendentes como el aludido (o más), pero que no tratan de nada relacionado con el nacionalismo ni los detalles del proceso secesionista.
En esa tesitura, la de cambiar cromos que no puedan encender la mecha de un conflicto, Joan me ha hecho conocer un excelente y premonitorio documento escrito por don Benito Pérez Galdós en 1912, y aún otro de 1901, que define con asombrosa fidelidad el perfil de los políticos y asimilados españoles de entonces, un perfil que… ¡es exactamenteidéntico al actual, incluido el magma de mediocridad y de egoísmo que nos ha llevado hasta el desastre que debemos apechugar quienes no podemos o no queremos robar, estafar o medrar por los vericuetos de la política.
Leídos un par o tres de veces cada uno, he querido aprovechar para compartirlos con los lectores de El Manifiesto, sin añadir ni quitar ni una coma, excepto este breve exordio y la licencia de potenciar algún concepto resaltándolo en negritas.
Vean el apabullante diagnóstico de “La Fe nacional y otros escritos sobre España” (1912) o “La España de Hoy” (1901), imprímanlo, redifúndanlo y hagan lo posible para que los conozca el máximo número de personas dignas y nobles. A las demás que las zurzan, pues son parte del problema. Lo que aquí se expone es el retrato exacto de nuestros corruptos sistemas democráticos y de sus derivaciones institucionales y gubernativas.
Lo dicho. Lean, lean…
«Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta.
»Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte.
»No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos… Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria (…).
»No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos. (…) La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra.
»Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental. Tendremos que esperar como mínimo 100 años más para que en este tiempo, si hay mucha suerte, nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente.»
(“La Fe Nacional y otros Escritos sobre España”, 1912.)
Y:
«Al propio tiempo, [se] reconoce con tristeza la esterilidad de los esfuerzos durante todo el pasado siglo para darse un régimen político liberal a la europea. Lo más triste es que se ha tardado algunos años en descubrir que el mecanismo que nos rige es un aparato de formas admirables, pero que no funciona; todas sus ruedas y palancas, todos sus engranajes y transmisiones son figurados, como las lindas máquinas pintadas que sirven para el estudio.
»Forman nuestro régimen político las más seductoras abstracciones. Examinados desde fuera, nuestros Códigos y todo el papelorio de leyes y reglamentos para su aplicación parecen, sin duda, un perfecto organismo que regula la existencia del pueblo más feliz del mundo.
»Mirado por dentro, se ve que todo es cartón embadurnado al temple, en algunos trozos con singular maestría; pero ya va envejeciendo notoriamente la pintura, y se clarea de tal modo el artificio, que no hay ojos bastante inexpertos para ilusionarse con él.
»Ya nadie ve una base fundamental de la vida política en el principio de la representación del pueblo, porque el sufragio es un donoso engaño al alcance de los observadores menos perspicaces. Las elecciones se hacen sin interés, con escasa y fría lucha; la emisión del voto no apasiona ni enorgullece a los ciudadanos; estos han podido observar el esmero de los Gobiernos para componer las Cámaras, dando el conveniente número de puestos a las oposiciones y contrapesándolas con abrumadoras mayorías. Resulta que la representación del país está, con unos y otros partidos, en manos de un grupo de profesionales políticos, que ejercen, alternadamente, con secreto pacto y concordia, una solapada tiranía sobre las provincias y regiones. La Justicia y la Administración, sometidas al manejo político y sin medios de proceder con independencia, completan esta oligarquía lamentable, igualmente dura antes y después de las revoluciones que tronaron contra el antiguo régimen.»
(“La España de Hoy”, 1901)