Escuchaba atentamente la entrevista televisiva a una dirigente maya de Guatemala. Antigua y admirable es su cultura, permanentes sus luchas por el respeto y por la identidad. Ella hablaba un español de persona culta, se comunicaba en nuestro idioma. Ahora nuestro idioma es parte de su identidad. De tal modo algo cambió en la cultura maya primigenia. Y no es lo único que ha cambiado. Las identidades son dinámicas.
La conciencia política identitaria de algunos pueblos indígenas es admirable. La han profundizado para sobrevivir. A nosotros los criollos nos ha ocurrido exactamente lo contrario. Así como para los indígenas asumir ideologías foráneas como el marxismo o el derechohumanismo al modo de los países centrales implica convertirse a un pensamiento foráneo, a los criollos asumir el sistema capitalista-financiero nos convirtió en esclavos mentales y materiales, pero sobre todo espirituales. Es que las luchas de resistencia abroquelan a los grupos humanos que las asumen y la falta de toda lucha los ablanda y arrasa con cualquier identidad. A todo ser humano le puede ocurrir hacerse carne de un sistema, eso en el fondo es algo tan simple como una decisión de la voluntad.
Tiene que ver con lo antedicho el hecho de asumir o no una religión universal. Eso anula el genio del lugar, genera confusiones ab initio, nos referencia en un punto fuera de nosotros mismos como destino preciso y compartido en nuestro contexto cultural y territorial. En ese sentido la religión universal es como todo progresismo: una ideología universal, tanto como lo son el capitalismo o el marxismo.
Confieso que un dejo de envidia me invadió al escuchar a esa mujer indígena tan segura de su identidad, con tanta fe en su pueblo y en su rol futuro en el continente y en el mundo.
Cuando el sentimiento de la particularidad se enajena, es luego muy difícil de recuperar. Sólo cuando hay mucho que perder son los mejores quienes se hacen presentes y los peores los que desaparecen de la escena. Aún sin compartir todos sus puntos de vista e intereses, puedo reconocer la entrega de la persona a una lucha, a una identidad y a unas ideas.
Como no llevo la pesada carga de una religión o una ideología universal para imponerlas al mundo, puedo defender a mi pueblo sin complejos ni culpas. Lo que realmente dudo, es que mi propio pueblo quiera ya defenderse, sea porque está al servicio de una ideología, de una religión o de un estado de cosas universal e identificado con alguna de esas cosas que lo anulan o con todas ellas a la vez. Y aunque eso surge claramente de la realidad para cualquiera que quiera percibirlo, no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír.
Nos convertimos en un pueblo de idiotas desapareciendo en la inconsciencia. Por eso el gesto de Dominique Venner adquiere tanto valor. Porque significó separarse claramente del resto y asumir una muerte completamente consciente. Sin pedir tanto, uno busca en el entorno cada día una persona o dos a las que podamos considerar parte de un proyecto, de una identidad consciente. Al no encontrar nada de eso resulta lícito a veces caer en el desánimo y en la amargura.
Seguramente con esa señora maya podríamos hablar de los ciclos cósmicos, del destino de los pueblos, del respeto al medio ambiente, de la voracidad de las empresas multinacionales, de religiones, de economía, de comunidad, temas de los que solía hablar con mi abuelo y que ya no puedo hablar con ninguno de mis vecinos ni compañeros de trabajo. Nuestra gente se ha secado de espíritu y de voluntad, cosas que cuando se pierden por completo son muy difíciles de recuperar.