Turquía, nación europea (y II)

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Hace cosa de un mes ironicé en este periódico sobre la Sublime Puerta y sus pretensiones de entrar de lleno en Europa, con lo que ello sin duda supondría de portón abierto al islamismo, una religión supranacional que no se mide por fronteras ni razas sino por la fe.

El otro día verificaba mis temores con la noticia de que el gobierno de Erdogán, entre sus últimas lindezas, estaba concediendo pasaporte turco a los más destacados miembros de Hamas, la organización palestina considerada terrorista por los norteamericanos desde 1993, y por la Unión Europea en 2003, por más que los ingleses, tan brexitados ellos, solo tilden al brazo armado de Hamas, las Brigadas Quassem, como organización terrorista propiamente dicha.

Que la noticia provenga de Israel, el archienemigo de Hamas, no tiene mayor importancia. Los servicios secretos judíos están bastante bien enterados de lo que se cuece por allí, y el sultán turco no tuvo, además, reparo en fotografiarse en sus reuniones con dos dirigentes de Hamas, Khaled Mashall y Ismail Janiyeh, a propósito de estrechar los lazos de Turquía con la filantrópica organización, visto que dichos lazos se debilitaban con Irán, que se inclinaba e inclina más por la facción de Hezbollá, el partido de Dios, como no podía llamarse de otra manera. Como trasfondo y quizá inicio de la cuestión está la rivalidad chiita-sunnita (chií-sunní, en árabe). Es sabido que desde la muerte del profeta, las dos ramas se llevan más bien tirando a mal, y aunque la mayoría del mundo musulmán es sunnita, los chiitas son mayoritarios en la antigua Persia. A través, pues, de Hamas, los turcos han conseguido unos aliados en las mismas narices de Israel. Otra cosa quizá sorprendente es que el comercio entre Turquía y el estado judío siga a buen ritmo, últimamente algo disminuido, pero así y todo considerable, por aquello del business is business. Se calcula que los intercambios actuales rozan los 8.000 millones de dólares entre el import-export.

Turquía, pese a seguir por el momento en la OTAN, ha tensado últimamente las cuerdas de manera, si no sorprendente, sí preocupante. Las últimas compras a Rusia de los misiles de defensa S-400 no se entienden en un país aún aliado de Europa, así como el reciente pulso con Grecia a tenor de sondeos en aguas mediterráneas en disputa.

Sabido esto, añadamos que el pasaporte turco precisa de un visadopara entrar en la Unión Europea, pero hay setenta y tantos países del mundo que no lo requieren. A todos ellos pueden viajar libremente los beneficiados con tal documento y hacer las niñerías que tengan a bien contra hermanos separados, ateos o politeístas. Súmese que Hamas tiene lógicamente en Estambul y Ankara abiertas sedes donde sus miembros son tratados como unos ciudadanos más de la nación. Se desconoce la cantidad fija con la que el gobierno de Erdogán dota anualmente a la referida organización palestina, pero fuentes israelíes calculan que debe de andar entre los 250 y 300 millones de dólares anuales.

Con todo esto, ¿alguien puede dudar del peligro de considerar europeos a más de ochenta millones de turcos, algunos de los cuales, y sin serlo de origen, no tienen excesiva simpatía hacia esta civilización pútrida, infecta y decadente por la que paradójicamente están locos todos por disfrutar?

Las naciones europeas tienen un sistema de vida y defensa muy parecido a los vivalbos. Somos verdaderas almejas, coquinas, ostras, en uno u otro grado. Fuertemente acorazadas en su exterior, pero si se consigue entrar en ellas, todo dentro es ya blando, accesible, indefenso. Una vez introducidos, todo es fácil. Y ya están, estamos pagando muchos países tal entrada dentro de la ostrita por parte de seres que simplemente buscan todos sus beneficios pero no quieren ni quizá pueden adaptarse a las reglas que han permitido ese bienestar. Derechos sin deberes. Qué contradiós, qué inevitable suicidio. Se creó lentamente la democracia -occidental, por más señas- para comunidades que se comprometían al juego limpio, y la vulnerabilidad que proporciona tal libertad interna ha sido el precio que se ha pagado y se paga a quienes no cumplen las reglas. En gran medida muy por culpa de gobiernos buenistas, el nuestro a la cabeza, cómo no, avestruces políticas que no quieren ver ni que se vea esa cara del mal que corroe al sistema.

Queda el pequeño consuelo de que los de Hamas y demás coleguillas, hoy tan mimados en Turquía, acaben volviéndose contra sus anfitriones por falta de vigor en la fe. Ha habido ya más de un incidente mortal allí al respecto. Pero, lo dicho, ese efecto boomerang sería para nosotros un consuelo menor. Y quizá ya ni eso.

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