El concepto de “originario” es una idea dialéctica introducida a conciencia por los centros de poder para fomentar el enfrentamiento y la división de quienes no deberían ser enemigos, porque sólo tienen enemigos e intereses en común. Es como la idea de la izquierda y la derecha: algo hemipléjico, estúpido, irreal.
Si originario es el que estaba antes siempre hay alguien atrás en la historia. Y esto vale tanto para Sudamérica como para cualquier otro lado del mundo, ya que en todas partes hubo una población antes que otra y nadie podría asegurar descender de los primeros, que se pierden en la noche de los tiempos. Quizá los amerindios sean asiáticos emigrados “in illo tempore”.
Tampoco se dice cuánto tiempo hace falta estar en un lugar para ser considerado “originario”, ni si los antepasados de los que están ahora no ejercieron la violencia para instalarse. Discusiones estas interminables y paralizantes. Y todo esto mientras un enemigo avanza. Algunos dicen que quinientos años no es suficiente, pero no dicen cuánto creen necesario porque se les puede volver en contra.
Para imponer un concepto no se necesita mucho, especialmente sobre grupos de gente que actúa en forma superficial, por ignorancia o interés y se mueve como las hinchadas de fútbol. Las transformaciones antropológicas y culturales también llegan a los argumentos políticos.
La idea de “originario” fue acuñada por el racismo antiblanco, el único racismo bien visto y permitido. Para eso fue creada y para eso es difundida. Supongo que los miserables presentadores de programas de televisión que repiten una y otra vez ese término no dejan de dormir por las injusticias sociales sufridas por los “originarios” ni por nadie en particular. Entonces… ¿por qué utilizan tanto el término? ¿De dónde les viene la idea, en el medio social burgués y obsecuente del sistema en el que viven y al que defienden por dinero? Si todo el que nace y vive en un lugar no es originario, el concepto se hace discriminatorio ¿Y no son ellos los campeones de la no discriminación?
En un tiempo utilizábamos conceptos inclusivos. Ser argentino fue tan increíblemente inclusivo que en una generación una familia asumía absolutamente serlo. Nunca hubo ghettos y la injusticia social no era discriminatoria para originarios y recién llegados, sino pareja. La lucha también lo fue. La idea de lo criollo como fuerte unidad cultural funcionaba.
Lo criollo como fuerza integradora permitía el diálogo con lo amerindio sin perder las raíces europeas. Una experiencia de dinamismo cultural impresionante. Por eso se la dejó de lado. Mejor parece ser para algunos la fractura. Arrasar con las fronteras del intercambio y el enriquecimiento para levantar las de ruptura y el enfrentamiento. Eso es lo que quiere el sistema. El peronismo es una vez más el ejemplo perfecto de movimiento político inclusivo y su jefe Perón, uno de los arquetipos del criollismo.
Ahora la idea de que debamos renunciar a nuestra herencia cultural europea y asumir la identidad amerindia para considerarnos verdaderos americanos, es además de imbécil interesadamente rupturista. Implica una agresión a la identidad criolla inaceptable, una imposición racista en nombre del antiracismo.
Saben bien que nosotros no fuimos la gente del oro ni de la imposición de un dios a palos. Los criollos somos y hemos sido libertarios con respecto al orden establecido, de hecho hemos sido diezmados luchando contra ese orden. Sin embargo somos disciplinados en cuanto al orden a establecer: un orden comunitario, orgánico, ligado a las identidades de la tierra, forjado desde adentro de los pueblos. Por eso no tenemos enemigos entre los pueblos, pero tampoco queremos cambiar de identidad.
Los términos dialécticos acuñados –paradójicamente- desde unas usinas de pensamiento para nada “originarias”, se crean para utilizar el odio y el resentimiento a favor de las divisiones entre pueblos que deberán unirse indefectiblemente para su liberación. La riqueza y la diversidad cultural pueden ser puentes o trincheras, depende del proyecto y la voluntad que dirijan esas energías. No adoremos ídolos ajenos. Un orden no es resentimiento ni uniformidad. Un orden es el organismo vivo que las comunidades crean para su subsistencia y para vivir de acuerdo a algo que provenga de sí mismas, no de la manipulación ideológica de los centros de poder.
Lo que hay que cambiar es el sentido del mundo, y eso no se puede hacer sino uniendo a los que luchan contra él, no enfrentándolos con ideas generadas y esparcidas por los mismos que decimos combatir.